Crisis ecológica. Veronica Figueroa Clerici

Crisis ecológica - Veronica Figueroa Clerici


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conciencia que no se detenga en los límites de las imposibilidades. Para superar las imposibilidades hay que pensar en acciones concretas a partir de las virtudes, en especial de la hospitalidad, de la tolerancia y del compartir.

      La solidaridad tiene que ver con el bien común, por esto la tierra es el mayor bien común que debe ser compartido solidariamente.

       En las condiciones actuales de la sociedad mundial, donde hay tantas inequidades y cada vez son más las personas descartables, privadas de derechos humanos básicos, el principio del bien común se convierte inmediatamente, como lógica e ineludible consecuencia, en un llamado a la solidaridad y en una opción preferencial por los más pobres. (LS 158)

      Ahora bien, se ha llegado al momento de profundizar el último eje de este punto de partida que es la fraternidad universal. Este último eje no sólo tiene una dimensión social, sino también religiosa, dado que:

       La fraternidad es una creencia: una sabia mezcla de conocimiento y fe en la que se implica el hombre entero. La conocemos en la medida en que creemos en ella; y puesto que la fe tiene dos movimientos: el del asentimiento y el de la adhesión, sólo es posible saber qué es la fraternidad si vivimos fraternalmente con el otro hombre, con el otro naturaleza y con el Otro Dios. (Calvo Orcal, 2009)

      Podemos decir que la fraternidad es un movimiento del Espíritu que relaciona todo con todo en el amor, por esto en la encíclica afirma que:

       El amor fraterno sólo puede ser gratuito, nunca puede ser un pago por lo que otro realice ni un anticipo por lo que esperamos que haga. Por eso es posible amar a los enemigos. Esta misma gratuidad nos lleva a amar y aceptar el viento, el sol o las nubes, aunque no se sometan a nuestro control. Por eso podemos hablar de una fraternidad universal. (LS 228)

      Las potencialidades evangélicas de este punto de partida son potencialidades liberadoras que se dan en el proceso histórico salvífico y, por lo tanto, son más complejas de lo que hemos desarrollado, ya que tienen su vinculación con lo social, cultural, político y económico. La crisis ecológica nos despierta para nombrar a las realidades de la naturaleza como hermanos; esta es la profundidad de la espiritualidad franciscana, en definitiva, la espiritualidad de la Laudato Si’ y la praxis más liberadora que nos propone vivir, ahora sí, el magisterio de la Iglesia.

      4. Desafíos eclesiales. Conclusiones

      Se ha de querer concluir este trabajo meditando lo que el punto de partida (como praxis eclesial a partir de la ética planetaria y la fraternidad universal) puede proponer como una renovada visión de la Iglesia. Pensando también en una Iglesia que, como se ha dicho anteriormente, se entienda como biodiversa, es decir, un pueblo que camina en la diversidad buscando el Reino de Dios en el aquí y ahora, integrando el cuidado de la creación, de la “casa común”.

      Se ha de entender que una Iglesia que camina en la diversidad exige, como lo postula la teóloga alemana Margit Eckholt, “una nueva forma de pensamiento, un pensamiento histórico y culturalmente contextualizado, capaz de mirarse en un ‘espejo roto’ y de percibir justamente también los rostros oscuros de la ‘otredad’ y de respetar lo ajeno de un modo novedoso” (Eckholt, 2014).

      Este modo novedoso implica en el pensamiento del Papa Francisco, en orden a la propuesta del Concilio Vaticano II, una reforma eclesial que tiene como base su salida al horizonte de sentido del mundo a través de una actitud misionera. Así lo expresa en los primeros números de la Laudato Si’: “en mi exhortación “Evangelii gaudium” escribí a los miembros de la Iglesia en orden a movilizar un proceso de reforma misionera todavía pendiente. En esta encíclica intento especialmente entrar en diálogo con todos acerca de nuestra casa común” (LS 3).

      Se ha de pensar que tal reforma misionera se hace necesaria a partir de los desafíos que el momento histórico interroga; cuando la realidad histórica, con todos sus conflictos, sobre todo ecológicos, muerde la estructura eclesial, provocando una reacción que implica una nueva manera de actuar y de responder afectando la propia estructura. Pero tales cambios estructurales no serían efectivos sin pensar en una pneumatología cósmica.

      Una pneumatología cósmica es aquella fuerza amorosa que conecta a la comunidad de creyentes con su sentido trascendente y cósmico, pero en la relación de una espiritualidad ecológica que integra el cuerpo de Cristo con la “casa común”, con el orden de la naturaleza.

      Por esto, una Iglesia renovada en la pneumatología cósmica es una comunidad que restaura la creación, haciendo suya una espiritualidad ecológica que alimenta “una pasión por el cuidado del mundo” (LS 216).

      En definitiva, la Iglesia renovada por el Espíritu cósmico es una comunidad de oyentes, primeramente, de las palabras de la creación y, luego, de la palabra dada por Dios, y manifestada en la presencia histórica del Hijo, que invitan, ambas, continuamente a una:

       Conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana. (LS 217)

      De seguro que para pensar en una Iglesia biodiversa y renovada por un Espíritu cósmico que integra comunidad con naturaleza, habría que pensar en los medios y en los estratos de una reforma profunda de la Iglesia, pero esto implica otro tipo de trabajo que no conviene desarrollar por ahora. Solo queda, entonces, caer en la cuenta de que se está viviendo en un momento de reforma y de conversión histórico-ecológica, en la cual la teología y la vida de la Iglesia se ven afectadas.

      Bibliografía

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      Merino, J. (1999). Caminos de búsquedas. Espiga, Murcia.

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      Sayés,


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