Otro eslabón de tu cadena. Diego Peñafiel

Otro eslabón de tu cadena - Diego Peñafiel


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de residuos que lo cubrían por completo. Dos perros llenos de sarna y heridas husmeaban entre la mierda.

      Al llegar, solo vio a su madre en el puestecillo que tenía pegado a la entrada. Estaba sentada en una silla, acurrucada esperando a que llegase algún cliente para venderle algo o charlar un rato. Delante tenía la mesa con tubérculos, verduras y frutas, la mayoría de ellas semipodridas. Tenía longtron, plátanos, mangos, batata y pimientos pequeños rojos y amarillos. A Akin le llamó la atención la falta de variedad y cantidad que tenía en la mesa y lo encorvada y envejecida que estaba su madre. Recordó con tristeza cómo años atrás, cuando él trabajaba con ella, la mesa estaba repleta y su madre llena de energía.

      Al verlo, la cara de Pitú se iluminó como si hubiese visto a un ángel. Se levantó con dificultad y la mandíbula temblorosa. Abrazó a Akin con la poca fuerza que le quedaba. Gritó y dio gracias al señor por tenerlo en casa de nuevo. Antiguamente, se veían casi todas las semanas en la entrada del campamento o en casa, pero los últimos meses entre el contrabando, las guardias fuera y la mala vida no la había visto. Su madre no le soltaba la mano y no paraba de repetir la alegría que le daba tenerlo en casa, sin embargo, la notó un poco esquiva.

      —¿Dónde está Borico?

      —No lo sé, hijo, ya casi no aparece por aquí, está todo el día por ahí con los hombres de los coches caros.

      —¿Los hombres de los coches caros?

      —Sí, los hombres de los coches grandes que vienen a buscarlo.

      Akin asintió con extraño interés y cambió de tema:

      —¿Y cómo está Baubiyo?

      —A tu hermano… no le va bien. Se le rompió el motor del cayuco y no ha podido arreglarlo porque no le traen lo que necesita. Desde entonces, pesca menos y no le da para alimentar a los siete hijos. Pero eso a ti te da igual, ¿no? Las últimas seis veces que he ido a verte no estabas en el cuartel y tú no has sido capaz de venir ni una sola vez.

      —No he podido, no he tenido permiso —dijo a trompicones, ocultando la verdad.

      —¿En todo este tiempo no has tenido ni un momento para venir a ver a tu madre? Habrán pasado ya dos meses desde la última vez que te vi. ¿No te das cuenta de que pensaba que te habían matado? ¿Te has olvidado de que tienes una madre que sufre por ti? ¿Por qué tuviste que meterte al maldito ejército? Hace poco os llevasteis al hijo de Mboula, seguro que lo habéis matado como a todos los demás —le gritó, y se puso a llorar.

      —¿Acaso crees que yo no preferiría estar aquí contigo vendiendo fruta como hacía antes? Pero hay que sobrevivir, y si tengo que hacerme pasar por fang y meterme en el ejército, pues lo haré, porque tengo claro que no quiero acabar muerto a balazos como el hijo de Mboula o muerto de hambre trabajando en las plantaciones de Macías, ¿entiendes? —contestó irritado.

      Akin se levantó, le dio una patada a la silla y se metió al cuarto. Al poco, salió y la abrazó, pero ella lo empujó y se cubrió. Tenía ciertos remordimientos por no haberla visitado. Había tenido oportunidad de hacerlo, pero prefirió estar con chicas, emborracharse o hacer dinero con sus negocios turbulentos, así que trató de complacerla para paliar su malestar.

      —¡Tranquilízate, mamá, no volverá a ocurrir! He visto que no te quedan muchas frutas y verduras para vender. ¿Qué te parece si mañana vamos a Basapú, donde la tía, a hacerle una visita y a comprarle un poco de todo?

      —Vale, pero no tengo casi dinero para comprar.

      —No te preocupes, yo tengo.

      Pitú se alegró y dejó de llorar. Se puso a limpiar los platos y Akin aprovechó para irse. Tenía muy poco tiempo y debía visitar a su amigo Lory. Fue hasta su chabola y lo llamó, pero no contestó nadie. Se fue al bar de al lado a hacer tiempo, se pidió un vaso de tope6 y se sentó en una mesa que solo tenía tres patas y estaba apoyada contra la pared para no caerse. Mientras se bebía el vino de palma, se puso a pensar en noches de fiesta. De ahí le vino el recuerdo de su amigo Bee. «¿Dónde estará?». Tal vez ya habría vuelto y estuviese en casa. Después de estar con Lory, si no se le hacía muy tarde, iría a buscarlo. Rememorando las noches con su amigo, se acordó del día en que conoció a Eyang. Sintió ansiedad y angustia recorriéndole el cuerpo. Se terminó el vaso de un trago y se pidió otro, que también se lo bebió de un trago.

      Regresó a casa de su amigo y se encontró la puerta abierta. Se escuchaba el sonido de un generador eléctrico y se veía luz. Lo llamó por su nombre y entró. Lory se asustó al verlo, lo empujó con una mano y, con la otra, cogió un machete que levantó en postura de ataque. Akin se apresuró a gritar su nombre y a pedirle que se calmara. Al identificarlo, bajó el machete y lo reprendió por entrar de esa manera en su choza.

      —Pero ¿qué estás haciendo? ¿No te das cuenta de que podía haberte matado? —le gritó en pichinglis.

      —Lo siento, pensé que me habías reconocido.

      —No vuelvas a entrar así nunca. Yo listin mi? (¿Me oyes?) —Lo miró con mala cara, todavía estaba tenso.

      —Vale, vale, entendido.

      —Ustin yu wan? (¿Qué quieres?) —preguntó de forma seca.

      —Solo quería fumar algo de banga7 con mi viejo amigo y hacer tratos como siempre.

      Lory se quedó mirándolo un rato y se relajó, fue cuando Akin le agarró la mano y lo abrazó juntando sus cabezas. Siguieron agarrados de la mano y Lory le dijo:

      —Perdona, últimamente estoy más nervioso. Estoy avanzando, ¿sabes? Ya no soy aquel joven que conociste, ahora soy uno de los grandes. ¡Ven, toma! ¡Hazte eso! —Le dio un porro de marihuana y cerró la puerta—. Las cosas están cambiando, ahora me dedico a cosas más grandes, ¿entiendes? Eso de echar a los españoles y prohibir sus productos es lo mejor que ha podido pasarnos. Todo el mundo que quiere algo español acude a mí. ¡Toma, échale más a eso! —le dijo mientras le daba un poco más de marihuana—. Me voy a cambiar de casa. ¿Te lo había dicho? Pues sí, me voy a una casa lujosa como la de los blancos importantes.

      —Ussay? (¿Qué dices?)

      —Al lado de la embajada china. —Rio a carcajadas—. ¿Te das cuenta? Voy a vivir junto a embajadores. —Volvió a reír.

      Akin, que ya le había dado unas caladas al porro de hierba, lo miraba asintiendo, pero sin explicarse bien tan explosivo crecimiento.

      —¿Qué tal te va a ti en el cuartel?

      Akin le pasó el porro y le dijo:

      —Bien, bastante bien, ya casi todo el mundo me conoce.

      —Ahí estás en buen sitio. La gente es bebedora y tienen dinero. Tengo lo que me habías pedido y te vas a llevar una más de anís. ¡Vas a ver cómo lo vendes! La próxima semana tendré orujo a buen precio, may fren (amigo mío). —Se fue a la habitación y volvió con las botellas—. ¡Toma!

      —No he traído más dinero.

      —Yu no worin! (¡No te preocupes!) Esa te la dejo fiada.

      Acordaron un precio, las empaquetó con una hoja ancha de palmera y siguieron fumando.

      Akin se fijó en la lámpara de tres brazos curvos con brillantes colgando y unas bombillas en forma de vela. Nunca había visto una lámpara así. Empezó a sentir una sensación de bienestar y confort, y el objeto adquirió un brillo desorbitado.

      Le pidió una bolsa de marihuana para vender. Lory le dio gran cantidad y le ofreció opio, pero este le respondió que no conocía a nadie que lo fumase. Así, terminaron entre risas y su amigo lo despachó con la excusa de que tenía muchas cosas que hacer. Salió a la calle y fue a casa viendo los colores más intensos que de costumbre.

      Su madre estaba dormida en su esterilla de la cocina. Al escucharlo, pronunció su nombre; él le contestó afirmativamente y le dijo que siguiese durmiendo. Entró


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