No podrán apagar el amor. Eloísa Ángela Ortiz de Elguea
CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Declaración acerca de ciertas cuestiones de Ética Sexual, Buenos Aires, Paulinas, 1975 (8). El documento asume la distinción entre estructura y ejercicio de la homosexualidad. Una de carácter transitorio, producto de una falsa educación, desarrollo sexual anormal o hábito mal adquirido; y otra de carácter definitivo “a causa de cierto instinto innato o constitución patológica” calificada como incurable. Cf. M. VIDAL, Sexualidad y Condición Homosexual en la Moral Cristiana, Buenos Aires, San Pablo, 2010, 122-123. El moralista toma una carta de Juan Pablo II enviada a los obispos de Estados Unidos en el año 1979, donde el papa recoge una afirmación previamente realizada por los obispos estadounidenses: “la conducta homosexual, en cuanto distinta de la orientación homosexual, es moralmente deshonesta”.
21- COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, En búsqueda de una ética universal: una nueva mirada sobre la Ley Natural, Conferencia Episcopal Argentina, Buenos Aires, Oficina del Libro, 2011.
22- BENEDICTO XVI, Deus Caritas Est. Carta apostólica a los obispos, a los presbíteros y diáconos, a las personas consagradas y a todos los fieles laicos sobre el amor cristiano, Buenos Aires, San Pablo, 2006.
23- M. FARLEY, Personal Commitments. Beginning, Keeping, Changing, San Francisco, HarperCollinsPublishers, 1990.
24- Cf. P. RICOEUR, PAUL, Introducción a la Simbólica del Mal, Buenos Aires, Megápolis, 1976, 43. El filósofo dice que la simbólica del mal se constituye en elemento trágico del mal, porque el mal ya está allí donde nacemos. Es un mal que no se puede desglosar en culpabilidades individuales y en faltas actuales, y tiene poder en nuestra impotencia generando toda clase de mitos diferentes. Todos ellos parten de esquemas exteriores.
25- Cf. M. FARLEY, Personal Commitments. Motiva a la autora el sufrimiento de personas infectadas de HIV, por lo que recurre a la consideración de la “realidad concreta” como premisa indispensable, a fin de ofrecer respuestas y cuidados adecuados.
26- M. FARLEY, Just Love, 285.
27- Cf. G. IRRAZÁBAL Recensión de Margaret A. Farley, Just Love. A Framework for Christian Sexual Ethics, New York-London, Continuum, 2008: Teología 103 (2010) 175-180.
28- Cf. JUAN PABLO II, Dives in Misericordia, Buenos Aires, San Pablo, 19982 (14).
29- Cf. FRANCISCO, Misericordiae Vultus. Bula de Convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, Buenos Aires, Paulinas, 2015.
30- Cf. M. FARLEY, Compassionate Respect, 66-79.
31- G. IRRAZÁBAL, «Sean misericordiosos. La fe y la vida a la luz de la misericordia»: Moralia 38 (2014) 7-37, 13.
32- Cf. W. KASPER,, La misericordia. Clave del evangelio y de la vida cristiana, Santander, Sal Terrae, 2012, 92. El cardenal, tras un exhaustivo estudio del término misericordia en las Escrituras, nos dice que por ser atributo de Dios guarda una particular relación intrínseca con la santidad, la justicia y la verdad.
Introducción
El valor simbólico de la sexualidad humana como expresión de amor
Para interpretar lo plenamente humano del encuentro sexual de dos personas que se aman, resignificaremos la dimensión comunicativa y trascendente que éste comporta. Partiremos de la idea que la dinámica de cercanía, encuentro y abrazo, lejos de quedar reducida a lo puramente biológico, adquiere verdadero valor simbólico en tanto mensaje interpersonal profundo y misterioso a la vez.
Aquellas argumentaciones de línea biologicista o conductual que no han tenido en cuenta los aspectos psíquicos, son las que han favorecido la disociación del factor humano separando el soma de la psiquis. Afortunadamente, ha sido la psicología la que ha traspasado esa frontera cuando Freud habló de la “libido” como expresión psíquica energética del instinto sexual, para luego sintetizar con el término “psicosexualidad” e incluir en él una realidad amplia y compleja bajo el término Liebe (amor). Con posterioridad, el padre del psicoanálisis incorporó el concepto “Pulsiones de vida” entendido como conjunto de fuerzas orientadas a la aspiración de mantener un vínculo con el objeto de amor. El conjunto de estas pulsiones vitales pasó a ser conocido como eros. (1)
Lo cierto es que lo propio del ser humano es la unidad de materia y espíritu que se hace presente de modo insondable. Así lo confirma el apóstol Pablo: “Que todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo se conserve sin mancha hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1Tes 5, 23b). Es así que varones y mujeres ya sea como espíritus encarnados o como cuerpos espirituales, se manifiestan por medio de sus expresiones somáticas. Por ello entendemos que el cuerpo humano no es un simple elemento de la persona, es el ser humano mismo que se revela y comunica por medio de esta estructura suya. Este es el argumento que confiere al cuerpo valor simbólico, pues sus acciones suelen expresar una dimensión más profunda, tal como la acción de besar atestigua el sentimiento de afecto. Desde este ángulo afirmamos que el cuerpo es epifanía de nuestro ser interior personal, por ser posibilitador de encuentro y comunión con los otros/as, denotando un sentido transcendente, de apertura y revelación. (2)
La corporalidad aparece en la manifestación de varón o mujer, con características diferentes que no necesariamente radican en una determinada anatomía. La experiencia muestra que los contornos de lo masculino y lo femenino no siempre aparecen claramente definidos. “A las diferencias biológicas y corporales corresponden otras anímicas, aunque el medio ambiente y la presión social acentúen, eliminen o impongan ciertos patrones de conducta”. (3) Esta apreciación, si bien nos instala en la heterosexualidad normativa, nos ubica también en los umbrales del debate de la cuestión homosexual.
Volviendo al sentido de trascendencia de la actividad sexual, ella adquiere su verdadero simbolismo cuando más allá de la esfera biológica es integrado el componente afectivo. En la donación-recepción de amor, el placer revela su verdadero alcance en tanto signo y expresión de un comportamiento que, aunque momentáneo, resulta sostenido por un dinamismo que lo trasciende. Desde esta afirmación, el encuentro sexual es comprendido como auténtico símbolo de amor y diálogo.
Desde lo plenamente humano abordaré la cuestión del enamoramiento y del deseo sexual partiendo de la premisa que este fenómeno reclama el encuentro de los enamorados/as. De hecho, la realidad física y psíquica del enamorado/a se orienta al objeto bueno ideal de su amor. “Cuando el eros se despierta, incluso dentro de una tendencia homófila, provoca una irradiación psíquica agradable, que orienta hacia el punto de atracción”. (4)
En el encuentro de los enamorados el mundo externo se desdibuja debido a la intensidad de la experiencia de comunión. El amado/a irrumpe con lo totalmente nuevo y sorprendente, desencadenando la liberación de una serie de modelos inconscientes que se han ido construyendo a los largo de procesos de la infancia y de la adolescencia, incluso aquellos derivados de identificaciones y contra-identificaciones a partir de las imágenes parentales. (5) El deseo pulsional descubre la imagen ideal concretizada en la persona amada. La persona enamorada ubica al amado/a en primer lugar, incluso hasta olvidarse de sí misma para rendirse a los deseos del otro/a. A la vez, de modo inconsciente, se eliminan aquellos aspectos que pudiesen alterar esta idealización. “Cada cual tiene sus motivos únicos, inconscientes generalmente, para enamorarse de un modo determinado