Las pasiones alegres. Pablo Farrés

Las pasiones alegres - Pablo Farrés


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aquel mismo era el lugar que había visto en la filmación de la fiesta de Boris, luego de que le sacaran la capucha negra que le habían puesto en la cabeza.

      “La Compañía fue trabajando por fases. Al principio había sido usada para borrar el horror del genocidio por la “Nueva Humanidad”. Fue el Estado el que se sirvió de ella para dar los primeros pasos. Los soldados venían de un lugar al que nunca debieron haber ido. Lo que habían hecho durante la guerra en la Zona de Abandono no tenía nombre. Les habían dado vía libre para hacer lo que se les antojara y así lo hicieron. En el fondo es lo que el Gobierno les había prescripto como estrategia. Nadie se hubiese enterado de lo que pasó si no hubiese sido justamente por los soldados que volvieron. Algunos hablaron y el horror se hizo público. El Estado hizo desaparecer a los que pudo, pero todavía existían 4000 hombres más. Ejercitados entre otras cosas en los fusilamientos masivos de la Gran Fosa o en el uso de ratas para meterlas en la vagina de mujeres embarazadas, no tenían ningún temor de desaparecer. Ya habían desparecido de sí mismos mucho antes. Los rumores acerca de lo que sucedía en la Zona de Abandono habían empezado a correr en los pasillos de las redacciones, la oposición lo repetía en voz baja y ya había algún que otro panfleto dando vueltas por las calles. Así las cosas, el Gobierno y la Compañía entraron en contacto. La Compañía era la que había desarrollado el modelo computacional de URANO, el mismo que había llevado a aquella masacre en la Zona de Abandono. Pero aquello no importó. En el mundo de los negocios la serpiente se muerde la cola, y si la Compañía había creado a URANO, el negocio ahora era resolver qué hacer con los soldados que volvían de la Zona de Abandono. El corte craneal era mínimo y la cicatriz desaparecía en cuestión de algunos días. De pronto los soldados podían ver con toda claridad la película del pasado y en esa película no había habido ninguna guerra, ningún genocidio. Al secreto generalizado con el que durante meses esos hombres habían chapoteado en la mierda de la especie, se le sumó el olvido del horror. Cuando llegaron los juicios impulsados por la oposición, no había soldado que recordara nada. La memoria ficticia que la Compañía les había implantado funcionaba perfectamente. El genocidio se les había transformado en un paseo turístico, el infierno humano en el viaje de egresados de un grupo de boy-scouts que llevaba donaciones para gente carenciada”.

      La voz de Teiler sonaba rara. Roy recién tomaba algún contacto con su cerebro y seguramente ese estado intermedio entre lo que es y lo que no es aportaba al ruido de milanesas friéndose sobre el que la voz de Teiler se empeñaba en emerger. Sin embargo, más allá del estado de cosas mentales del Sujeto-Roy, se trataba también de la misma voz que tantas veces había escuchado en la filmación. Lo extraño era que esa vez la voz real de Teiler traía el mismo ruido de fondo que cuando la había escuchado en la computadora, como si de aquella boca no salieran palabras sino solo un colchón de sonidos industriales sobre los que su voz se acostara a dormir, o bien como si en verdad las palabras de Teiler trajeran consigo el murmullo mental del que habrían surgido, arrastrando entonces cada palabra pronunciada todas las palabras pensadas pero no dichas, todos los abortos del pensamiento que no dejan en el tacho de basura del cráneo más que fetos descarnados dedicados a llorar lo que no se les ha permitido. En síntesis, que Teiler no parecía hablar sino llorar pensamientos muertos.

      “Se les había injertado una memoria que borraba los meses que duraron los fusilamientos y la masacre pero con ello también reconfiguraba el pasado anterior. Algo en ellos proyectaba una película coherente, armoniosa y siempre plácida de lo que habían sido. El dispositivo permitía transformar las imágenes del pasado artificial a partir de la percepción del presente. Se trataba siempre de la misma proyección pero los rostros, las voces y los nombres iban cambiando según lo que cada individuo registraba de su presente. No necesitaban entonces ningún esfuerzo para recordar nada, las imágenes se les presentaban solas con una claridad total. La memoria ya no era una cuestión de ellos, el micro-cerebro les traía el pasado sin que hicieran el más mínimo trabajo. La segunda fase que se propuso la Compañía fue la universalización. No había sido gratuito el contacto con el Gobierno. A cambio del trabajo hecho y su silencio, se le concedió el permiso de comercialización. El aparato publicitario funcionó sobre la base de un deseo ya dado: ¿quién no hubiese querido modificar algo de su pasado, tapar los agujeros, ahogar los secretos? Más cuando se promocionaba como un producto familiar y grupal. No se trataba solamente de modificar un pasado personal sino de armar una melodía colectiva sobre el ruido blanco de las conciencias. Una memoria, una única y misma memoria, un mismo guión para todos: una familia feliz. El dispositivo funcionó sin problemas durante algunos meses, pero enseguida surgieron las contradicciones entre el presente y el pasado. Solo bastaba que alguien que no actuaba en la película apareciera en la vida presente para generar la duda y la implosión. El dispositivo fue modificado. Ya todo estaba preparado para el avance final. Y el pase de manos fue efectivo. Cuando el producto estuvo listo coparon el mercado. La televisión, la radio, internet, colapsaron con su publicidad. El precio de la memoria artificial llegaba a niveles insólitos, cualquiera podía comprarla al mismo valor que el de un kilo de pan. Aquella era la universalización buscada, no hubo ninguna imposición, solo modos de seducir a todos los que desde el principio ya sabían lo que querían: ser otro, narrarse a sí mismos y verse en una película que omitiera lo que debía omitir. Con el precio regalado la compañía iba a pérdida, pero aquello no era más que un momento para una ganancia que en el horizonte se volvería infinita. El control se volvió absoluto. No aparecía en la película implantada nada relativo al genocidio de la Zona de Abandono, pero tampoco nada referido a ningún aparato de Estado –¿qué es una escuela?, ¿quién tiene recuerdos de lo que es un hospital?, ¿un policía?, ¿una cárcel? El Estado se volvió inútil. Las instituciones que durante siglos habían funcionado como una máquina de producir una memoria colectiva se volvieron obsoletas. La Compañía había logrado un modo más efectivo para imponer una memoria homogénea; y el Estado no pudo hacer nada frente a la trampa, terminó aceptando su lugar secundario como brazo armado de la Compañía y sus necesidades –la de la persecución de aquellos que se habían negado al trasplante. ¿Pero cuál había sido la modificación en el dispositivo que les había permitido un funcionamiento pleno? ¿Qué les permitió la universalización de una misma memoria que no entrara en contradicción con el pasado real pero tampoco con el presente de la percepción? El único modo fue haciendo que el presente fuese parte del pasado. Eso es una memoria completa: no solo se trata de una película en la que se ha grabado un pasado, sino también el futuro como algo que ya sucedió. El dispositivo esconde las imágenes de lo que vendrá –el envejecimiento, las enfermedades, las disputas familiares, los atardeceres compartidos, los viajes a ningún lado, el crecimiento de los hijos, incluso la imagen de la propia muerte. El programa impide el acceso a esas zonas de la película. No se pueden adelantar las imágenes voluntariamente. Aparecen solas, de modo programado y cada cierto tiempo, y aparecen no como lo que va a suceder sino como aquello que ya ocurrió. La estrategia no buscaba darles a los hombres la posibilidad de anticipar el futuro sino algo más simple y efectivo: producir la sensación de que aquello que está pasando ahora es algo que en verdad ya ha sucedido antes. Si el futuro es parte de una memoria completa, entonces el presente es el recuerdo de algo ya muerto. No trabajaron por sustracción, nunca se trató del olvido, sino de lo contrario: de lo que se trató fue de imponer una memoria absoluta, tan completa e inabarcable que genera el efecto de que todo –la biografía pero también la historia– ya terminó, ya pasó, lo que podamos vivir solo es parte de una memoria que nos excede. Eso que llamamos vida es parte de un museo, un teatro que se monta en nuestros cerebros. Entonces solo queda la pura contemplación o la repetición maquínica de lo que ya sucedió antes. ¿Conocés el mundo-tumba de los muertos vivos? Una memoria completa y un mundo-tumba infinito solo funcionan en espejo. Cada hombre como un dios agonizante y psicótico que no necesita nada más allá de su propio cerebro: para todos los hombres una misma memoria, una misma estructura para la narración de su pasado y de su futuro, los mismos acontecimientos, las mismas vivencias, todo ya muerto, todo ya habiendo ocurrido antes, salvo su repetición infinita”.

      –No sé por qué me hablás de todo esto. Solo decime para qué me trajeron acá.

      –¿Qué queda después de la cirugía? No puedo asegurarlo –dijo el otro sin que Roy se lo hubiera preguntado, haciendo como si en verdad no lo hubiera escuchado–. Varía según la persona. He visto de todo y en el fondo


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