Manifiesto para la sociedad futura. Daniel Ramírez
la utilización generalizada, y no solo en el folklore ni la literatura tradicional123, sino en la lengua corriente, del término Pachamama (‘madre tierra’ en Quechua), que —hecho políticamente significativo— hace su aparición incluso en textos constitucionales como los de Ecuador y Bolivia124, para expresar la idea de una divinidad protectora y benevolente con los humanos, la Tierra, o en todo caso una manera tradicional de nombrar una divinidad tutelar de la naturaleza, que tendría sus propios propósitos y a la cual cabe rendir culto y, por supuesto, respetar sus ciclos y equilibrios125.
También se habla cada vez más, y no solo en la región andina donde tiene su origen, del concepto de “buen vivir”, sumak kawsay en lengua quechua, así como el equivalente aymara: suma qamaña, “vivir bien”, o “con-vivir bien”; asimismo, küme Mogen en lengua mapudungun126 e incluso teko kavi, en guaraní. Se trata más bien de un conjunto de nociones emergentes que de un pensamiento tradicional o de una filosofía ancestral, aunque ellas retoman elementos ancestrales, inspirándose en el modo de vida comunitario de los pueblos precolombinos, y también, de alguna manera, conservado en los pueblos actuales. Es difícil definir con precisión lo que significa este buen vivir, pero se puede decir que permite “construir colectivamente otra manera de vivir […]. El buen vivir, en substancia, es el proceso de vida nacido de la matriz comunitaria de pueblos que viven en armonía con la naturaleza”127 , y en todo caso “no se limita a la noción occidental del ‘bienestar’. Para comprender lo que implica el buen vivir, antes conviene reencontrar la manera en que los pueblos y naciones indígenas conciben el mundo”128 , donde parece fundamental alejarse del productivismo, los esquemas antropocéntricos y patriarcales, que han instaurado un divorcio entre la naturaleza y las sociedades, un modelo colonialista del desarrollo129 , abriendo el camino a la degradación del planeta. Se puede decir que el buen vivir, en sus diversas formas, es una búsqueda de un modelo de vida opuesto al individualismo del sistema neoliberal predominante y que substituye la lucha encarnizada en pos del éxito económico de cada cual por una manera armoniosa y pacífica de coexistir, en la que no se abusa de ningún poder ni se explotan los recursos de manera excesiva. No se puede tener una “vida plena” (es otra traducción posible) si se destruye la, o más bien si no se respeta a la Pachamama, o si no se vive en armonía con los demás seres humanos y vivientes. Un ejemplo histórico de “buen vivir”, aunque la expresión no existiera en esa época, se puede deducir de la organización de los ayllus o comunidades en el altiplano boliviano, chileno y peruano, entre otras cosas, con su sistema ejemplar de distribución equitativa del agua130 .
Otro concepto emergente, salido de las mismas zonas geográficas y culturales, es el de los derechos de la naturaleza, se la llame o no Pachamama. La idea de atribuir derechos a las entidades naturales fue precedida por el combate de los defensores de los animales131, adquiriendo una característica propia alrededor de los procesos constitucionales del Ecuador y Bolivia antes mencionados. Se trata de un movimiento que intenta asumir una ética bio-centrada, inspirada en conceptos de la land ethic —como la idea de valores intrínsecos de la naturaleza132— y no solo instrumentales, es decir, utilitarios para el ser humano, pero más bien coherente con el contexto cultural de la idea del buen vivir como alternativa al antropocentrismo mayoritario. Resulta lógico que tales valores de la naturaleza se traduzcan en derechos de protección, desarrollo vital propio y regeneración para las entidades naturales vivas, así como también para ecosistemas133. Esto constituye una ontología alternativa, según Eduardo Gudynas, que cita como momento significativo la iniciativa “Cuidar la Tierra” de 1991, de la época de la preparación de la Cumbre de Rio 1992, donde se indica que “toda forma de vida merece ser respetada, independientemente de su valor para el ser humano”. Según el autor uruguayo, esto “es claramente una sentencia biocéntrica. El ser humano pasa a ocupar otro sitio y se lo interpreta como una parte de la comunidad de vida; es uno más junto a las demás especies vivientes y no está por encima de ella”134.
Tales fuentes étnicas y poéticas, y actualmente políticas, conteniendo lenguajes religiosos y coloraciones culturales, pueden no ser compartidas por todos, pero es innegable que tienen actualmente un fuerte poder de inspirar ideas, conductas, movimientos, obras de arte, sensibilidades y estudios, más allá de las áreas geoculturales que les han dado origen, por lo que tienen sin duda un lugar importante en la formación cultural de la sociedad futura135. Las ideas, las prácticas, el mundo simbólico y la imaginación se enriquecen revisitando y dinamizando lenguajes y tradiciones durante tanto tiempo despreciadas. Nos hemos considerado orgullosamente modernos136; la fascinación de la técnica ha invadido todos los campos. Así, resulta paradójico y rico en enseñanzas que antiguas prácticas, experiencias e ideas de grupos étnicos que han sufrido la invasión y la destrucción del mundo occidental tengan algo que mostrarnos en nuestro camino actual hacia el futuro.
Ecología profunda y movimientos alternativos
Una manera de pensar de manera rigurosa la relación entre el hombre y su medio, que se ha convertido en una referencia en la construcción de paradigmas alternativos137, es la que propuso el fundador de la “ecología profunda” (deep ecology), el filósofo y alpinista noruego Arne Næss. La primera distinción es para mostrar que existe una ecología superficial (shallow ecology) que consiste en el intento por reducir la polución, minimizar los impactos nefastos de la industria sobre el medio ambiente y salvaguardar los recursos naturales para que no se agoten, en el sentido antes mencionado del “conservacionismo”. Se puede ver rápidamente que lo que el pensador noruego propone tiene mucho más que ver con la land ethics que con las políticas adoptadas por los partidos verdes y los gobiernos socialdemócratas en el mundo —aunque no se puede negar que ha habido progresos, principalmente en la toma de conciencia138—. Si se puede ir más lejos, y es lo que propone el pensador montañista, es en considerar que la ecología no solo debiera orientar una nueva ética, sino también una visión filosófica de la realidad humana inserta en la naturaleza. Es decir, lo que en filosofía llamamos una ontología general.
Para explicarla muy brevemente, la metafísica tradicional, digamos hasta Nietzsche, propone la existencia de seres individuales, llamados substancias, seres existentes o “entes”, objetos separados139, a los que luego se les pueden encontrar características, “accidentes” decían los escolásticos, “calidades segundas” decía Descartes, como el color, la temperatura, el peso, etc. En otras palabras, los seres son lo que son, y luego, como por añadidura, les ocurren cosas, se sitúan en un mundo o se relacionan entre ellos. Esta metafísica no corresponde a la experiencia originaria del mundo140. Lo que vemos son entidades y acontecimientos siempre en relación, no existe una esencia de la lluvia a la cual le ocurra ser fría o intensa e inundar un barrio. Hacemos la experiencia del evento total, insertos en él. Es lo que Næss llama “campo relacional”. Los seres no existen en realidad separadamente, son la relación misma. Por cierto cualquiera sabe hoy en día que un conejo, una ballena o una medusa, situada en el vacío sideral no viviría más de unas décimas de segundo, ni siquiera su cuerpo continuaría existiendo. Existimos no “en el mundo” sino “con” el mundo, en lo que Merleau Ponty llamaba la chaire du monde141, y en él somos un haz de relaciones.
Por la misma razón, en esta inspiración, hablar de “medio ambiente” no tiene sentido; ambiente es algo que se encuentra alrededor, en el entorno de un ser, y como por casualidad ese ser somos nosotros los humanos. En ecología profunda se hablará, entonces, no de medio ambiente sino de medio simplemente142; o, mejor aún, de “campo relacional”, esto es, un plano de lo inmanente en la interpenetración de relaciones múltiples que lo constituyen todo.
Esta idea, que puede parecer un tanto abstracta, tiene consecuencias directas para la ecología y el comportamiento humano. En efecto, si somos el conjunto de relaciones que nos constituyen, si experimentamos esta unidad fundamental como una realidad, la acción que atenta contra la naturaleza, empobrece la biodiversidad o ruina un ecosistema en realidad es un atentado contra sí mismo. El hombre empobrece su campo relacional y por ello reduce y mutila su propia experiencia del mundo y, en definitiva, su ser mismo143. La ecología se vincula así a una idea de la “realización de sí”. La preservación y el cuidado de la naturaleza144, de la vida de la diversidad del mundo y sus relaciones, son una manera de obrar por una vida más plena