Ética y ciudadanía. Fabio Orlando Neira Sánchez

Ética y ciudadanía - Fabio Orlando Neira Sánchez


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a la cohesión social y permite las diversas dinámicas de cambio. Siendo así, es uno de los factores más drásticos de un choque cultural; se entiende cuando se desconoce un código de lengua, como el alemán o cualquier otro en relación con el castellano. La cultura lo implica todo, es el aporte del hombre a la naturaleza que le rodea, es la resignificación de su realidad, es el situarse en el mundo.

      Desde esta postura, los análisis que preceden a la acción son fundamentales, ya que ellos atienden a una serie de factores que hacen que el actuar resulte moralmente pertinente. No se es moral sino dentro de un contexto específico; no se puede actuar moralmente sin que antes medie una comprensión de la cultura en la cual se desenvuelve el sujeto. Tal es el caso de las normas morales que, según Riaño, modifican abierta o sutilmente nuestra conducta:

      Pero hay normas culturales aun más sutiles. Es el caso de los segundos que se nos permite mirar los ojos de un desconocido. En nuestra cultura serían unos tres o cuatro segundos; si el tiempo de la mirada se prolonga, se trasgrede la norma y eso provoca reacciones sancionatorias y múltiples interpretaciones. Esto se puede constatar en el bus urbano, un verdadero laboratorio sociológico donde puede ocurrir que, si observo a alguien y este se entera, de inmediato retiro mi mirada; o cuando la silla va de frente a otra silla la norma dice que no nos podemos mirar directamente a los ojos; o en el ascensor la norma sugiere mirar el número que indica el piso antes que mirar al desconocido. Estas normas no se expresan en algún escrito, pero funcionan y, si se transgreden, se nota la sanción. [...] Podemos concluir que la conducta humana comienza a ser modulada con las normas sociales, respondiendo a la necesidad de organización y armonización de los grupos humanos.

      Ambas invitaciones, tanto la de Barragán como la de Riaño, no hacen sino colocar sobre la mesa una discusión muy importante en nuestros días y que refiere en últimas a la pregunta sobre el camino que deberemos construir para lograr que los miembros de nuestra sociedad construyan las herramientas necesarias para someter a interrogación la cultura, los valores y la moral existentes a fin de encontrar, tanto en sus reflexiones como en sus prácticas, las respuestas necesarias para llevar una vida bella y buena en medio de una sociedad signada por el cambio, la incertidumbre y el desasosiego.

      LAS ÉTICAS DEL CUÍDADO Y LA COMPASÍÓN

      Complejizando la discusión y llevándola más allá incluso de la reflexión entre la teoría y la praxis, aparecen en escena dos conceptos que, leídos desde diversas orillas del pensamiento, pueden aportar elementos para orientar la reflexión y la acción en nuestras sociedades: el cuidado y la compasión. Y es que estos dos conceptos parecieran haber cobrado una cierta hegemonía en las discusiones que se producen respecto de cómo y por qué actuar ante los otros en un mundo que privilegia cada vez más el individualismo y, con él, la constitución de un sujeto que, antes que sentirse identificado y obligado con las normas morales del colectivo, tiende cada vez más a interrogar su propio comportamiento para buscar en su conciencia los derroteros de su acción.

      No obstante, como mencionábamos, estas categorías no son leídas de manera uniforme, sino que desde diversas esquinas del pensamiento cobran matices diferentes que en sí mismos pintan un escenario de discusión. Jorge Martínez en su artículo “La ética del cuidado de sí”, publicado en este texto, acude a Foucault para presentar una ética del cuidado, pero del cuidado de sí que

      [...] permite constituir al sujeto en fuente de conocimiento. Esto se logra por medio del autogobierno, denominado por Foucault tecnologías del yo, las cuales favorecen un espacio para que las personas, solas o con la ayuda de otros, efectúen cierto número de operaciones sobre su cuerpo, alma, pensamientos, conductas y maneras de ser; es decir, se transformen con el fin de alcanzar cierto estado.

      Estas tecnologías, como lo explica Martínez, actúan en el interior de los individuos constituyéndolos en sujetos éticos y, en este caso, la ética no solo es una acción, sino que se convierte en una forma de vida que se preocupa por constituirse a sí misma en algo bello y bueno, pero no desde los ideales que otro ha pensado y ordenado, sino desde un trabajo íntimo y constante que refiere por lo menos a cuatro acciones:

      1. Ocuparse de sí no es una simple preparación momentánea para la vida: es una forma de vida, en la cual el sujeto se ocupa de sí, para sí mismo. Esto se consigue por medio de un modelo jurídico político: ser soberano de sí, ejercer autodominio, ser independiente.

      2. La práctica de sí debe permitir deshacerse de todos los malos hábitos, de todas las opiniones falsas que se reciben de la multitud, de los maestros, parientes y allegados. Desaprender es una de las características importantes de la cultura de sí.

      3. El cuidado de sí se concibe como un combate permanente. No se trata simplemente de formar, para el futuro, a un hombre o mujer de valor. Hay que dar al individuo las armas y el coraje que le permitirán combatir durante toda su vida.

      4. La cultura de sí implica un conjunto de tecnologías de la vida, en el sentido de que, en el análisis que hace Foucault de la Antigüedad, devela que Sócrates, Séneca o Plinio no se preocupaban tanto por lo que venía después de la vida o de lo que pasa después de la muerte. Para ellos, el verdadero problema consistía en comprender qué práctica se debía aplicar a fin de vivir tan bien como se debería.

      No deja de ser sorprendente la cercanía de la propuesta del cuidado de sí con las características que Lawrence Kohlberg propone para una forma superior de desarrollo del juicio moral al que él da en llamar el pensamiento posconvencional. Así pareciera concluir Wilson Acosta cuando en su artículo “El desarrollo moral: una mirada desde la propuesta de Lawrence Kohlberg” trae a la escena de este debate al psicólogo norteamericano, para quien la actuación moral por el miedo, por el pragmatismo, por la necesidad de reconocimiento precede a formas más desarrolladas de la moralidad que estarían centradas en la posibilidad de construir individuos con juicios morales autónomos que, tomando como referencia los derechos y valores universales, orientan su conducta desde una permanente introspección y examen.

      Una mirada a los estadios del desarrollo del pensamiento moral que plantea este autor, nos conduce inexorablemente a preguntarnos interiormente sobre los motivos que nos llevan a actuar y específicamente sobre por qué actuamos bien. Esta reflexión es fundamental, pues a partir de ella es posible determinar un tipo específico de sujeto y uno de sociedad.

      No es suficiente creer que se es “bueno” o se actúa bien; es necesario someter la praxis ética a un escrutinio constante que nos permita identificar las razones que nos mueven a actuar de esta o de otra manera. La función de la educación ética no debe ser la de moralizar y por allí mismo constituir individuos que se comporten “bien”; por el contrario y como hemos visto, su función es la de brindar herramientas para que, de forma crítica, cada individuo esté en capacidad para analizar las situaciones morales en las que se ve envuelto y tomar con criterios sustentados las mejores decisiones.

      En su aporte a la discusión, Acosta muestra también cómo las críticas realizadas por las feministas al modelo kohlbergiano dan lugar al nacimiento de una ética del cuidado. Caroll Guilligan, por ejemplo, al cuestionar la postura racionalista del psicólogo norteamericano, propone que no todos los seres humanos actúan desde el ideal de justicia, sino que en muchas ocasiones, especialmente los miembros del género femenino, parecen pensar y actuar desde valores como el cuidado y la compasión. Pero a diferencia de la ética del cuidado de sí, esta es una ética del cuidado de los otros, una ética que no se piensa de forma egoísta, sino colectiva, que es movida por los valores del amor, la solidaridad y la compasión.

      Y es aquí donde la propuesta de una ética de la compasión entra a desempeñar un papel importante en la discusión que estamos planteando, pues ante un mundo signado por el individualismo, la naturalización del capitalismo, la guerra, el hambre, etc., pensar la acción humana desde el valor de la compasión resulta por lo menos sugerente. En este orden de ideas, Alberto Silva trae a colación en su artículo “Ética de la compasión y de la misericordia” los desarrollos de Melich que se sitúan en un mundo donde el dolor y el sufrimiento aquejan a muchos hombres y mujeres colocados en situaciones de pobreza y vulnerabilidad por sus congéneres.

      La ética se configura como una praxis de dominio de la contingencia, del sufrimiento, de la


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