Las pasiones alegres. Pablo Farrés
por más esfuerzo que hiciera nada podía rememorar. Debía moverse con calma, no permitirse que la incertidumbre acechara, sin embargo no dejaba de pensar en aquella filmación y preguntarse si la extirpación verdaderamente había ocurrido. La primera vez que la vio, se tocó la cabeza frente al espejo varias veces buscando la herida que fuese prueba de que Teiler había realizado la operación. No había ninguna herida, ningún tajo. Se sintió estúpido: si hubiese encontrado una cicatriz tampoco habría sido prueba directa. Pero aunque relativizara la cuestión, lo cierto es que la filmación de la cirugía existía y la conexión entre esas imágenes y todo lo que había sucedido en su vida era fácil de trazar: a todo había llegado tarde y cuando llegó ya no había nada.
Se había enterado de la muerte de Marian y Nolan dos días después de haber ocurrido el accidente con el auto. Roy se encontraba en Roma. Las ridículas volteretas de la Aerolínea para cambiarle el pasaje, hicieron que tardara dos días más para regresar a Buenos Aires, por lo que al llegar el funeral ya se había hecho, el entierro realizado, y de Marian y Nolan solo le quedaban los nombres.
Boris Spakov, amigo suyo desde los tiempos de la facultad y por entonces miembro del Directorio de la Compañía donde Roy trabajaba –el mismo que lo había enviado esa semana para cerrar unos negocios en Roma que finalmente no se cerraron ni abrieron porque los contactos con los que debía encontrarse no estaban en Roma y al parecer tampoco trabajaban para la empresa con la que haría el negocio– se había encargado de todo lo que él no había podido: armó de un día para el otro el funeral urgente y organizó lo necesario para echarlos dignamente en un pozo y enterrarlos bajo tierra con todos los rituales del caso, y recién entonces, solo entonces, llamar a Roy y contarle la noticia de la muerte de su mujer y su hijo.
No quedó luego más que la narración de las cosas, aunque no tanto de las cosas sino de la velocidad con la que las cosas iban hacia su aniquilación. Todo había sucedido tan rápido que en verdad le parecía que nunca había sucedido. Así había ocurrido desde el principio, un poco antes de todo esto, digamos, más o menos desde que había sido diagnosticada la enfermedad de Nolan y el proceso de demolición física de su hijo se acelerara hacia el umbral de una deformidad inútil: síntomas mínimos, primero, los dolores de cabeza, los vómitos constantes, raptos de pérdida de la visión, las dificultades al hablar, y la saliva, la insólita saliva que juntaba en la boca y no era capaz de expulsar, escupir, dejar caer para no ahogarse, hasta el punto de dar la impresión de estar jugando y en el extremo desear ahogarse de verdad, luego el engrandecimiento del cráneo logrando alcanzar el estatuto de fenómeno de circo, como si en verdad su cabeza de enano deforme estuviera fuera de lugar, incoherente con su cuerpo, y correspondiera más bien a un globo monstruoso y mal inflado. Enseguida vino el diagnóstico definitivo de hidrocefalia congénita y el avance desaforado de la parálisis física que puso al chico en el lugar de una divinidad babeante, semi-idiota y déspota a la que sus padres debían venerar pagando la deuda infinita de haberle dado vida; y con ello la imposibilidad de Marian de hacerse cargo de lo que se le exigía, abandonando el trabajo, olvidándose de que en algún momento el aire recorría limpio sus fosas nasales e hinchaba sus pulmones significando vida, reduciendo entonces su existencia a la asfixia continua y a la épica mal tragada del sacrificio: quitar la saliva de la boca de Nolan para que no se ahogue, limpiarle los pañales para que no empiece con el llanto desesperado, luchar cuerpo a cuerpo para enchufarle en la boca una cuchara de puré, no eran el paisaje cotidiano en el que a los treinta años pretendía encontrarse.
Y de nada había servido usar a Roy como punto de fuga transformándolo en puchinball y monigote de un odio desbocado que no alcanzaba mayor verdad que la del teatro pobre de su impotencia; fuese como fuese, ya no había ninguna pareja –solo se trataba de dos desconocidos girando alrededor del agujero negro que Nolan cavaba día a día, cada minuto, allí, en el centro del comedor sentado durante horas y horas en la silla de rueda frente a la pared blanca –y una sola pregunta en común: ¿alcanza la determinación natural, biológica, de haberlo engendrado para justificar el sacrificio de una vida que se entrega para sostener la vida al pedo de un hijo?
Sí, todo sucedió muy rápido, tan rápido que Roy no sabía si en verdad esa pregunta había sido enunciada, o si en verdad solo se mantuvo soterrada hasta que finalmente la muerte de Nolan llegó y toda la mugre que sigilosamente se había mantenido enterrada en el fondo del cerebro se liberara como la lava de un volcán.
De algún modo era algo que los dos habían temido y esperado y tanto lo esperaron que sin darse cuenta se había transformado en un deseo: ¿no había sido Marian la que le había dicho una y otra vez que ya no podía con la existencia del chico?
¿No lo había tratado de mierda blandita por no hacer lo que tenía que hacer, sin definir específicamente qué significaba “lo que tenía que hacer” salvo aquella noche en que pasada de alcohol no pudo ser más clara y le pidió que se deshiciera de Nolan?, ¿no le había pedido que lo borrara de sus vidas?
Esas palabras –esos ruegos, esas órdenes– habían sido pronunciadas por Marian, pero Roy nunca dejó de preguntarse si acaso él no podría también haberlo dicho. En todo caso el destino funcionó armónicamente según los parámetros de la rima clásica: fue Marian la que le había rogado que el chico desapareciera y efectivamente Nolan despareció pero llevándose a Marian al fondo de la misma fosa.
Aunque en verdad la única fosa era el vacío que habían dejado alrededor de Roy, una nada demasiada llena de cosas que transformaban el departamento en un cementerio íntimo. No tardó más de un mes en juntar los bártulos de sus muertos, meterlos en bolsas y cajas y quemarlos –incluso la silla de ruedas, incluso la ropa, los zapatos, las fotos del pasado común– una noche fría en un descampado cerca de donde vivía.
3.
Fue por entonces, durante ese tiempo dedicado a escarbar en la fascinación de contemplar a la mujer de Boris y encontrar en ella a Marian, que comenzaron los llamados. La primera vez dudó en atender pensando que nada debía distraerlo de la desgrabación de lo que aquella noche había filmado, pero cuando levantó el tubo y escuchó la voz de Marian fue como si en verdad hubiera estado esperando volverla a escuchar.
–Tengo que hablar rápido, quería decirte que ya estamos en la casa.
Roy: el silencio. Dudó, las palabras se atropellaron en su garganta, no supo qué decir; pero la duda ya era parte de lo que debía rechazar –dudar si la que llamaba del otro lado de la línea era Marian ya era afirmar la posibilidad de que Marian estuviera viva.
–El viaje fue largo pero ya estamos donde queríamos –continuó la voz de Marian.
Aturdido, no podía llevar el hilo de lo que ella decía acerca de lo que habían hecho apenas llegaron a la ciudad y se perdía en el asombro mayor de que del otro lado de la línea y del mundo todavía existiera su mujer, o al menos la voz de su mujer.
–Nolan está bien, no te preocupes. Llegamos hace poco, pero la ciudad es preciosa.
Sin esperar que Marian terminara lo que estaba diciendo, cortó la comunicación. Enseguida identificó la violencia del movimiento de su brazo y se preguntó si también Marian había registrado el exabrupto. “Marian no existe, Marian está muerta, es estúpido pensar si puede o no registrar o interpretar algo”, se dijo a sí mismo en voz alta.
Pensó si acaso se trataba de algún artilugio tecnológico. Recordó entonces que aquello había sido una idea de Marian. Durante un tiempo lo había intentado convencer de contratar un servicio de acompañamiento post-mortem. Se trataba, justamente, de ofrecerle al cliente un contacto virtual con sus muertos. El artificio sería el siguiente: el cliente permitiría que sus conversaciones telefónicas y las imágenes archivadas en la memoria de su computadora fueran grabadas por la empresa; al morir el cliente o una persona cercana usaría las grabaciones del pasado y las haría pasar por locuciones e imágenes reales, cortando y pegando distintos fragmentos.
“Suena el teléfono y de pronto escuchás la voz de tu madre tal como sonaba antes de morir; imaginate si soy yo la que se muere, te conectás al chat y podés conversar conmigo como siempre; incluso pueden hacer que una persona reciba llamados