knifer. Adrian Andrade

knifer - Adrian Andrade


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uno siempre está solo.

      —Chris si algún día quieres ingresar a la Infantería o los Marines, por mí adelante. Probablemente aprenderás poco más de lo que yo te he enseñado, pero recuerda lo siguiente: miente unión y trabaja como un equipo, pero si te encuentras al borde de la muerte, huye. No sigas órdenes a la ligera sino existe una verdadera justificación de por medio, cuestiona en el silencio y actúa en la oscuridad. Recuerda, tú debes ser mejor que los demás porque no dependes de ellos. Aparenta unidad por la superficie cuando realmente eres autónomo en el interior —este último consejo solía ser uno de varios que solía reforzarme en distintas interpretaciones.

      Aquellas palabras, aunque se sintieran extremistas, decían la pura verdad. Por ello, casi no socializaba con el resto ni me mostraba ansioso de crear un legado. Siempre tranquilo y dando un paso a la vez. Escondiéndome en la oscuridad y en la primera oportunidad, avanzar hacia el siguiente objetivo. Paciencia y perseverancia, pero sobre todo precaución de mi entorno.

      —Es de esta manera como he sobrevivido tantas batallas, intentando no crear lazos que me hagan cometer el error de salvar una vida sacrificando otras vidas, especialmente la mía. No tiene sentido regresar por un caído cuando la situación es comprometida, porque siempre termina por morir junto con quien lo intenta rescatar.

      Lo anterior no me causaba inconveniente alguno, siempre he sido del carácter de seguir adelante sin importarme el resto de mis compañeros, si me siguen bueno sino tampoco. Esto es la ley de la jungla donde el más fuerte sobrevive y el débil muere, por lo que de ellos depende quedarse atrás o mantenerse a mi paso. De esta manera mi escuadra se ha fortalecido y en el proceso, han sobrevivido en los últimos meses, excepto por uno.

      —No es heroico, lo sé… pero quién dijo que un soldado es un héroe. Un soldado pelea para sobrevivir, pelea por sí mismo, por sus objetivos. Christian si no tienes fijos tus objetivos, fracasarás —pronunció Blake con tono grave para alentar mi conciencia.

      Era una ideología cruel que me repetía una y otra vez, procurando insertármela en mi mente, pero no demoré en aceptarla conforme lo fui experimentando con mis propios ojos y manos en los campos de batalla. Mi objetivo por el cual sobrevivía consistía en dar lo mejor de mí y ponerle fin a esta guerra como mi padre lo quiso hacer en un principio.

      Este camino que he tomado no ha resultado cómodo, inclusive desde antes de la guerra. Debo confesar que los consejos de Blake han resultado útiles y más al mezclarse con el entrenamiento de un marine. A veces no estoy seguro de qué pensar, a veces no sé si lo que digo es lo que verdaderamente siento. Mis acciones y comportamiento han llamado mucho la atención y he sido señalado, castigado, encasillado pero nunca desterrado, porque saben lo útil en que me he convertido.

      Antes de esta gran reputación, me rechazaron el ingreso al Cuerpo de Marines, desconozco el motivo. Cuando me presenté tenía una actitud agresiva, prepotente e individual, todavía la mantengo pero cuando inició la guerra, no tuvieron opción que aceptarme por mi respaldo. De igual forma estaban seguros de que durante la primera batalla terminaría balaceado por mi propia actitud. Lamentablemente, otros fueron los muertos.

      A mí y otras docenas de nuevos reclutas nos trataron como instrumentos, nos hicieron estudiar y nos enseñaron técnicas de defensas que ya dominaba. También nos hicieron correr durante lluvias hasta escalar montañas precipitosas. Cada una de estas rutinas en equipo.

      En cuanto a las armas, disparábamos varios modelos y recargábamos cada vez en menor tiempo. Mi estancia fue corta porque nos enviaron rápidamente a la ofensiva.

      No me hice de amigos, es algo que el ambiente no lo permite. Un día cenaba o dormía a lado de un soldado quien moría al día siguiente dejando un nuevo espacio para otro y así sucesivamente. Era la cruel realidad en donde me encontraba. Los lazos de compañerismo sólo brindaban sufrimiento y más muerte. Era mejor no tener amigos, no tener nada porque arriesgarse y nada porque debilitarse emocionalmente.

      La concentración era lo esencial para sobrevivir. Concentración en el arma, en el panorama y en el compañero quien debía cumplir con su deber. Si me descuidaba por mostrar compasión, destruiría todo por lo que había luchado y terminaría en una fosa cubierto de gusanos por causa de mi propia debilidad contagiada por el caído.

      No tengo nada en contra de mi enemigo, vuelvo a insistir, admiró su valentía, pero cuestiono sus métodos de suicidio. Tenía entendido que un soldado muerto no sirve de nada, pero vaya gran uso que le han dado los japoneses al pintarlo con honor. Un soldado muerto para ellos equivale de uno hasta diez americanos muertos. Asimismo, un kamikaze puede equivaler a un buque de guerra. Esto es impresionante, detrás de todo, el suicidio de un japonés sí tiene un precio.

      Regresando al buque, no sólo eran los bombardeos que no me dejaban dormir sino mis propios pensamientos y algunos recuerdos de eventos terribles. Decidí levantarme oficialmente a ponerme el uniforme. Ese verde, café y gris revueltos entre sí conformaban un camuflaje estable. Me gustaba el uniforme, no sólo porque me ayudaba a ocultarme entre los bosques sino porque siempre me ha gustado la combinación de estos colores en la ropa.

      Me coloqué las botas negras con sumo cuidado ya que los pies me dolían de tanto usarlas ¡Como extrañaba mis zapatos deportivos, cómodamente acolchonados y no tan ajustados como estás botas gastadas que en su interior yacían manchadas de mi sangre! Casi estaba seguro de esto por las molestias en mis talones.

      Me toqué la cabeza para masajearme el cabello untado al cráneo. Extrañaba mucho mi cabello largo, el color café oscuro se aclaraba con la luz del sol mientras me caía por los hombros. Supongo que fue lo más difícil que haya tenido que hacer para enlistarme, cortármelo hasta quedar al ras. Todavía podía sentir que algo me hacía falta. Quizá cuando esto termine, tenga la oportunidad de dejármelo crecer otra vez. Al menos sé que alguien lo apreciaría, mas no debería pensar eso.

      Abandoné los dormitorios y decidí entrar a la cubierta sosteniéndome del barandal. Me sentía un poco mareado por el repentino insomnio de las noches anteriores. Mis compañeros de escuadra ya se encontraban afuera poniéndose al tanto, excepto por uno, Robert. Este joven había fallecido hace un par de semanas. Por motivos de documentación administrativa, estaba pendiente su reemplazo.

      Me acerqué a un lado de ellos y los ignoré desviando mi vista hacia las llamaradas en Okinawa, quería evitar una conversación a toda costa. Me coloqué un poco al extremo y observé la isla rodeada de fuego y humo negro. Habían transcurrido dos horas desde que los bombardeos iniciaron y todavía continuaban sin indicios de detenerse.

      Por fortuna, el sol se había perdido entre las tinieblas ahorrándome así una terrible jaqueca. El problema fue respirar, el aire estaba contaminado de las cenizas levantadas por el viento. Me recargué con lentitud procurando no volverme a marear. El paso de un día completo sin tambaleos en el buque me hacía sentir relajado, por el momento.

      —¡Chris, por qué tan alejado! —se acercó Jack Hardy, un compañero de mi fireteam, un concepto utilizado de estrategia que significaba un equipo de fuego.

      —¿Te encuentras bien? —me preguntó Edgar Palmer buscándome una debilidad.

      Nosotros tres conformábamos uno de diversos fireteams de la Compañía A del Primer Batallón y Quinto Regimiento de la Primera División de Marines del Tercer Cuerpo Anfibio. Recientemente transferidos tras terminarse la campaña de Iwo Jima.

      —Estoy bien —respondí a la brevedad, evitando iniciar una conversación al confesar que las explosiones me provocaban un dolor de jaqueca.

      —¿Quién será el nuevo integrante de nuestro equipo? —reveló Edgar su incertidumbre sin perder tiempo.

      ¡Para mi mala suerte! Un tema de conversación había surgido del cual no me importaba tratar, como lo mencioné antes, prefería estar solo y más en momentos como estos donde no necesitaba portar un arma y estar pendiente de que un banzai (japonés suicida) me sorprendiera por la retaguardia.

      —¿Qué te hace tan seguro que tendremos una nueva adición?

      —Hemos sobrevivido por tres meses, dudo que opten por separarnos


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