La política de las emociones. Toni Aira

La política de las emociones - Toni Aira


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declaraciones del presidente norteamericano se emitieron poco antes de que entrase en vigor la prohibición temporal de entrada a Estados Unidos de los extranjeros que hubiesen visitado China los previos 14 días, una medida que la Administración Trump había anunciado dos días antes. Hasta entonces, se habían confirmado tan solo ocho casos de coronavirus en Estados Unidos. Las autoridades del país aseguraban tener bajo control a todos los infectados y llamaban a la calma a quienes temieran una réplica de la situación que se había dado en China, donde el coronavirus en aquel momento se había cobrado la vida de 305 personas y había infectado a otras 14.380. A finales del siguiente mes, en marzo, Estados Unidos se convertía en el país con más contagios confirmados de Covid-19 en todo el mundo, más de 125.000, superando los 2.000 muertos por esta causa.

      Por el camino, eso sí, en lo que Trump no había fallado había sido en su estrategia de tirar del odio para defender su proyecto y su gestión errática de la crisis, con constantes idas y venidas. No falló en eso ni en su tendencia a convertir todo lo que le rodea en un gran show (televisivo). De hecho, a finales de marzo de 2020, el magnate metido a político empezó a pisar como no había hecho nunca durante su mandato una sala de prensa de la Casa Blanca que hasta entonces había contado con su presencia en muy pocas ocasiones. Y se puso a ello a diario, cada tarde, con una media de duración de las comparecencias de hora y media. Se tenía que notar que es un amante de la televisión y que le gusta ocupar horas de antena además de espacio en el time line de Twitter. Pero las opiniones contradictorias que en estos espacios emitían Trump y sus asesores (técnicos), unido a la desinformación que ahí esparcía el presidente, por ejemplo hablando de inyectar lejía y luz solar a pacientes con coronavirus, hicieron plantear a algunas cadenas la conveniencia de emitir en directo esas ruedas de prensa, al no considerarlas lo suficientemente fiables en un momento crítico que reclamaba más meticulosidad y responsabilidad que nunca con las informaciones emitidas por el Ejecutivo.

      Y es que, en general pero en concreto ante una crisis de las dimensiones de la provocada por el estallido del coronavirus, lo peor que puede hacer un líder institucional es confundir más a la población y no ser sinónimo de confianza y de seriedad. Pero a finales de marzo, con un Trump que aplicaba una gestión errática contra la Covid-19 y con su extensión descontrolada, seguía protagonizando horas de televisión a diario y de entrada iba beneficiándose de ello, con un índice de popularidad que el 28 de aquel mes había subido 5 puntos, hasta el 49%, la cifra más alta desde que llegara al poder. Una tendencia típica que ante grandes crisis de esta índole acostumbra a llevar a muchos ciudadanos y a la mayoría de fuerzas políticas a cerrar filas tras su gobierno y su presidente, pero también algo incentivado porque un Trump constantemente presente en los medios eclipsó las primarias demócratas, con el entonces favorito Joe Biden confinado en su casa y a duras penas haciéndose un hueco entre la atención de la opinión pública hasta que Bernie Sanders anunció su renuncia a la carrera presidencial y le dio un punto de notoriedad. Mientras, Trump, en vez de informar, aprovechaba las ruedas de prensa en la Casa Blanca para atacar a sus adversarios políticos, a la prensa y a China. Esto último con especial énfasis y dedicación. Su típico discurso del odio, en este caso contra los chinos.

      En rueda de prensa el mismo día en la Casa Blanca, e interrogado por los reporteros sobre si no tenía ningún problema con que alguien de su equipo se refiriera al coronavirus con los apelativos racistas de «Kung Flu» o «gripe china», el presidente contestó que «no» y que probablemente todo el mundo «estaría de acuerdo al 100%» en llamar así al coronavirus. Sin importarle que aquello pudiese estar dando vía libre para que algunos atacasen a la comunidad asiática en su país. Sin importarle eso o siendo consciente de los frutos que algunos como él recogen cuando agitan sentimientos como el odio contra otros, que así les sirven a la vez de escudo y de trampolín.

      Escudo, por ejemplo, ante los posibles efectos negativos de un empeoramiento de la situación económica, que era su gran baza de cara a la reelección antes del estallido de la crisis del coronavirus. La injusticia manifiesta de las desigualdades económicas y de estructura sanitaria en los Estados Unidos, además, estaba claro que haría que quienes más sufrieran las consecuencias del virus fueran las capas sociales menos favorecidas, un granero de votos para un Trump que desviando el sentimiento de rechazo, por ejemplo hacia los chinos, tenía opciones de desgastarse menos. Más aún, que así tenía opciones de protagonizar horas de televisión interpretando su predilecto y rentable papel del león del circo (político).

      La Venus de Samotracia, una escultura también conocida como la diosa de la victoria Niké, aun sin tener brazos ni cabeza (eso sí, con dos alas) es muy conocida, seguramente como pocas otras vecinas suyas en el Museo del Louvre de París. ¿Por qué? Los motivos son, como pasa casi con todo, varios. Pero, entre ellos, sin duda, primero jugó a su favor un factor de ubicación, de aquello que Francis Underwood en la serie House of Cards describía como crucial en política: «Location, location, location». Así, si bien esta escultura se expuso por primera vez en 1883 junto a muchas otras, como una más, su suerte cambiaría cuando los responsables del lugar decidieron ubicarla en una gran y visible escalinata. Todo el mundo pasaba por allí, la veía sin competencia alrededor y la mostraba en todo su esplendor. Eso le dio una gran publicidad. Ese estar en el centro de todas las miradas, en el centro de la pista, es lo que impulsó la inédita carrera política de un Donald Trump que disfruta de atraer los focos de las cámaras, por mucho que después critique a los medios de comunicación. Siempre le había jugado a favor, en el contexto de una campaña electoral o con el viento de la economía a favor, pero el estallido de la crisis del coronavirus, a la que él negó importancia en origen, expuso como nada antes sus lagunas en clave de líder institucional. Y él respondió con su estrategia de defensa habitual: un agrio ataque.

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