El guardián de la heredera - Las leyes de la atracción - Ocurrió en una isla. Margaret Way
que tienes mi número de teléfono, Amber? –preguntó Carol al contestar una llamada y descubrir que era Amber Coleman.
Su teléfono no estaba en la guía telefónica.
–Damon, por supuesto –respondió Amber, como si la pregunta fuera una estupidez–. Damon sabe que puede fiarse de mí. Y tú también, Carol. Me gustaría ser tu amiga. Sé que eres unos años más joven que yo, pero no me cabe duda de que tenemos cosas en común. Yo podría aconsejarte en lo referente a la ropa, a qué ponerte dependiendo de las circunstancias, ese tipo de cosas. Un pajarito me contó que compraste en Laura G. ese bonito vestido fucsia que llevabas en el restaurante donde te vi con Damon. Laura G. tiene cosas fabulosas.
A la gente le encantaba cotillear. No obstante, le dolía que Damon le hubiera dado a Amber su número de teléfono, a lo mejor también le había dicho que había sido una invitación a cenar como recompensa por haber sacado buenas notas.
No conocía bien a Damon Hunter. ¿La tendría cegada el amor? Debía madurar antes de enamorarse. De repente, dudas y sospechas le asaltaron. Quizá se convirtiera en algo crónico.
Amber Coleman le había llamado para quedar y tomar un café juntas. Y esperaba que ella no se negara.
Carol se sintió traicionada por Damon y rechazó la invitación, alegando estar muy ocupada.
–No es posible que no tengas un rato libre –Amber no pudo ocultar estar molesta–. Lo he hablado con Damon.
«¿No estará Amber intentando disgustarte?»
–Damon no es mi secretaria, Amber. Es más, tengo que colgar ya; de lo contrario, voy a llegar tarde a una cita. Gracias por llamar, Amber. Ah, y me gustaría conocer el nombre de tu pajarito; si ha sido Laura G., no creo que vuelva a verme.
–No, no, no, no ha sido Laura, aunque una sabe qué ropa ha salido de su tienda. Tiene un gusto exquisito. Ha sido Damon, me lo cuenta todo. Estamos muy unidos, por si no lo sabías.
–No, no lo sabía, Amber. Gracias por decírmelo.
* * *
Unos días después, a las puertas de la Navidad, Carol recibió una llamada telefónica de su tío Maurice.
–Vas a venir a Beaumont a pasar la Navidad, ¿no, querida? –preguntó Maurice con su típica voz aterciopelada y perfectamente modulada–. Tenemos que recuperar el pasado. Fue mi padre, como sabrás, quien lo controlaba todo. Todos queremos que vengas. Al fin y al cabo, es tu casa y te agradecemos que nos hayas permitido seguir aquí. Esta Navidad no sería una Navidad sin ti.
Por algún motivo que se le escapaba, su tío realmente quería que fuera.
«Ten cuidado».
–¿Estás loca? –gritó Amanda cuando ella se lo dijo–. ¿Y si quisieran deshacerse de ti? ¿No heredaría todo tu tío?
–Sí.
–¿Lo ves? –Amanda no necesitaba más pruebas.
–¿Quieres venir conmigo a Beaumont? Tus padres siguen en Escocia.
–¿Lo dices en serio? –Amanda pareció entusiasmada de repente.
–Claro que lo digo en serio. Hay montones y montones de habitaciones. Además, tú podrías…
–Sí, ya lo sé, vigilar, hacer de guardaespaldas. Vaya, Caro, esto es genial. Creo que Em iba a invitarme a pasar la Navidad con su familia, pero esto… ¡Beaumont!
Bien, asunto solucionado. Un tiempo atrás había pensado en invitar a Damon, pero ahora…
No, no podía invitarle después de su traición.
Le dolía mucho. Había momentos en los que se sentía sumamente triste.
«Será mejor que te acostumbres».
En el momento en que le vio entrar en la sala de reuniones sintió como si, súbitamente, la sangre le corriera hirviendo por las venas. Toda ella clamaba su atención.
«Patético. Eres una chica patética».
Le sorprendía cómo había empezado todo. Damon Hunter le había cambiado la vida.
–¡Carol! –Damon le saludó con una maravillosa sonrisa.
Entonces, Damon se acercó a ella y bajó la cabeza para darle un beso en la mejilla. Y, al parecer, ninguno de los presentes vio nada extraño en el gesto. Al fin y al cabo, ella solo tenía veinte años y su pequeña estatura la hacía parecer aún más joven. Incluso tenía la sensación de despertar sentimientos paternales en la gente que la rodeaba en esos momentos, tanto si eran hombres como mujeres. No comprendía que el equipo con el que trabajaba no solo la apreciaba, sino que la admiraba por su inteligencia y por los esfuerzos que estaba haciendo.
Se habían reunido para hablar de una zona a urbanizar, alrededor de la mesa había arquitectos e ingenieros. Al final de la reunión, Lew Hoffman tuvo la última palabra y dio el visto bueno a una excelente sugerencia de Damon, y se llegó a un acuerdo.
Carol se despidió y se estaba dirigiendo a los ascensores cuando Damon la alcanzó.
–¿A qué viene tanta prisa? –Damon había notado la actitud fría de Carol y estaba sorprendido.
Carol ladeó la cabeza y contestó:
–Perdona, Damon. ¿Querías hablar conmigo de algo en particular?
Damon se la quedó mirando y notó el sonrojo de sus mejillas. Carol llevaba un vestido sin mangas de seda color cobalto que hacía juego con sus ojos.
–¿Qué te pasa?
–¿Crees que soy un libro abierto? –fue la inesperada y extraña respuesta de ella.
–Carol, vamos, dime qué te pasa.
–Nada. Estoy bien, Damon –Carol le dedicó una sonrisa.
Pero él no se dejó engañar.
–Sé que te pasa algo, deberías decírmelo.
Uno de los ascensores llegó. La puerta se abrió. Damon la tomó por el codo y ambos entraron. Él pulsó el botón y el ascensor comenzó a descender.
Carol no tenía intención de confesarle el motivo de su disgusto. Pero la adrenalina la traicionó.
–¿Por qué le has dado mi número de teléfono a Amber Coleman?
–¿Te importaría repetir lo que has dicho?
–Amber Coleman, tu amiga íntima –dijo ella con énfasis–. Me ha llamado por teléfono para tomar un café conmigo y charlar.
–¿Lo dices en serio? –la expresión de él se tornó sombría.
–Sí. Puede que sea tu amiga, pero a mí no me cae bien.
–Eso ya lo sé, Carol.
–Razón de más para que no le dieras mi teléfono.
–Así que estás convencida de que he hecho eso, ¿eh?
Salieron del ascensor y se dirigieron hacia la calle. Una vez fuera, Damon la hizo detenerse.
–¿Estás diciendo que Amber te ha dicho que yo le he dado tu número de teléfono?
–Y lo ha subrayado –contestó Carol.
–¿Y tú la has creído? –preguntó Damon con brusquedad.
«Nuestra primera discusión».
–Bueno… Sí…
–Ya –Damon hizo una pausa, como si estuviera haciendo un esfuerzo por calmarse–. ¿Te acuerdas de lo que me dijiste de la confianza mutua?
–No se te ocurra aleccionarme, Damon –declaró ella enfurecida.
Damon vio la tensión de ella reflejada en su rostro