Manifiesto para la sociedad futura. Daniel Ramírez
al sentido en que Nietzsche hablaba, y que constituye el título de uno de sus libros más luminosos, de “gaya ciencia” o “gay saber”151. Ella debe, por supuesto, asumir los conocimientos, la lucidez y el rigor de los diagnósticos científicos, incluyendo los más severos en cuanto a la crisis ecológica y los daños hechos, tal vez ya irreparables, pero sin olvidar que solo por deseo de otra cosa, por la voluntad, por el placer del cambio y de la experiencia de lo nuevo pueden las mentalidades y las prácticas encaminarse hacia otros rumbos. La denominación de gaya ecología proporciona, por simple coincidencia, una bella homofonía con la hipótesis Gaia, de James Lovelock, antes mencionada152. La gaya ecología sería, así, el conocimiento gozoso, la alegre y jovial puesta en práctica de nuevas formas de habitar el sistema Gaia. Aunque en tanto hipótesis científica esta no se verifique, nombrarla así marca simbólicamente un cambio de mentalidades y constituye un contexto ideológico inspirador de nuevas actitudes.
El placer del cambio es evidente en las iniciativas que proliferan por todas partes, en torno a la protección de especies vivas, de lugares hermosos, de modos de producción —por ejemplo, en la agricultura orgánica, la permacultura—, de modos de vida, como el movimiento cero desechos153, y comunidades de nuevas formas de producción. Es la vuelta a (o la invención de) estilos de vida más simples, como la “pobreza voluntaria”, aunque mejor nombrarla, como lo hace un pionero de la agricultura orgánica en Francia, como “sobriedad feliz”154. Incluso ideas políticas inspiradas directamente en la ecología, como el “biorregionalismo”, que propone que las dimensiones de la comunidad política deberían ser proporcionales a un ecosistema, el anarco-primitivismo y la práctica de cultivos orgánicos comunitarios… Volveremos sobre estas ideas en el capítulo III, sobre la democracia, y IV, sobre la economía; estas dimensiones están íntimamente ligadas.
Y también por cierto el placer de la investigación, el descubrimiento, la audacia y la invención, para científicos e ingenieros, agricultores, artesanos, industriales, emprendedores y simples ciudadanos. Porque ocurre que los desafíos energéticos, urbanísticos, agrícolas e industriales que se presentarán serán inmensos. No hay que imaginar que la gran industria desaparecerá y que la construcción de grandes obras se detendrá. El tamaño de las poblaciones humanas actuales hace imposible soñar con una wilderness generalizada, un “preservacionismo” integral; la naturaleza actual está en gran parte humanizada. Ello es irreversible y por cierto no es lo contrario de la ecología: se ha comprobado que en muchos ecosistemas la presencia de humanos y sus prácticas ha sido y es fuente de biodiversidad155. No basta con dejar a la naturaleza actuar para preservar la vida. Somos parte de ella, hay que asumirlo, retirarnos no es siempre la solución. Por ello no caben aquí dogmatismos ni fundamentalismos.
La gaya ecología o el gay saber ecológico es una ecología de la felicidad y de la realización humana; es gozar de un medio vital (y no “medio ambiente”) rico en diversidad. Que las implantaciones humanas no sean incompatibles con el hecho de disponer de aire y aguas puras, tierras fértiles y montañas inmaculadas, con bosques milenarios y selvas proliferantes de especies, renovando nuestro gusto por la belleza de los paisajes, el acontecer de la vida y el milagro de la evolución. Todo eso debería formar parte de los derechos fundamentales y, por supuesto, espero que ya se comprenda que ello no podrá seguirse llamando simplemente “derechos humanos”. Alimentarse con productos de calidad, cuyo cultivo no contamina ni empobrece la tierra, ni procede de sufrimiento o violencia, convivir amistosamente (a veces amorosamente) con los animales, a los cuales se les respeta, conlleva un tipo de conciencia de sí mismo y de experiencia del ser diferente. Quien se interesa y se acerca a estas temáticas y sobre todo se aboca a las prácticas que de ellas se inspiran experimenta de manera clarísima que ello contribuye a la felicidad y a la realización de sí, ampliando la experiencia de vida. La riqueza de la vida terrestre preservada no solo es promesa de felicidad futura o tranquilidad por las catástrofes evitadas, sino un goce en el aquí y ahora de nuestras existencias, por el ensanchamiento de la sensibilidad y la conciencia, por los conocimientos que ello requiere y los sentimientos que ello despierta.
Así, podemos decir finalmente de esta nueva ética y manera de vivir entendida como una gaya ecología, de esta nueva y apasionante dimensión de la existencia y desafío a la libertad, que se trata también de una ecología del amor. En efecto, amar, cuidar y cultivar el maravilloso mundo viviente que es nuestra morada constituye una nueva forma de felicidad y de realización humana. ¡Tantos territorios nuevos de la vida nos quedan por inventar! ¿Cómo podríamos, si no, tener la fuerza de encaminarnos hacia una sociedad futura en esta vasta re·evolución a la cual la ecología nos invita?
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