Placer y negocios. Diana Whitney
¿Catherine, no es cierto?
Ella consiguió esbozar una sonrisa, y corrigió entre dientes:
—Jordan, Catrina Jordan.
—Por supuesto, ahora recuerdo —sonrió, y abriendo la puerta de cristal la sostuvo para dejarla pasar.
Ella masculló su agradecimiento y rozándole, salió a toda prisa del establecimiento. No le sorprendió nada, cuando él se colocó a su lado.
—Veo que ambos tenemos un gusto excelente en lo que a café se refiere —y echando una ojeada al recipiente cubierto que llevaba en la mano preguntó—. ¿Café con leche, descafeinado?
—Café solo, con cafeína.
—Ah, eso lo explica todo.
—¿Explica qué?
—Tu actitud tensa y enérgica.
Ella se volvió a mirarlo:
—¿Perdón?
—No he pretendido ofenderte, por supuesto. Todo el que empieza el día con suficiente cafeína como para resucitar a un muerto, tiene derecho a estar un poco atacada de los nervios, eso es todo.
—No estoy atacada de los nervios.
—Todavía no has tomado el café.
—Con café o sin café no soy una persona nerviosa —aquel hombre era increíble, pensó Catrina, aun siendo un completo extraño se consideraba con derecho a hacer comentarios acerca de su personalidad—. Es ridículo por su parte hacer un juicio tan categórico sobre una persona que no conoce.
—En eso tienes toda la razón. Y la única manera en la que puedo reconsiderar mi absurdo juicio es rectificando esa situación. ¿Qué te parece si cenamos juntos esta noche?
Tan solo entonces se percató ella del brillo de sus ojos y comprendió que había caído en la trampa.
—No, gracias.
—¿Mañana por la noche?
—No. Gracias.
—¿Alguna vez?
—Probablemente no.
—Ah, ese «probablemente» deja una puerta abierta.
—No, no la deja —se recordó a sí misma que aquel hombre tenía el poder para quitarle el trabajo, un trabajo que necesitaba desesperadamente para poder hacerse cargo de su hija—. Por favor, no te lo tomes como algo personal. Simplemente no estoy en disposición de establecer una relación romántica, o cualquier otro tipo de relación, de hecho.
—¿Ni siquiera una amistad?
—Por mi experiencia puedo decir que la palabra «amistad» no es nada más que el término que emplean los hombres cuando quieren referirse a sexo sin compromiso.
Él se atragantó con el café, y tosió hasta que le salieron lágrimas. Cuando finalmente pudo volver a hablar, se quedó mirándola fijamente realmente asombrado:
—No te reprimas, dime lo que pienses.
Ella no pudo evitar sonreír en aquella ocasión. Él era realmente un hombre encantador, y atractivo además… En otras circunstancias, se habría sentido halagada por su interés, e incluso podría haber respondido de manera favorable—. Te pido perdón si te he insultado. Tengo la desgraciada tendencia de soltar todo lo que se me pasa por la cabeza.
—No, no, agradezco la franqueza —se paró, y le lanzó una mirada—. Es mentira, odio la franqueza.
—Les ocurre a la mayoría de los hombres.
—También es algo que les ocurre a las mujeres. Por ejemplo, ¿te gustaría que te dijeran que el agujero que tienes en las medias hace que parezca que tienes una verruga del tamaño de un puño? —sonrió al ver que ella se paraba y lo miraba fijamente—. Me imaginaba que no.
El asombro se mezcló con la diversión en el rostro de Catrina.
—Tocado, señor Blaine.
—Rick.
—Tocado, Rick.
Habían llegado al edificio de oficinas de Arquitectura Blaine. Él amablemente abrió la puerta para que ella pasara:
—Y ahora que nos conocemos lo suficiente como para ser brutalmente honestos el uno con el otro, ¿saldrás conmigo?
—No —dijo amablemente—. Pero lo sentiré más de lo que lo sentía hace diez minutos.
—Es por mis cejas, ¿no es cierto?
—¿Tus qué?
—Mis cejas. Sé que son feas, y hace que tenga cara de perro.
—Me encantan los perros.
—¿Entonces por qué no quieres salir conmigo?
Exasperada, entró en el ascensor, giró sobre sus talones y puso la palma de la mano sobre el pecho de él para impedir que la siguiera:
—Porque eres rico, arrogante y avasallador. ¿Te parece que está suficientemente claro?
Él parpadeó
—Sí, creo que sí.
El sol del mediodía era cálido, el aire del otoño fresco, y el parque estaba rebosante de actividad. Rick, situado convenientemente detrás de un cedro, veía cómo la esbelta rubia terminaba de hacer los ejercicios de calentamiento. Giró los brazos a la altura de los hombros, dejando ver un chándal con rodilleras, en el que se clareaban los codos. También las zapatillas de deporte eran viejas
No importaba, aunque hubiese estado envuelta en harapos, Rick habría seguido pensando que era la mujer más atractiva de la tierra. No sabía por qué. Fascinado, continuó mirándola mientras ella calentaba los músculos de las pantorrillas, doblándose hasta tocar con la frente los tobillos. Todos los movimientos eran fluidos y graciosos. Él siguió todos estos con avidez, cada giro, cada flexión, y tan pronto como comprobó que estaba lista para salir corriendo, salió de detrás del árbol, poniéndose justo en su línea de visión. A ella le llevó un instante reconocerlo. Él sonrió, y la saludó alegremente con la mano. Aunque estaba a varios metros de distancia, él pudo comprobar cómo fruncía en ceño en señal de sospecha. Al principio había pensado en correr a su lado, tratando de entablar conversación, pero la mirada que ella le dirigió le hizo replantearse la cuestión. En lugar de eso, simplemente dijo:
—Bonito día para ejercitarse, ¿no es cierto?
Ella lo miró sin decir nada. Rick sintió que la mandíbula se le había vuelto de piedra. Nunca en su vida se había tenido que esforzar tanto por conseguir atraer el interés de una mujer, ni tampoco había estado nunca tan decidido a conseguirlo. Era obvio que ella no se mostraba muy accesible en aquel momento, así que Rick decidió llevar su farsa un poco más lejos y comenzó a imitar los ejercicios que acababa de verla hacer. Poniendo las manos sobre las caderas, giró el torso varias veces. Por el rabillo del ojo pudo comprobar que ella seguía mirándolo. Complacido, le dirigió una de sus seductoras sonrisas, y después estiró una de las piernas tal y como ella había hecho, y lanzó su cuerpo hacia delante con la intención de tocarse el tobillo con la frente. Algo sonó en su espalda. La columna se le paralizó, y dejó de sentir la pierna que tenía estirada, mientras la otra comenzó a temblarle peligrosamente. Se percató de lo desesperado de la situación segundos antes de aterrizar de golpe con todo el cuerpo sobre el suelo. Estaba sufriendo una contractura en la pierna, y el dolor era intenso. Se agarró la pantorrilla con ambas manos y comenzó a girar sobre la hierba como una peonza sin importarle las miradas de asombro de los viandantes.
Cuando finalmente logró recuperar la compostura, el espacio que había junto al banco estaba vacío. Catrina se había ido. Rick volvió renqueando a la oficina, dolorido pero decidido. Tanto si Catrina lo quería como si no, se había convertido en un reto.
Le dolían todos los huesos de la espalda