Las pasiones alegres. Pablo Farrés
Hizo una pausa, adelantó la película. Le mostró entonces las imágenes de la fiesta de inauguración de la casa de Boris Spakov. Se trataba de la misma escena que Roy había vivido y filmado. En el primer cuadro aparecía Laura esperándolos en las escaleras de la entrada. Tenía puesto el mismo vestido de aquella noche, se había teñido de rubio platinado y un lunar negro aparecía en su pómulo derecho.
–No perdamos tiempo. Sé por qué viniste hasta acá. Quiero que te concentrés en esto. ¿La conocés?
–Es Marian.
–Una falsa Marian. Ya sabés de lo que te hablo. Se trata de Laura, la mujer de Boris Spakov, idéntica, casi indiferenciable de la que había sido nuestra mujer.
–Entonces conocés a Boris Spakov.
–Lo conozco del mismo modo que lo conocés vos. Ya te dije, vi la película de mi memoria mil veces. Todo lo que vos puedas recordar de Boris y de la Compañía en la que crees trabajar está ahí en el dispositivo. Son los mismos recuerdos, y lo que vos tenés ahora en tu cabeza es lo mismo que yo tuve en la mía. Boris, Laura, es decir, la falsa Marian, son un modo de reaseguro. Una segunda memoria escondida bajo la primera.
–¿Para qué, qué necesidad de una segunda memoria?
–La Compañía se adelantó a posibles errores. Si los recuerdos falsos comienzan a fallar, el dispositivo no te va a permitir llegar a lo que realmente sos. Antes de ello, te presenta una segunda película también falsa. La mujer rubia platinada y con el lunar negro en el pómulo es un simulacro del simulacro, un laberinto dentro de otro laberinto, solo está allí para que te pierdas en el camino, una invitación a la paranoia, a la búsqueda interminable de una verdad que no existe.
–No entiendo qué necesidad tenés de explicarme todo esto. Todavía no sé por qué quieren que pase de nuevo por lo mismo. Ya estuve acá, y no se trata de recuerdos, vi una y mil veces la filmación de la primera vez que me trajeron a este lugar.
–Eso no te sirve de nada. Es posible que tengas la filmación o lo que vos quieras, pero la extirpación del dispositivo suele ser una proyección del mismo dispositivo, te hace creer que ya te quitaste el dispositivo y sin embargo sigue funcionando en tu cerebro. Si la destrucción de la memoria artificial es parte de la memoria artificial, es imposible saber si de verdad, en algún momento, el dispositivo fue extraído. Siempre quedará la duda: ¿cómo saber que la extracción no es más que una continuación del artificio?
Acaso el otro tenía razón. Quizás todo había sido una mala pasada del dispositivo en su cabeza y el único modo de salir del infierno de Marian y Nolan era que Teiler hiciera lo suyo. Sin embargo lo miraba y había algo del orden del rechazo físico, una respuesta orgánica que registraba en los recovecos de su cuerpo –en las axilas, en la boca del estómago, en los testículos– ante la posibilidad de que las morcillitas que aquel gordo tenía por dedos hurgaran mugrientos en su cerebro.
–Incluso es posible que todo esto no esté sucediendo. En este momento quizás ni siquiera estemos hablando. Acaso todo lo que estamos haciendo es parte del pasado, ya ocurrió y ocurrió en ninguna parte. Ahora vamos a extraerte el dispositivo, pero quizás es algo que ya ocurrió antes.
–No sé entonces por qué tendría que aceptar ahora la cirugía.
–Porque ya estás acá. El que llega a este lugar ya no puede volver a atrás. No te pongas paranoico. La extirpación va a suceder, quieras o no. La mejor estrategia es relajarte. Yo te cuento cómo funciona, qué me sucedió a mí para que estés tranquilo.
–Si las cosas fueran tan fáciles hubiese venido por mi propia cuenta –dijo.
–Viniste solo y por tu propia cuenta.
–No es eso lo que recuerdo. Alguien me golpeó, me durmieron y me trajeron encapuchado en el baúl de un auto. Si fuera tan bueno para mí sacarme el dispositivo, ¿por qué me trajeron a la fuerza?
–No sé de qué estás hablando.
–Estoy diciendo que a alguien le conviene que yo crea que mi memoria es un artificio sintético y que me haga la operación.
–Te repito que viniste solo. Intento que sea por las buenas, pero si tiene que ser por las malas, será por las malas. Ya estás acá, no hay vuelta atrás, nadie puede salir de este lugar recordando quién soy.
–¿Trabajás para Boris? ¿Boris me trajo acá o fue Dafoe?
–Relajate, es la última vez que te lo digo.
–Me relajo todo lo que quieras pero decime para quién trabajás. ¿Te mandó Boris Spakov?
–Terminá de entender que no estamos jugando –espetó Teiler y sacó un revólver de su cintura para enseguida apuntarle a Roy.
6.
Lo tomó del brazo y lo acostó de nuevo en la camilla. Al rato empujó un tubo de oxígeno hacia la camilla, enroscó una manguera y en la otra boca metió la punta de la mascarilla que debía usar para anestesiarlo.
No estaba dispuesto a entregarse a lo que el otro le había contado. Quizás hubiera aceptado la operación por su propia cuenta, pero la violencia del otro había sido su propia delación. Solo esperaba su oportunidad mientras el otro se movía concentrado en los instrumentos quirúrgicos que iría a utilizar. Le puso la mascarilla y abrió el tubo de oxígeno. Roy intentó controlar su respiración de tal modo que la anestesia no lo durmiera tan rápidamente. Cuando creyó que era el momento se hizo el dormido. Teiler pensó que la anestesia ya había hecho efecto. Cuando se dio vuelta para acercar el bisturí, Roy se quitó la mascarilla, medio tambaleando se levantó al fin, dio dos o tres pasos hacia Teiler y le quitó el revólver de la cintura.
Teiler giró sobre sí pero ya era tarde. Ahora era Roy el que le apuntaba. Le ordenó que se acostara y Teiler se acostó. Tomó la mascarilla y la apretó contra su nariz, mientras mantenía el revólver apoyado contra su cráneo pelado. Teiler no tardó en dormirse. Abrió todavía más el tubo de oxígeno y al rato el otro era un lobo marino tomando sol en las playas de la Costa del No me Acuerdo.
Avanzó hacia la puerta, la puerta estaba cerrada. Retrocedió pensando que acaso Teiler no trabajaba solo. Convenía ir más lento, pensar la situación. Miró a Teiler desinflándose lentamente en el dulce sueño que su sonrisita de bebé chupando teta dejaba suponer. Entonces se dio cuenta que había estado pensando mal las cosas o acaso entendió que solo en la pasión de pensar mal las cosas se encuentra finalmente la revelación de que ese es el único modo festivo de gastar la existencia: no era en su memoria donde debía buscar respuestas, sino en la memoria del otro. Si la memoria artificial existía ¿por qué creerle que se la habían extirpado? Allí, en el registro del dispositivo podía encontrar qué había sucedido, quién era Teiler, para quién trabajaba.
La idea lo iluminó, sintió la gracia recorriéndole el cuerpo y como una gacela que respiraba el aliento de los lobos, acomodó el cuerpo fofo de Teiler, apoyó la cabeza encima de una almohadilla ortopédica, jugó al ta-te-ti eligiendo con qué bisturí y qué pinza iba a trabajar, y todo lo hacía como si hubiese conseguido el sapo con el que saciar su gusto infantil por las profundidades orgánicas. Así le salieron las cosas, así, más o menos como hubiese quedado la panza destripada de ese sapo quedó la cabeza de Teiler: el mapa de las rutas argentinas, una foto aérea del delta del Paraná, como las varices –recordó Roy– en las piernas de su madre, como las estrías que se dibujaban en los colgajos de la panza del mismo al que estaba descerebrando.
El primer corte lo hizo en el centro de la nuca, pero enseguida le pareció que la exactitud geométrica le había sido negada y que en verdad el centro estaba un poco más hacia la izquierda, y entonces cortó de nuevo un poco más a la izquierda, pero no conforme se decidió por cortar más hacia la derecha, y claro está, terminó comprendiendo que el centro nunca es matemáticamente el centro sino solo conceptualmente el centro, porque en la realidad y en cualquier circunstancia de lo real, no hay centro que no se corra siempre un