Para comprender la Reforma Protestante. Eduardo Tatángelo
no puede abrirme el cielo o el infierno, tampoco puede obligarme a creer o no creer... Sería preferible, en el caso de los sujetos que están en el error, que las autoridades civiles los dejaran en el error, mejor que inducirles a mentir y a decir cosas distintas de las que piensan, puesto que no está permitido combatir el mal con sistemas aún peores. Es la Palabra de Dios la que tiene que llevar la batalla. Si ella no obtiene nada, el poder temporal conseguirá aún menos, aunque bañara al mundo en sangre. La herejía es un fenómeno de orden espiritual. No se la puede atacar por el hierro, quemarla con el fuego, ahogarla en el agua.
—Martín Lutero
Lo primero que tenemos que explorar para comprender la Reforma es el escenario sobre el cual se desarrolló. Pensemos primero en el espacio geográfico. Nos encontramos, entonces, con la Europa occidental y dentro de ella, especialmente con los Estados o naciones del norte europeo. Si pensamos en el escenario temporal, la Reforma sucede a finales de la Edad Media, una etapa de fuertes transformaciones sociales y culturales. En esta primera parte, vamos a explorar brevemente este escenario espacio-temporal. Primero describiremos el complejo contexto político que caracteriza al tardo medioevo europeo. Nos llamará la atención el nivel de fragmentación y de superposición de formas estatales y de gobierno. También trataremos de mirar los procesos de cambio que estaban generando una transición hacia un nuevo orden político y económico. En el marco de esos cambios lentos pero seguros, nos detendremos a considerar un acontecimiento clave, generado en parte por un Estado naciente: el español. Nos referimos al descubrimiento de América, como uno de los hitos que marcan el paso de lo medieval a lo moderno. Luego consideraremos los desarrollos menos constatables o discernibles en el corto plazo, como lo son los cambios en la cultura. Pero podremos comprobar —a pesar de los ocultamientos que provoca lo contemporáneo, también en su propio tiempo— que el Renacimiento y el humanismo fueron percibidos como fenómenos de alto impacto social. Aquí trataremos de describir las mutuas influencias entre la Reforma y estos fenómenos que experimentó la cultura europea. Llegado a ese punto, nos detendremos a considerar que los acontecimientos que consideramos bajo la etiqueta “Reforma” no fueron sucesos imprevistos y aislados, sino transformaciones emergentes de un conjunto de experiencias reformadoras que la iglesia vivenció casi desde sus inicios. Luego del rico proceso que vivió la iglesia en la Edad Media, rescatamos con más detalle una descripción de la escolástica, que fue a la vez una escuela y un método teológico. Importa ocuparnos de ella tanto para entender contra qué reaccionaron los teólogos protestantes, como algunos de los métodos que usaron, dado que no pudieron escapar a su influjo. El capítulo “Una sociedad de diferentes” explora algunas de las dimensiones de la sociedad europea de la época. ¿Cómo vivían las personas comunes y corrientes? ¿Y las clases dirigentes? Las respuestas a esas preguntas, también nos ayudarán a entender la Reforma. Cerramos esta primera parte volviendo al escenario de la experiencia religiosa; en especial, a algunas de las ideologías dominantes articuladas desde la iglesia oficial de aquel tiempo. Habremos cubierto así un panorama sencillo, pero suficientemente descriptivo de la sociedad en la que la Reforma nació y se desarrolló. Estos escenarios explican en parte el derrotero que tomó el proceso reformador. Vamos a explorar estas guías de ruta.
Capítulo 1
Una de papas, emperadores y monjes
Jesús los llamó y les dijo: Como ustedes saben, los gobernantes de las naciones oprimen a los súbditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor.
—Mateo 20.25–26
Si en alguna provincia ves que se oprime al pobre, y que a la gente se le niega un juicio justo, no te asombres de tales cosas; porque a un alto oficial lo vigila otro más alto, y por encima de ellos hay otros altos oficiales.
—Eclesiastés 5.8
Tratar de comprender la Reforma protestante es un desafío realmente importante, pues para hacerlo, debemos ser capaces de entender —al menos parcialmente— un mundo muy diverso del que nosotros habitamos. La última parte de la Edad Media, también llamada por los historiadores “Baja Edad Media” constituye un sistema político, económico, social y cultural de una notable complejidad, muy alejado de las formas de vida y organización social que conocemos en la actualidad. En los capítulos sucesivos trataremos de desplegar las distintas dimensiones de la sociedad en que fue alumbrada la Reforma: sirva éste como un pantallazo general de su fascinante escenario político-territorial.
Si comenzamos por el campo de la política, lo primero que debemos señalar es que en la época a la que nos referimos, no hay una esfera independiente a la que podamos llamar “política”. La vida política está estrechamente unida al campo de lo religioso, a la vida de la iglesia y su jerarquía. De hecho, la iglesia había sido durante la Edad Media el único lazo de unión, la única amalgama entre reinos, principados y señoríos en permanente rivalidad y fragmentación. Precisamente, hacia el siglo xvi, nos encontramos con una Europa que lentamente va juntando los pedazos de la fragmentación medieval que siguió al derrumbe del Imperio romano en el siglo v y que la caracterizó durante todo el medioevo. A fines del siglo xv, algunos Estados se crean y consolidan por la unificación de principados o señoríos, como sucede en la península ibérica. En otros, que ya existían como monarquías desde siglos atrás, los reyes consiguen paulatinamente más poder sobre la nobleza, consolidando un creciente gobierno centralizado (así Inglaterra y Francia). Se desarrollan los primeros ejércitos nacionales y la burocracia estatal, y aparecen las capitales con su vida cortesana.
El principal Estado de la época, el Sacro Imperio Romano Germánico (del que formaba parte la Alemania de Lutero), era en realidad un enorme paraguas político donde convivían diversas formas subestatales: principados, reinos, ciudades libres, principados eclesiásticos, territorios bajo autoridad papal, etc., de modo que la fragmentación político-territorial caracteriza a la Europa tardomedieval. El ejemplo más claro de este entramado lo constituye la península itálica, donde las principales ciudades son en esta época repúblicas o reinos independientes más o menos sometidos o en alianza con los demás poderes europeos. Sobre este variopinto rompecabezas, se extendía la estructura espiritual y temporal de la iglesia. Temporal, porque gobernaba territorios en Italia y mantenía alianzas político-militares dominando extensas tierras en otras partes de Europa a través de diversas instituciones eclesiásticas (como los monasterios). Espiritual, porque Europa era cristiana —por lo menos, formalmente— desde hacía diez siglos y la iglesia había consolidado un poder hegemónico sobre las conciencias religiosas. En cuestiones eclesiásticas y de fe, era indiscutible el primado del papa y de Roma sobre toda la cristiandad occidental.
Pero la Europa cristiana también era un espacio geopolítico cercado y en competencia con otros poderes. El Mediterráneo había sido desde el siglo vii un escenario de disputas con el mundo islámico. Las conquistas árabes habían avanzado desde el norte de África adentrándose en la península Ibérica y en la Itálica. Por el este, el Imperio cristiano oriental con capital en Constantinopla (actual Turquía) había sufrido un asedio de siglos que terminó en su derrumbe definitivo en 1453, a manos de los turcos otomanos. Pero estas victorias musulmanas en el oriente —que llegarán incluso a poner en peligro a la mismísima Viena durante los años de la Reforma— tuvieron su contrapartida en Occidente, donde los musulmanes serán paulatinamente expulsados de Sicilia (1072) y España (1492); reconquistas que quedarán consolidadas con la decisiva victoria de Lepanto (1571), la cual volvería a convertir el Mediterráneo en un mar “cristiano”.
Hacia el siglo xv y xvi, Europa estaba experimentando una serie de fenómenos que impactaron sobre su vida política, económica y social. Las naciones europeas comenzaron a salir de su encierro medieval mediante los viajes de exploración marítimos que llevarían a los portugueses hasta la India, y a los españoles a las costas americanas, aún inexploradas por ningún europeo. En el plano político interno, se produce un retroceso de la fragmentación política que llevó a la formación de Estados más fuertes y centralizados, en detrimento de la nobleza rural. Se formaron así las grandes cortes, se consolidaron las capitales y los reyes obtuvieron un poder