Macarras interseculares. Iñaki Domínguez
años daba la impresión de que Madrid era un gran pueblo. Otro taxista me dice que en aquellos años uno podía confiar en la gente. Si alguien no tenía dinero para pagarte en ese momento, podías confiar en que lo haría más adelante.
Según Domi, «los valores morales se han perdido, se ha perdido la convivencia… mi vecino de abajo era mi amigo; la madre de mi vecino de abajo era [como si fuese] mi madre. Mi madre amamantó a dos críos del vecindario con la misma leche que a mí. Porque su madre no tenía leche, colega. Mi madre tenía unas tetas así de grandes [gesticula con las manos] llenas de leche, y de leche buena, tío. Y yo mamaba de ahí. Pero estas criaturitas, la madre no tenía qué darles. No tenía dinero para comprar leche artificial. La leche artificial en aquel momento valía una pasta. Te estoy hablando del sesenta y dos. Y bebimos de aquella teta tres años. Yo y mi vecino, mi hermano de leche, que en en paz descanse, y Rosa, su hermana. Eran mellizos…».
Naturalmente, esa solidaridad vecinal, hoy ajena a nuestras ciudades, era fruto de la pobreza de las clases trabajadoras, cuyos miembros se necesitaban unos a otros para sobrevivir. La realidad material de las familias se traducía en unas relaciones sociales concretas que servían de base a una conciencia, valores morales, costumbres y modos de conducirse en la vida. De ahí que, habiendo mutado la realidad económica, se hayan perdido esos «valores morales» de los que habla nuestro protagonista. En sus propias palabras: «Esa familia vivía en una guardilla con dos habitaciones, vivían diez personas… La sensación de pobreza era muy grande… Yo hasta los catorce años no me fui de vacaciones [a un pueblo de Ávila]». La familia de Domi vivía en tales condiciones que en 1983 las autoridades declararon su corrala de Mesón de Paredes en ruinas y fueron dotados de otra vivienda. Domi, a día de hoy, vive principalmente de alquilar una de las habitaciones del piso en el que vive. Las viviendas del barrio, antes consideradas de segundo orden, son ahora muy codiciadas por extranjeros y jóvenes modernos de provincias. Digamos que el valor de dichas viviendas, que en el fondo siguen siendo las mismas, ha sido transfigurado en la mente del consumidor, que ahora está dispuesto a pagar cantidades por ellas otrora inimaginables.
Domi en la radio (2018).
Una de mis fuentes femeninas me ofrece una buena cronología del barrio de Lavapiés: «Hace treinta años no entraba nadie en Lavapiés que no fuese del barrio, porque le robaban. Ahora va la gente de cañas». «Primero estaban los quinquilleros [años setenta], luego los yonquis [años ochenta] y luego ya empezaron a venir los moros [años noventa]. Los primeros moros que vinieron [a España] se fueron a Lavapiés. Luego empezaron a entrar los chinos, que vendían rosas. Empezaron a montar sus tiendas de todo a cien. Había una guerra campal seria entre chinos y moros en Lavapiés [años dos mil]. Los moros entraban a robar a los chinos, hasta que hubo un caso en el que un chino mató a un moro de un hachazo». A partir de 2007, aproximadamente, comenzaron a llegar más «perroflautas» de clase media, que iniciaron —muy a su pesar— el proceso de gentrificación que ahora padece el barrio.
1. El nombre Manolo parece que siempre ha servido para hacer referencia a la masculinidad más castiza y española. Recordemos que se usa además para denomi- nar, en tono de sorna, a los transexuales españoles, conocidos informalmente como «Manolos».
2. José María Ezquiaga, «La formación histórica del Paseo de la Castellana», Revista de arquitectura, 10 de enero de 2019, págs. 2, 5.
3. Se trata del cuartel del Conde-Duque, base de la Guardia Mora, que operó de 1939 a 1957. La guardia estaba constituida por soldados marroquíes que Franco trajo consigo del norte de África cuando dio su golpe de Estado del 18 de julio de 1936. En 1957 estalló la guerra de Ifni entre España y Marruecos y el caudillo hubo de prescindir de sus servicios, muy a su pesar, pues era inaceptable contar con una guardia cuyos integrantes provenían de un país enemigo.
4. Alberto García-Alix me comenta que las piperas de la Puerta del Sol —aquellas que vendían pipas y tabaco—, en esos años, vendían también grifa, que es un polvo sacado del cáñamo que contiene thc, el principio psicoactivo de la marihuana.
5. Años después los rockers emplearían para golpear las hebillas con forma de águila.
6. En los años noventa, la chirla vendría ya a denominar la propia navaja empleada en ese tipo de crímenes.
7. La palabra «yonqui» proviene del «junkie» americano. Junkie, a su vez, es aquel que consume basura o porquería («junk»), es decir, heroína.
8. Dicho epíteto tuvo tanta repercusión que de 1980 a 1985 existió un grupo de rock macarra llamado, precisamente, Kíe 13.
9. El mítico Drugstore de Fuencarral era lo que desde hace mucho tiempo ya es un vips.
10. En Alcalá 20 tuvo lugar un gran incendio en la noche del 17 de diciembre de 1983 en el que murieron 81 personas.
11. En 1984, Pilar Miró, Directora General de Cinematografía, eliminó la clasificación «s» y se legalizaron los cines porno («x») en España. A esas alturas, el género anterior no tenía sentido alguno.
12. Donde ahora está el teatro Valle-Inclán.
13. Me cuenta Miguel Trillo, más conocido como el «fotógrafo de la Movida madrileña», que viendo Perros callejeros (1977) en uno de dichos cines, al morir un guardia civil, todo el auditorio aplaudió.
14. Me cuenta un amigo del boxeador Dum Dum Pacheco que los serenos en esa época llevaban un revólver del calibre .22 y un chuzo, que era como una barra gruesa de madera.
4. Zona Cuatro Caminos:
territorio salvaje
En un amplio primer piso del barrio de Chamberí murió hace no mucho una anciana de más de noventa años. Era la matriarca de una familia numerosa. Allá por los años cuarenta, debió de ser una de las pocas mujeres que estudiaban una carrera. Lo cierto es que, tras finalizar sus estudios de matemáticas, trabajó como ejecutiva para una importante constructora durante el resto de su vida adulta. De entre su numerosa prole, algunos eran varones, otros no. Todos ellos nacieron en los cincuenta y sesenta. Cosa curiosa, casi todos tuvieron algún vínculo —más o menos estrecho— con la contracultura española, que proliferó en Madrid durante los años setenta y primeros ochenta. Aunque bien podría fijar mi atención en cualquiera de sus historias, optaré por acercarme a uno de ellos, nacido a principios de los sesenta, apodado O., cuya pandilla y andanzas nos desvelarán misterios pasados sobre la ciudad de Madrid, el surgimiento de las tribus urbanas y no pocas anécdotas sobre violencia, el hampa y las drogas. Entre otras voces, haré uso de la de uno de sus hermanos que, a pesar de no ser partícipe directo de mucho de lo que relata, es un excelente historiador oral de esos tiempos en los que deseo fijar mi atención. Dicho esto, iniciemos nuestra andadura.
Pregunto a J. cómo conoció su hermano O. a la que sería su pandilla, sus amigos de toda una vida: «Mis padres mandaron a dos de mis hermanos a un colegio que tenía un amigo de mi madre en la calle Lagasca. El colegio cambió a la calle Modesto Lafuente pero