Para comprender la Reforma Protestante. Eduardo Tatángelo

Para comprender la Reforma Protestante - Eduardo Tatángelo


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su diócesis, o bien , en caso de sede vacante, por los mismos clérigos, con el consejo —si fuera necesario— de los obispos vecinos. Determinamos que queden sujetos a la misma sentencia todos sus encubridores y defensores y todos aquellos que prestasen alguna ayuda o favor a los predichos herejes con el fin de fomentar en ellos la depravación de la herejía, bien a aquellos [que llaman] consolados, o creyentes, o perfectos, o con cualquiera de los nombres supersticiosos con que se los llame. (Decreto Ad abolendam del papa Lucio iii [1184])

      Si unimos las tres categorías que hemos utilizado para pensar en las reformas anteriores a la Reforma, podremos captar mejor sus contradicciones y límites. Entre otras iniciativas, la reforma gregoriana fue la causante de la violenta cruzada contra los albigenses —de la que hemos hablado—, y ese poder papal que salió fortalecido y triunfante de este proceso, también fue el responsable de la cooptación de muchos movimientos radicales de reforma como el emprendido por San Francisco y Santa Clara de Asís. Es decir, había reforma, pero no siempre en la misma dirección y por los mismos intereses. En no pocas ocasiones, el noble objetivo reformador sirvió en realidad para acrecentar un poder con la capacidad de aplastar a los disidentes. Lo que queda claro es que el ideal reformador atraviesa toda la Edad Antigua y la Media. La Reforma protestante no es sino uno de los puntos de eclosión de esas fuerzas que, una y otra vez, pugnaban por un cambio. Lo que la destaca es haber sido un movimiento particularmente exitoso, y haber triunfado donde tantos otros habían fracasado.

      ¿Por qué decimos que la Reforma protestante no fue un fenómeno aislado?

      Casi desde los inicios de la iglesia hubo movimientos que lucharon por una renovación de la vida eclesial. El movimiento monacal —por ejemplo— puede ser visto entre otros como un esfuerzo por renovar una piedad radical y profunda.

      Los grupos llamados en su momento “herejes” fueron también la expresión de ese anhelo de cambio y de retorno a las fuentes del cristianismo, así como las reformas emprendidas por algunos papas que, “desde arriba”, buscaron cambiar la vida de los religiosos y del pueblo común.

      Estas reformas fueron muchas veces contradictorias, y aunque dejaron profundas huellas en la vida de la iglesia, la cultura y la sociedad en general, no lograron quebrar la lógica jerárquica imperante. Incluso en el caso de las reformas hechas desde el poder, éstas reforzaron muchas veces las estructuras de dominación, lo que a largo plazo tuvo consecuencias más negativas aún.

      Preguntas para reflexionar en comunidad

      * ¿Cómo saber lo que debe ser reformado en la iglesia y lo que no?

      * ¿Podemos valorar la crítica externa como un modo de identificar errores y desviaciones?

      * ¿Qué razones podemos identificar para que la iglesia intente siempre permanecer idéntica a sí misma?

      * ¿Qué diferencias podríamos señalar entre tener identidad y fosilizarse?

      * ¿Qué equilibrios habría que ensayar entre renovarse y permanecer fiel a las propias raíces?

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      Capítulo 5

      La escolástica hace escuela

      Tú eres maestro en Israel, ¿y no entiendes estas cosas?, respondió Jesús.

      —Juan 3.10

      Dado que por su naturaleza el hombre está dotado del libre albedrío, que le inclina ahora al bien, ahora al mal, de dos maneras puede obtener de Dios la perseverancia en el bien. La una consiste en que el libre albedrío sea determinado al bien por la gracia consumada; y esto es lo que ocurrirá en la gloria. La otra consiste en que Dios, con su impulso, incline al hombre al bien hasta el fin. Ahora bien, según consta por lo ya dicho, el hombre puede merecer lo que constituye el término del movimiento del libre albedrío dirigido por el impulso divino, pero no lo que constituye el principio de ese mismo movimiento. Y, en consecuencia, puede merecer la perseverancia de la gloria, que es el término de aquel movimiento, pero no la perseverancia de esta vida, que depende solamente de la moción divina, principio de todo mérito. A quien Dios otorga el beneficio de esta perseverancia, se lo otorga gratuitamente.

      —Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica [1265]

      El mundo en el que surgió la Reforma protestante fue un mundo religioso, eclesiástico y teológico. Desde nuestros tiempos tan seculares, nos cuesta imaginarnos una época en la que todas las cuestiones que interesaban a la sociedad debían resolverse de acuerdo con el pensamiento teológico vigente y, no pocas veces, luego de recias disputas entre teólogos o escuelas de teología rivales. Quizás desde esa época la teología ha tenido tan mala prensa hasta nuestros días, pues la percepción popular la vincula con discusiones oscuras sobre temas puramente especulativos, alejados de la vida y las preocupaciones terrenas y cotidianas que desvelan al común de los mortales. Lo cierto es que el clima de época —como diríamos ahora— estaba saturado de pensamiento religioso, y los técnicos más citados para resolver disputas eran los doctores de la iglesia. Los expertos eclesiásticos debían opinar de temas muy diversos: desde qué intereses era lícito cobrar por un préstamo hasta qué pecados eran considerados mortales y cuáles no. No existían —como en nuestro tiempo actual— áreas segmentadas y separadas de la vida social: todo estaba atravesado por lo religioso.

      Había, por supuesto, diversas escuelas y tradiciones que disputaban entre sí el dominio del campo teológico que, como se ve, era la gran arena de las disputas ideológicas de la época. Desde el siglo iv en adelante, se había ido imponiendo en la llamada Patrística (el pensamiento de los Padres de la iglesia) las ideas de San Agustín que, fuertemente influenciado por el filósofo griego Platón, había elaborado una síntesis consistente entre la tradición platónica de la filosofia griega y el pensamiento cristiano. Pero, a partir del siglo x, esa hegemonía conceptual se vio puesta en entredicho por una nueva corriente de pensamiento: la escolástica. La escolástica se convirtió pronto en la principal corriente teológica del mundo medieval. Pueden considerarse sus padres fundadores a Anselmo de Canterbury (1033–1109) y Pedro Abelardo (1079–1142), que comenzaron a elaborar una nueva relación entre la fe y la razón de la que había postulado San Agustín casi 500 años antes. Para este último, la razón era apenas una “sirvienta” de la fe; pero en los escolásticos, su importancia comienza a ser mucho más crucial, permitiéndose incluso obtener conclusiones por sí misma. ¿Sería posible demostrar por la razón la misma existencia de Dios? Pues hasta allí habría de llegar el optimismo de esta nueva corriente teológica. La escolástica impulsó una renovación en las formas del estudio y del conocimiento; este proceso coincidió con la formación de las primeras universidades (Bolonia, 1089; Oxford, 1096; París, 1150; Módena, 1175), en las que estos nuevos métodos e ideas habrían de desarrollarse y expandirse.

      Pero el aporte fundamental para estos nuevos aires de pensamiento iba a llegar con las obras de Pedro Lombardo (1100–1160) y Santo Tomás de Aquino (1224–1274). Fue este último —un monje dominico italiano—, el primero en elaborar un trabajo teológico a fondo que incorporaba al diálogo con la teología cristiana a otro pensamiento filosófico: el de Aristóteles. A la síntesis clásica entre cristianismo y pensamiento platónico, comenzó a sucederle otra: la incorporación del pensamiento aristotélico en Occidente. Con Santo Tomás las formas de la escolástica llegan a su madurez y se imponen en toda Europa por medio de la utilización de las categorías de Aristóteles, para pensar la teología cristiana y el método de elaboración teológica basado en una nueva lógica dialéctica y racional.

      La existencia de Dios puede ser demostrada de cinco maneras distintas: 1) la primera y más clara es la que se deduce del movimiento. Pues es cierto, y lo perciben los sentidos, que en este mundo hay movimiento. Y todo lo que se mueve es movido por otro [...] Pero si lo que es movido por otro se mueve, necesita ser movido por otro, y éste por otro. Este proceder no se puede llevar indefinidamente, porque no se llegaría al primero que se mueve, y así no habría motor alguno pues los motores intermedios no mueven más que por ser movidos por el primer motor. Ejemplo: Un bastón no mueve nada si no es movido por la mano. Por lo tanto, es necesario llegar a aquel primer motor al que nadie mueve. En éste, todos


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