Ética y ciudadanía. Fabio Orlando Neira Sánchez

Ética y ciudadanía - Fabio Orlando Neira Sánchez


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sin necesidad de recurrir a “mecanismos metafísicos”, podamos dominar (provisionalmente) los aspectos de la finitud que nos asaltan y sobrecogen en cada trayecto espacio temporal [...] la ética es una relación compasiva, una respuesta al dolor del otro. Bien es verdad —y esto es decisivo—, que la forma o la manera de responder a este dolor ajeno no puede establecerse a priori, así como tampoco podremos saber a ciencia cierta si hemos respondido adecuadamente (Melich, 2010, p. 36).

      La lectura que realiza Alberto Silva de la ética de la compasión de Melich resulta fundamental para pensar las relaciones contemporáneas entre ética y ciudadanía, dado que esta propuesta derriba los ideales metafísicos como referencia para el actuar ético y nos propone centrarnos en nuestro momento histórico. Para el caso colombiano, esto supone que cada ciudadano se constituya a sí mismo como un actor consciente de nuestra historia, que sea capaz de construir su propia biografía en relación con esta sociedad concreta en la que nos tocó vivir, pero que es la que da marco y sentido a nuestra vida.

      Silva nos recuerda además en su lectura de Melich la importancia de situarse en el presente, en un presente que nos conmueve, que nos invita a observar el mundo y, en él, a los que junto con nosotros lo habitan; pero esta no es una mirada puramente desde la razón, ella invita a mirar para dejarse afectar, para sentir, para construir emoción, una emoción moral. Esta es una ética pragmática, para el hombre de la calle, cuyo tema no está en el mundo de las elucubraciones sino en la cotidianidad; recoge aquello que es desechado por otros enfoques:

      Una ética de la compasión, como la que se esboza en este ensayo, es una ética impura, una ética corpórea, desde el espacio y el tiempo, desde la historia y la memoria, desde las situaciones (presentes, pasadas y futuras) y los acontecimientos, desde las transgresiones a la norma y las biografías singulares, desde la vulnerabilidad y la fragilidad, desde la ambivalencia y la ambigüedad [...] solo puede haber ética desde la situación y experiencia, desde la singularidad y desde la biografía, y un imperativo categórico, como el que Kant propone, escapa a este ámbito (Melich, 2010, p. 48).

      La lectura que hace Silva de los textos de Melich muestra la interrogación que este autor le hace a la moral dominante en nuestras sociedades; un cuestionamiento que invita a repensar los valores sobre los que está fundada nuestra cotidianidad, nuestras formas habituales de pensar, hacer y sentir. Pero además de este cuestionamiento, implica también una invitación a su deconstrucción, a colocarlas en suspenso para poderlas controvertir y a tratar de hacerlas caer en desuso, para atreverse a pensar otras nuevas en su lugar. Es así como Silva concluye que la ética de la compasión es

      [...] una ética de rebeldía, de contracultura, y se hace claro cuando vemos que los valores como producto cultural se imponen tiránicamente en la conciencia de las personas impidiéndoles vivir en la profundidad de la demanda de su corazón y su sentir; por ejemplo, nuestra prevención para actuar misericordiosamente en situaciones en las que el miedo a ser involucrado y aun castigado nos paraliza para la acción que debe darse frente al herido o al vulnerado en sus derechos [...]. En efecto, enfermos por el intento de sistematizar y de homologar todo para resolver con fórmulas o prescripciones, hemos convertido el mundo humano en algo estéril, aséptico, en el cual nos es imposible mirar el dolor particular de cada evento y cada situación. Esta ética es potente porque permite luchar contra la domesticación que genera en nuestro pensamiento el sistemático ejercicio de los medios de comunicación de banalizar el sufrimiento humano.

      Una lectura similar de la ética de la compasión de Melich es la que realizan Milton Molano y Juan Carlos Rivera en su artículo “Reflexiones para pensar una ciudadanía de la compasión desde el juicio profesional como juicio ético”, pero esta vez enfocada al análisis del desarrollo ético de la profesión. Desde una postura de la comprensión, emprenden un análisis vigoroso sobre la forma en que la profesión es usada solamente desde una postura individualista, sin tener en cuenta a ese otro para quien mi saber puede resultar necesario. En su crítica denuncian acciones de los y las profesionales centradas en valores como el individualismo, la egolatría y el desbordado ánimo de lucro personal:

      Analizando detenidamente todos los escenarios arriba descritos, encontramos actores que se constituyen en sujetos de una cultura violenta, inhumana, en donde el otro no importa salvo para utilizarlo en beneficio propio, quien es un peldaño que contribuye en la propia escalada. El otro puede dejarse en estado de indefensión, de angustia, de enfermedad, de miedo, de dolor, de tristeza, de ansiedad, de inestabilidad, de vulnerabilidad, de desprotección, de vacío, con incapacidad para subsistir y entender, privado de libertad, sin identidad, sin participación, sin creatividad, y todo a partir de actos, decisiones y relaciones deshumanizantes, carentes de ética aunque puedan estar enmarcadas en la moralidad. Autores y actores que con ostentosos títulos, explotan sus profesiones, cargos o roles con un fin único: el bien personal.

      La lectura que realizan Molano y Rivera de Melich se convierte en denuncia social contra las formas en que la academia forma a los profesionales y frente al enfoque que estos terminan dándole a su actuar profesional. Para nadie es un secreto que, en muchas ocasiones, las instituciones formadoras de profesionales están más interesadas en obtener un lucro rápido y fácil que en responder a los problemas sociales y productivos que enfrenta la sociedad. Como corolario, los nuevos profesionales, en su práctica profesional, terminan generando espacios de negación humana en donde se actúa sin prestar atención a las necesidades de ese otro que es mi cliente, mi usuario, mi beneficiario, pero que también es un ser humano como yo.

      Aquí están [denuncian Molano y Rivera] cientos de pacientes aguardando por una cita, por un medicamento, por una mano que sane sus males, de manera cálida y eficaz, o los familiares que han perdido seres queridos por problemas del sistema. Son las familias cuyos miembros deben soportar el estrés, producto de la estrechez, de la falta de espacios para la intimidad personal o familiar, la sana movilidad. Son quienes han tenido que perder sus ahorros y hogares por causa del capitalismo salvaje. Son los miles de empleados despedidos por políticas de recorte presupuestal con medidas arbitrarias y egoístas; son los presos que purgan injustas condenas mientras pícaros que los implicaron están libres o pagando sus penas con todas las comodidades y son aquellos a quienes se les vulneran sus derechos. Son las víctimas de la injuria y la calumnia. Son los estudiantes privados de oportunidades para acercarse a la ciencia y a la investigación, a pesar de sus enormes potencialidades, y los que han sido víctimas de un proceso educativo que en ocasiones más bien deforma; son los consumidores engañados por tácticas mercantilistas, que compran sin saber que lo adquirido con esfuerzo les puede causar daño a sí mismos o al planeta. Son quienes han visto resquebrajar su autoestima y la confianza en sus propias capacidades al sentirse improductivos por el rechazo recibido tras decenas de entrevistas. Son los quebrados por causa de la ilegalidad de pares o el enriquecimiento ilícito. Son quienes viven bajo el manto de la injusticia, la soledad, la inequidad. Son los millones de ciudadanos que deben enfrentar a diario largos y tediosos trancones dada la falta de previsión o mala fe de los urbanistas; son los que deben soportar la agresividad de otro conciudadano, tan alterado o más, que uno mismo.

      De aquí deriva que la ausencia de una comprensión y una conciencia sobre las problemáticas sociales en los egresados de los programas profesionales, sea caldo de cultivo para que se desarrollen plenamente antivalores como los que mencionábamos anteriormente. Un caldo de cultivo que rápidamente hace de la nuestra una sociedad indolente frente a las necesidades del otro, un espacio oscuro y frío en donde campea la insolidaridad y el desamor, en donde el reconocimiento del otro no existe, en donde el dolor y el sufrimiento son ignorados e invisibilizados.

      Por esto, Molano y Rivera invitan a repensar o, como diríamos más contemporáneamente, a re-significar lo ético y lo humano: “En ese sentido, vale la pena explorar qué queremos decir con la expresión ‘ético' y precisar qué estamos pensando más allá del ‘deber ser', de los códigos y las normas que muchas veces equiparan lo legal con lo moral y que absolutizan la ley como único criterio de discernimiento, despojando a la ética del cuerpo, de la materialidad y de lo contingente”. Por eso, la invitación es a no quedarse en una representación de lo humano, en un concepto, en una categoría que corre el riesgo de excluir o de convertirse en instrumento de deshumanización. La ética de la compasión es respuesta al dolor y al sufrimiento del otro, es conciencia de nuestra contingencia


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