Las pasiones alegres. Pablo Farrés
mundo, Teiler existió; hubo una implantación de una memoria falsa y también una extirpación. Después entraste en un estado catatónico. Tenías los ojos dados vueltas, la boca llena de espuma y ya empezaba a chorrearte sangre de la nariz. Pensé que ya no ibas a despertar. Ahora lo sabés: sin memoria artificial no queda más que un idiota. Ruido y Furia.
–¿Hace cuánto que estoy acá?
–Desde hace días, hasta dormido me preguntás lo mismo. Nunca te moviste de este sillón.
–¿Teiler me hizo esto? –preguntó Roy tocándose la cabeza rapada siguiendo sus dedos la cicatriz que había quedado.
–La operación existió pero Teiler no es más que un simulacro computacional. Fui yo el que hizo la extirpación. Eso que estás viendo en la pantalla son las imágenes de la memoria que extraje de tu cerebro.
–¿Ese es Roy Benavidez?
–Tu pregunta es un modo de defenderte. Vos sos Roy Benavidez y lo que ves en la pantalla es lo que quedó grabado en tu memoria. Solo hacía falta extirpártela para saber qué había pasado con tu hijo. Eso es lo que pasó.
–¿Lo maté? ¿Fui yo el que lo hice?...
–No necesito que me creas, solo tenés que verlo. Ese sos vos –dijo el otro señalando la pantalla. De eso mismo estuviste escapando desde el comienzo. Desde hace semanas estoy esperando que despiertes para que lo veas.
–¿Para qué querés que lo vea?
–Pensalo por vos mismo. Lo tenés ante tus ojos.
–No juegues conmigo. No entiendo tu adivinanza.
–No es una adivinanza, es una derivación lógica.
–Bueno, seré estúpido entonces. Mejor contame para qué me necesitás acá.
–Lo que estás viendo en la pantalla es tu memoria original, allí es donde quedó grabado lo que hiciste. Ahora bien, si estás viendo tus recuerdos en la pantalla ¿cómo pude quitarte tu memoria natural y biológica sino era desde el comienzo ella misma un artificio, un dispositivo ficcional?
–Ya te dije, no juegues a las adivinanzas, solo contame para qué me querés.
–Estamos metidos en una trampa de la que no podemos salir, pero caímos en la trampa porque en verdad estaba montada antes que nosotros hiciéramos algo. Nunca lo había podido imaginar. Lo descubrí cuando hice la extirpación del dispositivo en tu cerebro. Fue entonces que me di cuenta que las redes neuronales de tu memoria original –digamos biológica o natural– ya era un dispositivo artificial. De aquello solo había una sola conclusión: la memoria humana nunca fue ni humana ni natural. Existía una Compañía antes de la Compañía, una Compañía que funcionaba por debajo y por detrás de la Compañía.
–¿Por qué otra Compañía?
–Nosotros trabajábamos para la Compañía con memorias artificiales, pero eso mismo ya era una ficción. La verdad era que nuestra memoria originaria ya era una memoria artificial. Eso significa que otra Compañía, desde antes que comencemos a controlar el mercado ya controlaba nuestra memoria. No existía ningún mercado, sino solo el recuerdo implantado de un mercado. Del mismo modo que todos los zombis de la ciudad veían en su memoria el artificio que les habíamos implantado, todo lo que nosotros veíamos alrededor no era más que una proyección. El edificio de la Compañía, la Compañía misma, son solo partes del dispositivo. ¿Quién sabe qué dispositivo existe detrás del dispositivo?, ¿quién sabe qué Compañía trabaja detrás de la Compañía?
–Entonces eso que recién me mostraste es ficción. La muerte de Nolan no existió.
–No lo sabemos. Lo seguro es que si Nolan existió nunca fue parte de tu vida. Eso es lo que te estoy diciendo. Tu memoria real es un dispositivo tecnológico igual al que nosotros mismos comercializábamos. Pero eso ya no tiene importancia, en todo caso, no hicimos más que repetir como marionetas lo que otros ya hicieron en el pasado. ¿En qué año estamos? ¿En el 2045, en el 2097, en el 3500? Para nosotros la historia se detuvo en el 2036, ¿pero quiénes fueron los que se entregaron a la pasión de reproducir su memoria?, ¿qué vieron como para decidir que la historia se acabara con ellos, que el tiempo no sea más que la repetición de sus memorias? ¿Vieron el final y apostaron por reproducir hasta el hartazgo lo que ellos fueron? ¿Pero qué final vieron?
–No entiendo ¿para qué todo esto?, ¿qué es lo querés?
–¿No te das cuenta? Ahora sos vos el que puede verlo todo tal cual es. Extirpé de tu cerebro la memoria artificial de Roy Benavidez para que me digas lo que ves. Ya no hay nada en tu cabeza que medie con lo real. Ahora sos vos y la verdad. Quiero saber, necesito entender qué es lo que quedó de todo esto.
–¿Y por qué no lo ves por vos mismo?
–Porque debería quitarme el dispositivo, eliminar la memoria de Boris Spakov en mi cabeza. No puedo hacerlo. Necesito mi ficción, un lugar donde regresar a mí mismo aun cuando eso no sea más que una farsa. Uno de los dos debía hacer el sacrificio.
–¿Vos sos Boris Spakov?
–Lo soy, pero es como si no lo fuera. Boris Spakov no es mi verdadero nombre, pero ya no tengo ningún nombre. ¿O vos acaso te reconocés como Roy Benavidez? ¿Todavía seguís creyendo que existió Marian, que hubo alguien llamada Laura? Somos nadie, ¿qué pueden importar los nombres?
–Sea como fuere, me condenaste a perderlo todo.
–Las cosas nos trajeron hasta acá y ahora sos vos el único que puede definir quiénes somos, dónde estamos. Solo tenés que levantarte y decirme qué ves.
El otro hizo silencio. Seguía hundido en la oscuridad y sus movimientos apenas eran captados por la luz azulada de la pantalla. Roy pretendió levantarse, pero enseguida cayó de costado contra el piso. Las manos amortiguaron el golpe. Había manos, había brazos. Eso era algo. Algo con lo que registrar todo lo que no había. No había piernas; se tocó el rostro, no tenía nariz, tampoco orejas. Sus manos fueron deslizándose temblorosas por cada partecita de su cara. Descendieron hacia la garganta, se movieron horizontales de un lado al otro. Luego bajaron hacia el pecho. Entonces Roy se dio cuenta que tenía pechos, dos enormes tetas amontonadas entre las costillas.
–¿Qué pasa?, ¿ya te levantaste?, ¿encendiste alguna luz?
Preguntó el otro y rápidamente Roy se dio cuenta de lo que hasta entonces no había sido más que parte del paisaje sonoro: la voz agónica, el hilito de voz que salía desde el fondo ronco de la cueva de la boca de Boris, era la voz de una mujer.
–Hablame, ¿decime qué estás haciendo? –insistió solo como un modo de corroborar lo que no había sido más que una intuición.
Roy no respondió. Sus manos ansiosas ya buscaban debajo de sus tetas surcar el vientre y alcanzar el pubis. Sus dedos se entregaron mansos a los rulos espesos que allí se amontonaban. Descendieron un poquito más y se toparon con el clítoris. Hurgaron entre los labios de la vagina. El índice y el anular se movieron hacia dentro, penetrando en la carnosidad. Sintió la sequedad de un pedregal blandito. Los dedos se metieron dentro hurgando en los recovecos, hasta donde el tope de su mano se lo permitía. Al sacarlos sintió una pasta gomosa que se había pegoteado entre ellos. Los alzó hacia sus ojos. Era una pasta blancuzca. Los acercó hacia el agujero que había quedado en el lugar de la nariz: tenía olor a podrido.
Lo sobresaltó la voz de Boris insistiendo en que le respondiera –aún ronca, aún agónica, parecía cada vez definir más su propia femineidad en los oídos de Roy. Levantó la vista, fijó los ojos en el televisor y hacia allí se arrastró usando sus brazos como palancas. La oscuridad tomaba el espesor de cosa elástica y babosa. Solo la estridencia azul fluorescente de la pantalla resplandecía en el lugar y caía sobre la espala y las nalgas de Roy. Boris seguía siendo una sombra entra las sombras hechas con la baba de la oscuridad. Roy tomó la linterna y la encendió. Un hilito mínimo brilló tenue a punto de perderse. Lo primero que hizo fue iluminarse la concha.