Ética y ciudadanía. Fabio Orlando Neira Sánchez

Ética y ciudadanía - Fabio Orlando Neira Sánchez


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para acercarse a las relaciones entre ética y ciudadanía lo constituye la reflexión sobre otra propuesta ética, esta vez la de la ética cívica. Es una propuesta que emerge con la modernidad misma, en el preciso momento en que entran en crisis los sistemas monárquicos y comienzan a emerger los primeros regímenes democráticos en Europa, y aparece la figura del ciudadano como un nuevo actor en la escena social.

      El surgimiento de los Derechos del Hombre y el Ciudadano en medio del fragor de la Revolución Francesa y luego el de los Derechos Humanos después de la hecatombe producida por la Segunda Guerra Mundial, pueden ser elementos fundantes para comprender esta propuesta de construcción de un ethos basado en los derechos que a cada ser humano le asisten, no solo en razón de su categoría de ciudadano, sino simplemente por el hecho de pertenecer a la especie.

      El reconocimiento de estos derechos ha dado lugar a la propuesta de una nueva ética que entiende la riqueza social que implica el libre examen, la libertad de elegir, de ser como realmente se quiere ser, de escoger su propio proyecto vital en medio de una sociedad diversa. Usando a Kohlberg, podríamos afirmar que es un tipo de sociedad posconvencional que da lugar a la emergencia de un nuevo sujeto. Como bien lo afirman Luis Hernando Pabón y Jackson Acosta en su artículo “La sociedad posconvencional: ideales y realidades”,

      [...] los sujetos que conforman las sociedades posconvencionales tienen varias características en las que manifiestan su compromiso con la sociedad que han decidido conformar. Un ciudadano de este tipo de sociedades se caracteriza porque sus acciones se centran en la defensa de lo público, entiende la importancia de la regla en su sociedad y es solidario con sus congéneres.

      Tres características señalan Pabón y Acosta como relevantes en este nuevo tipo de sujeto posconvencional:

      En primer lugar, el ciudadano de la sociedad posconvencional es consciente de la defensa de lo público; es una actitud primordial en la construcción del tejido social. [...] Como segundo aspecto, el ciudadano entiende la importancia de la regla en su sociedad, la cual, según Mockus, “se hace operativa por la capacidad de llegar a un acuerdo sobre si un comportamiento se adecúa a ella o no [...]”. [...] La solidaridad es la tercera característica importante en quien constituye una sociedad posconvencional, ya que no se puede lograr un sentido pleno de justicia si no existe la solidaridad entre todos los seres humanos, a pesar de las diferencias que pueda haber entre ellos.

      La emergencia de este sujeto posconvencional que describe Pabón, nos hace pensar en la serie de transformaciones con las que iniciábamos este escrito introductorio, pero más allá de esto nos invita a considerar las formas en que hoy en día se producen los acuerdos morales. Si existe y se acepta socialmente que es necesaria y productiva la diversidad de proyectos vitales, si se acepta que el individuo decide por sí mismo qué está y no está bien, si los nuevos sujetos prescinden de otros para pensar y actuar, surge entonces el cuestionamiento: ¿cómo podremos entonces vivir juntos?

      En esta misma línea de análisis, el profesor Armando Gil en su artículo “La ética cívica” hace un análisis riguroso de la ética cívica en medio de la cual se sitúa este sujeto posconvencional que, pese a poder realizar este tipo de ejercicio para esclarecer autónomamente sus posturas morales, entiende que también vive en sociedad y adhiere entonces a unos mínimos morales de carácter consensuado que sirven, no para dar sentido a la vida misma, sino para poder convivir en un mundo en donde las diversas posturas han sido aceptadas y legitimadas. Veamos:

      La ética civil es el conjunto mínimo aceptado por una determinada sociedad donde se salvaguarde el pluralismo de proyectos humanos. La no confesionalidad de la vida social y la posibilidad de una reflexión ética racional. [...] [Se] refiere a una sensibilidad y a unos contenidos morales de la sociedad, por ello se habla de un mínimo moral en cuanto que marca el nivel de aceptación moral de la sociedad más debajo de la cual no podríamos ubicar ningún proyecto válido de la sociedad. [...] [Constituye] la moral “común” dentro del legítimo pluralismo de opciones o miradas éticas y se apoya en la realidad humana. Es un patrimonio común de la sociedad, el mínimo moral común aceptado por el conjunto de una determinada sociedad que expresa el grado de maduración ética de la sociedad.

      Para el profesor Armando Gil, nuestras sociedades han decidido aceptar que existe la diferencia; que no existe un único proyecto de vida buena y bella; que la diversidad, antes que generar desorden en un determinado “orden”, lo que hace es enriquecer y generar posibilidades y oportunidades para las sociedades. Y de allí parte su invitación a sumarse a esta reflexión:

      La moral cívica es hoy un hecho porque en las sociedades actuales pluralistas hemos conservado determinados valores, derechos y actitudes. Nuestro oficio consiste en estudiarlos y sacar a la luz con nuestro testimonio, esos mínimos ya compartidos y que deben ser la guía de nuestra convivencia y nuestra actuación para generar ciudadanos auténticos y comprometidos con los demás.

      Una reflexión muy similar es la que propone Juan Pablo Suárez en su artículo “Una mirada a la construcción de la ciudadanía”, en el cual realiza un análisis del ethos de la modernidad: “Es importante reconocer que frente a la ciudadanía hay muchas tareas pendientes, amplios retos educativos y pedagógicos. De igual manera, se necesita una población dispuesta a hacer los cambios necesarios para posibilitar unas relaciones sociales equitativas, con espacios para la participación, la pluralidad y el compromiso social”.

      Para Suárez, varios son los desafíos que emergen al pensar en la consolidación de un ethos cívico o moderno, como él prefiere llamarlo: en primer lugar, se encuentra el desarrollo de un verdadera cultura democrática en medio de la cual sea posible que el ciudadano moderno realice su proyecto de vida; en segundo lugar y muy ligada al anterior, la secularización de las relaciones políticas para que estas no pasen ya por los espacios de la Iglesia y la tutela moral religiosa únicamente, sino para que permitan que la capacidad de pensar y elegir libremente sea un hecho. Finalmente, pero no por ello menos importante, Suárez invita a buscar estrategias para refundar lo público; en sus propias palabras:

      [...] es necesario pensar en refundar lo público, situación nada fácil en el actual escenario nacional, en el que dichos espacios han ido desapareciendo, optando por la privatización de las instituciones. Sin embargo, también es preciso tener en cuenta que aún hay lugares que bajo esa denominación existen; por tanto, es crucial dirigir la atención sobre ellos, procurándoles mejores condiciones, respeto y cuidado por parte de los individuos que se benefician de ellos. En esta medida, el parque, los andenes, las vías, los puentes peatonales, hospitales, colegios y edificios públicos hacen parte de aquellas representaciones simbólicas que llaman a la conservación y a su inteligente y proporcionada utilización.

      Para complementar la propuesta de Suárez, nada mejor que el desarrollo que Javier Pombo hace del concepto de competencias ciudadanas en el artículo que lleva este mismo nombre. Si Suárez propone refundar lo público, Pombo entra de lleno a ofrecer una conceptualización desde la que este anhelo se hace posible. Y es que la categoría de competencia ciudadana, que ha venido siendo desarrollada en las últimas décadas, alude precisamente a la actuación de un sujeto ético y político que vive en medio de sociedades posconvencionales. Como bien lo afirma Pombo, alrededor de esta categoría ha sido posible articular un

      [...] conjunto de conocimientos y de habilidades cognitivas, emocionales y comunicativas que, articulados entre sí, hacen posible que el ciudadano actúe de manera constructiva en la sociedad democrática. A través de estas, se espera formar unos ciudadanos comprometidos, respetuosos de la diferencia y defensores del bien común. Las competencias ciudadanas permiten que cada persona contribuya a la convivencia pacífica, participe responsable y constructivamente en los procesos democráticos y respete y valore la pluralidad y las diferencias, tanto en su entorno cercano, como en su comunidad, en su país o en otros países.

      Como puede verse, este es un desafío de gran talante, no solo por el tipo de habilidades que como prerrequisito necesitan desarrollarse, sino porque estas deben ponerse en práctica a la hora de la vida en sociedad. No se trata solamente entonces de desarrollar unas habilidades, sino de ponerlas en juego a la hora de la vida política y social que desarrolla un individuo, y de allí se deriva un enorme desafío para todas las instituciones que promueven un comportamiento ético


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