Ádeiocracia, HIPERliderazgos, Nueva geografía del mundo, Sociedad de la pospandemia. Juan Alfredo Pinto Saavedra Girardot
de la Virgen de Luján y a los centros reconocidos a cargo de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios dando lugar a lo que en lenguaje moderno llamamos un “cluster” de la salud mental y del turismo religioso.
Allí conocí pacientes de muy variados orígenes sociales, gentes de familias humildes con toda suerte de padecimientos así como también personas de familias acomodadas o descendientes de exitosos inmigrantes europeos que amasaron fortunas dentro del ciclo de prosperidad incomparable que arrancó en 1862 con La República, prosiguió con la denominada era aluvial, una heterogénea creciente migratoria, innovadora y fecunda, la cual dio paso a la República Liberal (1880-1916), a la República Radical (1916-1930) y finalmente a la República Conservadora (1930-1943). No exentos de contradicciones y sesgos, estos ciclos políticos representaron avances notables y allanaron espacios para la aparición de remedos aristocráticos, oligarquías emergentes, clases medias urbanas, ciudades de corte europeo y una capital de clase mundial, Buenos Aires.
Argentina no ha sido un gran modelo de distribución, la Era Aluvial acentuó la diferencia entre las regiones interiores y las regiones litorales. Los campos se poblaron de chacareros pero el mayor crecimiento se registró en ciudades con el estilo de civilización que proyectaba París. La clase dirigente criolla comenzó a considerarse una aristocracia acrecentando los privilegios que la prosperidad le generaba sin mayor esfuerzo. Despreció incluso al humilde inmigrante que venía de los países pobres de Europa, vivía de otra forma e interpelaba la tradición nativa. Argentina, con inteligencia, fue neutral en las dos grandes guerras y eso le permitió desarrollar una industria de relevo, una burguesía nacional con capacidad emprendedora aunque no totalmente compacta. Llegada la paz, el capital europeo recuperó espacios y Argentina pagó tributo con sus conmociones internas, pero, a la vez, descubrió el potencial de nuevos recursos: petróleo, carbón, hierro, modernizó su ganadería y las curtiembres, las industrias vinícolas, los textiles, las manufacturas del cuero y la indumentaria, y, lo más importante, desarrolló un aparato educativo técnico y superior de gran mérito. El país modificó su escenario político. Conservadorismo y radicalismo fueron protagonistas. El primero representando a los poseedores de tierras. El segundo a las clases medias en ascenso deseosas de ingresar a los círculos de poder.
Esos ochenta años de acumulación, universidades, academias, sociedades científicas, incidieron en la transformación productiva y forjaron una pléyade de grandes figuras: José Ingenieros, Miguel Lillo, Alejandro Korn, Lino Spilimbergo, Leopoldo Lugones y aún el joven Jorge Luis Borges (1899). Esas ocho décadas inscriben a Argentina en el mundo y a Buenos Aires como la gran ciudad europea en América. Como lo recordó hace poco Mario Vargas Llosa al manifestar que el “Si llora por Argentina”, esta nación fue la primera del mundo en erradicar el analfabetismo al tiempo que su capital inauguraba la línea matriz del metro en 1913. Los períodos posteriores configuran una secuencia más agria que dulce a la cual hay que abonar mejoras sociales especialmente para la clase obrera y una generosa función pública hasta el exceso. Su caracterización y balance no han culminado. El historiador José Luis Romero la resume así: República de masas (1943-1955), República en crisis (1955-1973) y el ciclo repetido de inestabilidad política, dictadura, corrupción e inviabilidad económica cuyo final aún desconocemos .
Cuando visité por primera vez el Sanatorio de Open Door, conocí a Simona, una mujer alcoholizada, asesora de señoras de sociedad como instructora y “coach” de bridge, hasta quedar en estado de intoxicación irreversible. Ahora la encontré muy entrada en años. Me recibió llamándome por mi nombre con gran “memoria arcaica”, me dio un fuerte abrazo y exclamó: “Sabes, estamos idénticos y Argentina no ha cambiado casi nada, apenas ha empeorado, sigue en el fango de los discursos políticos, la polarización y la corrupción. A mí por lo menos me modificaron la medicación, me dan una dosis etílica de sobrevivencia que tal vez tu puedas mejorarme en este comienzo de año”.
La declaración de Simona parecía una síntesis dolorosa y certera. Me dí entonces a la tarea de revisar las cifras de las últimas dos décadas: Argentina vivió bajo ley de emergencia durante 16 de los últimos 18 años, cerrando el último año completo con su tercer “difault” del siglo, registra una devaluación del 100% y una inflación arriba del 50% en 2019. Con un déficit fiscal en más de 50 de los últimos sesenta años, afornta nuevas dificultades para servir la deuda y una fuga de capitales de US27mil millones entre enero y noviembre pasados. No solo se repiten los síntomas también los errores en políticas públicas recayendo una y otra vez en la inútil oscilación entre las prédicas neoliberal y neokeynesiana, matizada con medidas de moda pregonadas por los multilaterales: un nuevo cepo cambiario, impuestos a la compra de dólares, devoluciones de IVA a sectores vulnerables y la sucesión entre devaluación abierta o disimulada y una inflación galopante como efecto del traslado del componente importado al precio de los bienes. Simona tiene razón. Ahora, estrenando gobierno, con un Presidente joven y una Vicepresidenta con anclaje en el pretérito, viene la pregunta: Porqué Argentina, país que lo tiene todo, repite los errores sistemáticamente, como si viviera en modo “deja vu” en palabras de Tomás Carrió o, como lo resume el hombre porteño de la calle, el que encuentras en el boliche, en “La Biela” o en el café “Tortoni”, un país en el que si uno viaja 20 días y vuelve, parece que todo cambió, pero si uno viaja 20 años y vuelve, parece que nada ha cambiado. Ahora administramos nuestras expectativas para observar si Alberto Fernández tiene respuestas propias o es apenas una síntesis de sus antecesores. No obstante, tal como sucede respecto a Brasil, con independencia de los anacrónicos discursos políticos, no nos está permitido pensar en el futuro de América del Sur sin contar con Argentina, ese pedazo del cielo al que Dios colmó de todos los dones, exceptuando aquel que evita la condición casi esquizoide del paciente al cual la vida pareciera habérsele detenido en un instante traumático que el repite hasta el fin de sus días.
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