Un pirata contra el capital. Steven Johnson
una vida que se hace más intrigante y misteriosa cuanto más escarbamos en ella. No obstante, también describe un tipo de arco vital, la historia de cómo algunas de las instituciones más poderosas de la historia moderna nacieron a partir de una idea en ciernes, prometedora pero no ineludible, para terminar conquistando el mundo.
Este libro no quiere ser un análisis exhaustivo del auge de esas instituciones, sino que se interesa mayormente por un desafío clave que amenazó con empañar el triunfo último de estas. Solemos pensar que las grandes organizaciones como corporaciones e imperios nacieron a través de una deliberada planificación humana. Cada estructura imponente se habría construido, ladrillo a ladrillo, a partir de un concepto arquitectónico o de diseño. No obstante, la forma que adquiere una institución en última instancia no nace de la mente de un maestro ingeniero, sino que se labra mediante los desafíos que se presentan ante sus límites exteriores, del mismo modo que la línea costera es en parte esculpida por el embate incesante de muchas olas pequeñas. Los valores centrales de las instituciones de más largo aliento suelen quedar fijados primeramente por los fundadores y los visionarios que la historia convencional lleva al primer plano, por razones entendibles. Sin embargo, la estructura final de esas organizaciones –los límites de su poder, los canales a través de los cuales lo materializan– quedan muy a menudo definidos por los casos marginales y por las colisiones contra sus fronteras, tanto geográficas como conceptuales.
En ocasiones, en esas colisiones participan organizaciones igualmente poderosas, como se dio en los enfrentamientos entre el Imperio mogol y la Corona británica que dan vida a muchos de los acontecimientos narrados en este libro. A veces, sin embargo, la colisión viene dada por una fuerza mucho más pequeña: un barco que surca el océano Índico con menos de doscientos hombres a bordo, liderado por un hombre que lleva casi dos años soñando con ese encuentro en alta mar.
La tripulación había bautizado aquel barco con el nombre de Fancy catorce meses antes del duelo, en septiembre de 1895. Su capitán, por otro lado, era conocido por muchos nombres distintos.
1 Parker, 2014, p. 63.
2 Steele, 1994, p. 360.
Primera parte
La expedición
i
Los orígenes
newton ferrers, condado de devonshire
20 de agosto de 1659
En algún momento del año 1670 un joven proveniente del condado de Devonshire, en el conocido Sudoeste inglés, se alistó a la Marina Real británica. Dado que ese joven terminaría pasando el resto de su vida adulta en el agua, es posible que se presentara voluntariamente al servicio. El voluntariado prestaba varias ventajas económicas: la marina ofrecía dos meses de salario por adelantado, aunque se esperaba que el nuevo recluta dedicase parte de esos fondos a comprar su equipamiento (incluida la hamaca en la que dormiría a bordo). Los voluntarios novatos, además, recibían respaldo frente a sus acreedores si tenían deudas de hasta veinte libras. No obstante, casi la mitad de los marineros de la Marina Real habían sido reclutados forzosamente merced a una de las instituciones más infames de la época: la leva.
Ser un varón joven en la Inglaterra del siglo xvii –especialmente un varón joven sin muchos recursos económicos– equivalía a vivir con un miedo constante a la leva, que era puesta en práctica por pandillas ambulantes de agentes oficiosos de la marina conocidos habitualmente en inglés como press-gangs. La leva era una especie de híbrido entre el reclutamiento o llamada a filas y un secuestro patrocinado por el Estado. Un chico de diecisiete años podía estar esperando a alguien en la esquina de su calle, sin meterse con nadie y, de repente, aparecía una press-gang, lo agarraban entre varios y le hacían una oferta al estilo El padrino que nadie se sentía capaz de rechazar: podía unirse a la marina voluntariamente o sería obligado de lo contrario a cumplir otro tipo de servicios en condiciones mucho peores. Le daban a elegir, pero al final terminaría a bordo de un barco de la Marina Real británica.
Los marinos recién levados se topaban con una lúgubre realidad en los barcos en los que eran retenidos hasta que se les asignara un navío u otro. Un texto del siglo xviii titulado The Sailors Advocate [El adalid de los marinos] describe la escena: “Rara vez se encontraban a bordo del barco de guardia menos de seiscientos, setecientos y ochocientos hombres a la vez; no disfrutaban de comodidades de ningún tipo, se veían obligados a dormir en las cubiertas, confinados, y a comer lo que encontrasen, pues carecían de provisiones apropiadas; esto ocasionaba trastornos de salud y, en ocasiones, seis, ocho o diez reclutas morían en un solo día; otros se ahogaban tratando de escapar lanzándose al agua y sus cuerpos aparecían flotando río abajo”.3
Este servicio de leva para la marina nació en parte porque durante la era de los descubrimientos había una enorme demanda de mano de obra en el mar que no se cubría con los incentivos financieros en vigor. El cambio del feudalismo tardío al primer capitalismo agrario y los grandes trastornos que alimentarían el crecimiento de los centros metropolitanos en los siglos siguientes habían descabezado toda una clase social –la de los jornaleros que trabajaban en pequeñas explotaciones cooperativas–, convirtiendo a sus integrantes en profesionales independientes itinerantes. Cuando el siglo xvi llegaba a su fin había tantos vagabundos que se les terminó tachando de enemigos públicos, desencadenando una de las primeras oleadas de pánico moral de la era pos-Gutenberg. Había nómadas por todos lados, familias enteras perdidas en un paisaje económico cambiante. Los siervos, que antaño vivían anclados en un sistema feudal opresivo pero siempre coherente, se encontraron como madera a la deriva en la corriente del capitalismo temprano. A todos los que se sentaban en las orillas observando el correr del agua aquellos cambios debieron de parecerles como las películas modernas de invasiones zombi: un día te despiertas y te das cuenta de que las calles están llenas de gente que no solo no tiene casa, sino que además les faltaba otro tipo de hogar, más existencial; esa gente no sabía siquiera qué tipo hogar debían buscar.
En 1597, el Parlamento aprobó una ley contra la vagancia cuyo objetivo era combatir la lacra de las personas sin hogar. El texto de la ley incluye un catálogo casi jocoso de los distintos tipos de vagabundos que merodeaban los caminos públicos y las plazas de los pueblos y ciudades de Inglaterra:
Eruditos vagabundos buscando limosna, marinos naufragados, personas ociosas que aplican mañas sutiles en el juego de azar o en la videncia del futuro, celadores, alcahuetas, recaudadores de limosnas para instituciones, esgrimistas, domadores de osos, músicos comunes o juglares, malabaristas, caldereros, buhoneros y quincalleros, personas capaces que vagabundean y jornaleros que se niegan a trabajar por el jornal corriente, pensionistas retirados, vagabundos que fingen haberlo perdido todo en un incendio, egiptanos o gitanos.4
La Ley de Vagabundos transmitía un claro mensaje a las autoridades locales: a todos estos personajes se les debería “desnudar de cintura para arriba y azotar hasta que sangraran, para luego enviarlos a su lugar de nacimiento o de última residencia”. La ley también dio poder a las press-gangs. Si los eruditos vagabundos y los malabaristas no querían terminar siendo azotados en público medio desnudos, deberían unirse a las filas de la Marina Real. ¿Qué mejor manera de limpiar las calles de los refugiados de un orden feudal caído en desgracia que enviándolos al mar?
Ya se uniera a la marina motu proprio, ya se viera obligado por las cuadrillas de leva, ese marinero de Devonshire habría crecido en una cultura muy marcada por las historias de la vida marinera. Ninguna otra región británica está más íntimamente relacionada con la aventura marítima que el Sudoeste de Inglaterra, la aguda península de tierra sembrada de abruptos páramos que incursiona en el Atlántico encajada entre los canales de la Mancha y de Brístol. Casi todos los lobos marinos legendarios de la era isabelina procedían de esa región. Tanto Walter Raleigh como Francis Drake nacieron en Devon. Los marinos del Sudoeste inglés encabezaron muchas batallas navales en nombre de la Corona –incluida la batalla contra la Armada Invencible española en 1588– y muchos de ellos también se pasaron a la piratería. (Los dos piratas más infames del