Te quiero hasta el cielo. Carme Aràjol i Tor

Te quiero hasta el cielo - Carme Aràjol i Tor


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un componente terapéutico y, en este caso, la autora sale reconfortada. Pero, además, consigue un buen relato sobre la vida de su madre y su familia; de manera que hijos, nietos, bisnietos y todo aquel que lo desee dispondrá de este en el futuro. Y esto significa que Quimeta sobrevirá para siempre en este libro.

      Nolasc Acarín,

       Doctor en Medicina y

       especialista en Neurología

      ¿Por qué he escrito este libro?

      En realidad, hay muchos libros que hablan sobre el Alzheimer. Y es por ello por lo que ya disponemos de mucha información, tanto sobre este tema como sobre la manera de afrontar esta enfermedad. Reflexioné bastante al respecto y llegué a la conclusión de que, a pesar de ello, seguía queriendo escribir este libro porque creo que mi visión y mi experiencia pueden aportar algo más acerca de este tema.

      En este libro quiero reflejar mi manera de vivir, afrontar, entristecerme, llorar, disfrutar, agradecer, aprender de esta situación y mejorar como persona. Quiero hacer todo esto pensando que, quizás, en el abanico de personas tan diferentes que habitan este mundo, a algunas de ellas pueda resultarles interesante y útil este libro en el caso de que tengan que afrontar su propio reto personal.

      Antes de decidirme a escribir estas páginas pasé por un proceso ambivalente, lleno de dudas por una parte y, por otra, de ganas de explicar mi experiencia. Hasta que, por fin, tomé la decisión de hacerlo. Al principio, cuando empecé a ocuparme de mi madre, expliqué a Mercè, amiga y compañera de trabajo, todo lo que estaba haciendo y cómo afrontaba esta nueva etapa de mi vida y de la vida de mi madre. Ella me animó a escribir un libro en el que explicara mis vivencias, porque también consideraba que la manera como yo estaba afrontando esta situación podía ser útil para mucha gente. Cuando así me lo dijo, pensé que nunca lo escribiría; primero, porque no me apetecía escribirlo; y, segundo, porque me parecía que no sería capaz de hacerlo.

      Poco a poco, la idea de escribir mis experiencias cada vez adquiría más fuerza. Había momentos en los que pensaba que mi amiga tenía razón y que podía ser muy bueno escribir un libro sobre la enfermedad de Alzheimer que sufría Quimeta, mi madre. Después de un tiempo de reflexión, asumí que era una buena idea pero, a pesar de haber aceptado este reto, yo no hacía nada para que este se convirtiera en una realidad, no tomaba ninguna decisión al respecto ni reflexionaba sobre cómo quería que fuera.

      El verano de 2003, hice la primera etapa del Camino de Santiago y, un día, caminando por aquellos parajes tan extraordinarios, surgió con mucha fuerza un impulso de mi interior que me decía que tenía que escribir un libro sobre la enfermedad de mi madre y sobre mi experiencia. Me sorprendí mucho al sentir esta guía interna que se manifestaba con toda su intensidad. Incluso podía ver cómo debía ser el libro. Expliqué mi experiencia a un compañero del Camino y me dijo: “Claro. Tienes que escribir este libro, con él vas a ayudar a mucha gente”. Estos son los pequeños mensajes que da este Camino tan especial.

      A partir de este momento, estuve segura de que escribiría el libro. Fue entonces cuando otra amiga, Alicia, a quien le encantaba que le explicara historias sobre Quimeta porque le parecían muy divertidas, me preguntó si tomaba notas de todo lo que nos ocurría. Le contesté que no, porque confiaba que en el momento de escribirlo me acordaría de todo. Y ella me insistió en que tomara notas. Y fue a partir de este momento que, gracias a sus recomendaciones, empecé a registrar mis vivencias e impresiones; y ahora me doy cuenta de cuán útiles fueron sus consejos. En este libro describo el proceso de la enfermedad de mi madre y cómo ha sido mi experiencia en este proceso.

      El hecho de ocuparme de Quimeta durante todos estos años me ha ayudado a llenar un saco de vivencias -la mayoría de ellas enriquecedoras-, algunas positivas y otras no tanto. Pero ahora, cuando miro hacia atrás, puedo decir que también han sido aleccionadoras y, al fin y al cabo, positivas. Espero que este libro sirva a los lectores y que les ayude a reflexionar sobre esta enfermedad y la manera de afrontarla. Y, especialmente, deseo que les ayude a abrir su corazón, como me ha pasado a mí; y que este amor lo puedan proyectar ayudando a hacer la vida más agradable a las personas que sufran esta enfermedad o alguna otra.

      Quimeta nació el 15 de agosto de 1921 en Martinet, provincia de LLeida, comarca de La Cerdanya. Es hija de Antonia y Jaume y tiene tres hermanos: Pepet, hijo de Jaume, y Antonia; Jaume, hijo de Antonia y de su primer marido; y María, hija de Jaume y de su primera esposa. Los tres hermanos ya han fallecido.

      Durante su infancia, Quimeta estaba muy unida a su hermano Pepet. Se querían mucho porque eran los hijos menores de la familia -Quimeta era cinco años mayor que su hermano-, y ambos eran hijos de Jaume y Antonia.

      Una vez, su padre les advirtió que no cogieran frutos de un peral que tenían en el huerto -y que producía las peras de invierno llamadas peras de Puigcerdà-, delante de casa. Los dos hermanos obedecieron, no cogieron ninguna; pero como las peras eran muy buenas decidieron que se subirían al árbol y, sin arrancar ninguna pera, se las iban comiendo poco a poco, mordisco a mordisco, hasta que del árbol solo colgaba el corazón de la pera. Por tanto, obedecieron a su padre, ya que nunca arrancaron ninguna pera del árbol. Esta anécdota, que siempre me hizo mucha gracia porque era para mí un reflejo de su carácter dócil y, a la vez, de su inocente picardía.

      Quimeta era una niña muy guapa y delgada, y cuando llegó a la edad adulta a su hermano mayor le gustaba regalarle vestidos de alta confección de la tienda de la cual era propietario, ya que a Quimeta le quedaban muy bien. Siempre había sido guapa y cualquier pieza de ropa la sabía llevar con elegancia.

      Se casó a los veintiún años con Josep, mi padre, que era de La Seu d’Urgell. Josep era trece años mayor que ella y cada semana iba a festejar a mi madre en bicicleta, desde La Seu a Martinet, a unos veinticinco kilómetros. Cuando se casaron, ambos se fueron a vivir a la ciudad de la que procedía mi padre y tuvieron cuatro hijos: Antonia, Josep -que murió antes de nacer- Jaume -el más pequeño- y yo, que soy la mayor.

      Quimeta siempre fue una mujer muy despierta, de una gran inteligencia natural a pesar de haber estudiado muy poco, únicamente los estudios primarios. Tenía muy buen criterio, era muy fuerte interiormente y siempre conseguía lo que se proponía. También era una gran cuidadora de su familia, muy generosa y buena administradora, ya que a pesar de que mi familia no tenía mucho dinero, ella se administraba muy bien y sabía marcar prioridades en el gasto, por lo cual el dinero siempre llegaba para todo lo que se necesitara en la casa. Durante su vida, había pasado por muchas situaciones difíciles pero, aparentemente, estas no le habían afectado mucho a su carácter, ya que era una mujer fuerte, alegre, positiva, nada rencorosa, generosa, muy agradecida y muy fiel en sus convicciones. Era muy querida por sus vecinos, tanto por los de La Seu d’Urgell, como por los de Barcelona, a donde más tarde se mudó.

      Cuando yo tenía diez años, toda la familia nos marchamos de La Seu d’Urgell porque a mi padre, que era secretario de ayuntamiento, lo trasladaron a las Islas Canarias como secretario de El Paso, un pueblo de la isla de la Palma. Mi madre y yo le acompañamos, aunque mi hermana Antonia, en un primer periodo, se quedó con mi abuela Antonia, que en esta época ya vivía en Barcelona con su hijo Jaume. Más adelante, Antonia -mi hermana- se reunió con toda la familia en Canarias y allí mi madre se hizo amiga de unos ganaderos que vivían junto a nuestra casa y nos vendían la leche de vaca recién ordeñada. El matrimonio tenía dos hijos, Roberto y Juanito, y a este último, que era paralítico, mi madre lo quería mucho. Su padre le había hecho una silla de ruedas de madera que no funcionaba muy bien, y en uno de los viajes que mi madre hizo a Barcelona compró una silla de ruedas de segunda mano para Juanito y se la regaló. Nuestros vecinos adoraban a mi madre, pero quien más la quería era Juanito.

      Después de vivir tres años en las Canarias, volvimos a La Seu d’Urgell. Fue entonces cuando nació mi hermano Jaume, y muy pronto toda la familia nos fuimos a vivir definitivamente a Barcelona, ya que mi hermana y yo estábamos en la edad de empezar a estudiar una carrera y por entonces mi padre trabajaba de secretario de ayuntamiento en pueblos de los alrededores de Barcelona.

      El


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