Saber estar en las organizaciones. Claudia Liliana Perlo

Saber estar en las organizaciones - Claudia Liliana Perlo


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sincronicidad, coevolución, holografía, complejidad y también UNIcidad!!, son algunos de las características de la realidad que nos advierten los inesperados desarrollos científicos del siglo XX.

      Para hacer frente a esta realidad, los campos disciplinares, al mejor estilo de la antigua Grecia, levantaron sus barreras, el físico se tornó filósofo, el filósofo estudió neurociencias, el biólogo se abocó al acto de conocer y el químico confesó su amor por las humanidades y las artes. Ya ni duras ni blandas, la física cuántica, la termodinámica, el construccionismo social, la cibernética, la biología del conocimiento, la psicología, la teoría de los sistemas, la teoría de la complejidad, la perspectiva holográfica, la antropología, la matemática fractal, las neurociencias, la ecología y muchos otros campos interdisciplinarios trabajan hoy de manera incesante y apasionada en las ciencias de la totalidad.

      De este modo, ya bien alejados de la concepción mecánica de la naturaleza, donde las leyes aparecen regulares, inmutables y definitivas; definiendo para nosotros una realidad a ser consumida; entendemos que somos partícipes, artesanos, autores y responsables de una realidad holográfica, inclusiva y entrelazada. En las próximas líneas ofrecemos al lector hacer foco en algunos conceptos que llevaron a la ciencia a estas nuevas configuraciones.

      El universo como espejo

      A principio del siglo pasado la teoría cuántica se planteó incómodos interrogantes tales como: ¿Cuál es la relación entre el observador y lo observado? ¿Qué ocurre cuando el observador realiza una medición? ¿Cómo el observador determina aquello que observa? Briggs y Peat (1998). Las respuestas a estas preguntas nos advierten que “El fluido y turbulento universo es un espejo” lo que es lo mismo decir en términos de Morín (1995) el observador es lo observado. Como expresa el luminoso poema que anticipa este movimiento cuando miramos y hacemos foco, elegimos una posibilidad y determinamos una realidad. Cuando no estamos mirando existen muchas. En la física clásica el mundo externo tiene primacía sobre el mundo interno, ahora estamos frente a una física que se atrevió a explorar en profundidad el mundo interno y encontró que existen infinidad de posibilidades, todas y ninguna (vacío) a la espera de observadores que hagan foco. El universo está conformado por sucesos interrelacionados e interdependientes, que interactúan de manera dinámica y simultánea. Las cosas y los fenómenos son «vacíos», en el sentido en que no poseen una esencia inmutable, o existencia absoluta con independencia de nuestra conciencia. Esta es la naturaleza de las cosas a partir de los nuevos hallazgos.

      Louis de Broglie (1924), científico y nobiliario fue quien describió el comportamiento dual de las partículas. Será sobre estas ideas desafiantes que Schrödinger (1935) basará su teoría de superposición de estados de la materia sobre la ecuación de función de onda. A través de la aplicación de las funciones de onda, demuestra que éstas son una de las características de la naturaleza de la materia. La sola acción de observar modifica el estado del sistema. La interpretación relacional entre observador y observado se opone a una concepción objetiva de los fenómenos. Por tanto, diversos observadores, describirán el mismo sistema mediante distintas funciones de onda. En la preparación del experimento y su medición se encuentra implícita la realidad observada.

      La materia no es fundamental

      La física del siglo XX encontró un exponencial desarrollo a través de sus principales pensadores: Einstein (1905), Planck (1918), Broglie (1924), Bohr (1927), Heisenberg (1932), Dirac (1933), Schrödinger (1935), Von Neumann (1937) que cuestionaron los principios esenciales de la física clásica. La materia no es fundamental. Como lo expresa Capra (2009), la física moderna debió abandonar la idea de partículas elementales como unidades primarias, debido a que el número de partículas elementales creció de tres a seis en 1935, a dieciocho en 1955 y hoy en día ¡¡¡se conocen más de doscientas!!! ¡¡Y, como si esto fuera poco… las partículas subatómicas pueden existir en dos o más estado a la vez!! Bohr (1927) sumergiéndose valientemente en el mundo subatómico buscó explicarlo. Consideraba que la función de onda de las partículas podía presentarse en estados de superposición. Esto es dos electrones podían estar en dos estados opuestos y extremadamente alejados a la vez y lo que ocurre con uno en determinado punto del universo, es experimentado por el otro al otro extremo de éste. La realidad existe como probabilidad de manifestación hasta el momento en que es observada.

      La realidad como tendencia a existir

      En este sentido, un electrón no tendría propiedades definidas sino “tendencias a existir”. La noción de superposición de estados posibles es fundamental en la teoría cuántica, especificar el estado del sistema desde este marco, implica tener en cuenta la superposición de todos sus estados posibles. No podemos atribuir “a priori” ninguno de tales estados, sino únicamente su superposición. Tales superposiciones tienen un carácter totalmente real; de hecho, las superposiciones de estados posibles adquieren en la teoría cuántica un significado ontológico.

      Como es de imaginar, ninguna de estas ideas pudo ser aceptada en su primer esbozo y presentación. Generaron animadas y acaloradas discusiones y detractores por el día y por la noche entre sus mentores. Sin embargo, aún en medio de la tormenta, en Copenhague (1920) Bohr y Heisenberg interpretan y acuerdan que, toda propiedad es el producto de una determinada medición. No hay objetos separados e independientes del observador, a nivel cuántico existe un todo indisoluble. Einstein, si bien es el que da el primer paso de distancia con la física clásica, encuentra marcadas diferencias con los teóricos cuánticos de su época en relación a estos conceptos. El mentor de la teoría de la relatividad continúa concibiendo leyes naturales invariables que no dependen de medición de los observadores. Asimismo, basado en la idea de que no existe un movimiento absoluto, afirma que tampoco existen partículas absolutas ni cosas sólidas. El universo es fluido e integral. La materia es equivalente a la energía, la gravedad a la aceleración, el espacio al tiempo. Es todo un campo unificado, que requiere de más investigación científica que devele el comportamiento dual de las partículas que él había denominado “fantasmagórico”.

      Un holograma multidimensional e indivisible

      Según Bohm (1988) “la naturaleza misma es una telaraña de energía viviente, cada objeto es un espejo hecho de hilos de todo lo que es”. El autor desarrolla una teoría del orden implícito del universo. Éste en cuanto totalidad, es una red causal móvil, por lo tanto, la naturaleza no se puede analizar en partes.

      Bohm utiliza la analogía del holograma para ilustrar la existencia de un universo holístico, donde “todo refleja todo lo demás”, organizado a través de un “orden implícito o implicado”. Dentro de este orden, las cosas no están constituidas por partes, sino que las “cosas” se contienen mutuamente.

      Las partes y los fragmentos existen en tanto “autonomías relativas”. Del mismo modo que una ola constituye una entidad “separada” del océano, “relativamente”, en tanto no sería tal fuera de éste. Por lo que las cosas, como también nosotros mismos, constituimos “subtotalidades relativamente autónomas” del movimiento fluido de la totalidad, que constituye el universo.

      Se concibe una realidad multidimensional, donde la conciencia es totalidad. Mientras que la mente es una forma sutil de la materia, la materia es una forma más tosca de la mente (Briggs y Peat, 1998). Para Bohm en la materia inanimada se encuentra implícita la vida, del mismo modo que la conciencia está implícita en la materia, la materia y la mente están estrechamente entrelazadas. Para Bohm (1988) todo tiene vida, el mundo inanimado es viviente.

      Como consecuencia de la tradición positivista, nuestra cultura occidental tiene una fuerte impronta de la consciencia explícita, estamos entrenados para abstraer subtotales, que muy comúnmente tienen poco de relativo y mucho de estables que solemos identificar como única realidad. Del mismo modo que el proceso de individuación a través de la construcción de la identidad, nos conduce a una circunscripción estricta y rígida del yo, que deja poco margen para advertir el orden implícito subyacente que tiene la existencia individual y su naturaleza holográfica que le devuelve el reflejo de la totalidad.

      La relevante presencia del orden explícito


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