Ellos. Lorena Deluca
en detalles,
precisamente cuando cobran sentido
y los hace especiales.
Ella
Ella despertó a su lado, hacía frío. El sol de las ventanas transmitía algo de calor a través de sus rayos. El hogar estaba apagado, y como encenderlo era su tarea, pensó en despertarlo, pero, finalmente no lo hizo. Miró alrededor, y mientras lo observaba muy de cerca, pudo aún sentir su aroma. Le pareció que se trataba de un perfume amaderado, de esos que se conjugan con el ámbar y acordes balsámicos, haciéndolo seductor con la primera impresión al propiciar un carácter todo terreno para usar en cualquier momento del día.
Le gusta a Ella su manera de expresarse, le resulta atractivo e inteligente, además de dejarla en más de una ocasión sin palabras y con una extraña sensación de percibir en ese encuentro algo de sustancia.
A medida que Ella se acerca a su mundo y sus recuerdos, siente atracción hacia Él, mezcla de interés, deseo de estar y ser deseada.
A Él le gusta jugar a ser otro: “Rodión Raskólnikov”, interesante elección dirá Ella, y una vez más la sorpresa de haber vivenciado en tiempos parecidos y también precisos: “en este preciso momento...”, dijo Él, el mismo gusto tanto en la música como en una lectura. De allí lo curioso —de Ellos— que, sin saber, recorrieron algunos senderos con iguales detalles. Ahora Ella recuerda que, hace muchos años, le recomendó a alguien a quien quiere y admira que leyera ese libro, no solo por su contenido, sino además porque identificó del personaje de Rodión varios rasgos de su personalidad. Para entusiasmarlo le contó que se trataba de una historia donde los sentimientos llegaban a cobrar una dimensión relevante. Desde entonces y ofreciéndole, al tiempo, una segunda genialidad: El malestar en la cultura (S. Freud), jamás pudo desprenderse de la palabra escrita, tomándola como hábito, más allá de la música, que siempre fue su alimento y pasión.
Él escribió: “... que algún día seguramente le contaría con detalles todas las cosas que vivió desde aquella época en la que se conocieron”, a lo que Ella contestó —en tono risueño— que todas las cosas con detalle serían un gran ejercicio de la memoria, que únicamente podría esperar de su parte, pensamiento que deduce por algunos destellos, recordándolo en su aplomo de hombre impecable, controlado, aplicado, minucioso. Posiblemente, lo que Ella pueda agregar a su relato sean solo algunas imágenes grabadas en su retina: la frase “Ella es una excepción” —escrita en papel—, la imagen de Él en la parada de un colectivo —esperándola—, una caja de alfajores Havanna junto a un regalito de cumpleaños y unos pocos besos escondidos; no mucho más. Quizá, más que traer remembranzas, se inclinaría por ir descubriendo las historias de ambos, al recorrer juntos aquello que cuentan, a fin de proteger ese mágico espacio de encuentro que Ellos ahora tienen.
“Como siempre fue protector...”, sabrá cuidarla.
Él dijo: “Había caminado por los mismos senderos de las palabras-refugio”. Tal vez, por su manera de observar de lo cotidiano ciertas cosas, descubrió la necesidad de escribir desde otro lugar y rescatar lo verdaderamente trascendente. De esta manera, cada vez que algo del malestar se presentaba, su refugio terminaba siendo la escritura. Reconoce además que esa costumbre la llevó a leer más, y crecer en las prácticas de su trabajo, dedicándose hoy a acompañar a aquellos que se encuentran transitando nuevas etapas en su vida. En definitiva, respondiendo al amor en su demanda.
Esta vez se encargó Ella de encender el hogar, y cuando el calor llegó a Él, tímidamente se acercó a besarlo en la comisura de sus labios, cuidando de no despertarlo, mientras sonaba “Every Day I Love You”, de Bayzone.
El tema del azar
Las piezas del azar se ordenan
en un momento maravilloso,
justo cuando acontece lo creativo del encuentro.
Él
El otoño ya se había instalado y los primeros fríos empezaban a sentirse en la piel. Ella le había pedido que se ocupara del hogar, del vino y del chocolate para el invierno que se avecinaba. Por su parte, le pidió que llevara libros para compartir alguna lectura y conocer su mundo literario, y también algunas frazadas para acurrucarse —con Ella— debajo.
Afuera estaba gris, el viento desparramaba hojas amarillas, rojizas y otras de un color parecido al dulce de leche, pero ese que se elabora de forma artesanal, y en su preparación esconde el secreto.
Ellos habían construido un lugar para habitar y protegerse siendo cómplices de ese mundo. Así como el viento lo hace con las hojas, la vida y el azar los había juntado de una manera misteriosa.
Esa noche había llevado un Trumpeter Malbec y un chocolate amargo, y otro no tanto para variar. Estaban sentados en el sillón, con las piernas un poco entrelazadas, alumbrados por la tenue luz del hogar. Se había puesto su perfume Fahrenheit, apenas unas gotas en el cuello, ya que era intenso, y además por si a Ella le resultaba fuerte.
Hasta en esos detalles le gustaba cuidarla.
En ese espacio de intimidad le cuenta lo bien que se sentía al haberla encontrado. Encontrado en aquellos primeros tiempos, reencontrado ahora en este momento de sus vidas.
Para Él, el azar siempre fue un tema intrigante, la relación entre las causas y los efectos, entre situaciones o cosas, que no parecen tener vinculación pero que, frente a una atenta mirada, revelan una trama de acontecimientos finalmente inevitables.
Los encuentros son azarosos, y para que haya encuentro verdadero, antes tiene que haber un patrón de búsqueda, casi siempre inconsciente —en el mejor de los casos—, le decía, convidándole un pedacito de chocolate.
Una persona comienza a ser especial para otra cuando de algún modo se siente (es algo que se siente, no que se piensa), y se va incorporando —de repente— a los pensamientos cotidianos, a la realidad: una frase, un aroma, un color, la presentifican.
Desde que la conoció aquella tarde —donde el sol cayendo desde la ventana la iluminó— Ella siempre estuvo en Él. En su momento le resultó especial porque sentía que era, en conjunto, un ser que le hizo tomar conciencia de aquello que, de una mujer, lo movilizaba.
Alguien es especial —agregó— cuando se produce ese encuentro azaroso entre esa especie de esquema previo y un ser que reúne una serie de características —todas juntas— articuladas como las notas de una melodía, que solo alguien en particular puede escuchar, desbordando un poco ese esquema. Pensó que podría nombrarlas, pero en verdad no era posible, porque se trataba de un todo.
Hoy prefería definirlo como el ser de la otra persona.
Recordó que le había dicho que era una excepción. Ahora Ella tenía un brillo extra: su gusto por la lectura y la escritura.
Estaba concentrado hablando, cuando de pronto la miró, y reconoció en su sonrisa —especial como su voz— ese brillo.
Se estiró para poner algo de música (“Cry me a river”, de Diana Krall), quedando algo recostados en el sillón, casi sin tocarse o casi tocándose, sintiéndose cerca. Su blusa traslucía lo turgente de aquello que captó su mirada. Se sintió atraído, y en ese deseo de tocarlas, desabrochó uno a uno cada pequeño obstáculo hacia ellas. Apenas rozó el encaje de esa tela negra, siempre negra, percibió la suave erección que con caricias invitaba a besarlas. Ella observaba esa serie dulce y sutil de movimientos que con sus labios creaba. El calor se extendió a todo el cuerpo, aventurando en el camino nuevos lugares de encuentro.
El poder de la palabra