Macarras interseculares. Iñaki Domínguez
padre nos mandó a otro en Cuatro Caminos, un colegio protestante en Bravo Murillo. Nuestro padre lo eligió porque la ventana de su despacho daba al patio del colegio y así podía tener vigilados a los niños. Que fuesen protestantes, adventistas del séptimo día o musulmanes le daba igual... Su oficina estaba en Bravo Murillo. Nuestros hermanos mayores ya eran unos rebeldes, y no quería que le pasase lo mismo con los dos pequeños. Hicimos la egb y, cuando llegamos a bachillerato, nuestras hermanas estaban muy concienciadas con la enseñanza pública. A finales de los setenta, los institutos públicos en Madrid comenzaron a brotar como hongos. Una amiga de mi madre, E., era profe del Santamarca, y enviaron a la más pequeña de mis hermanas y a O. al Santamarca. Ahí coincidieron con gente como Alaska, que no iba a clase nunca porque era famosa siendo tan solo una adolescente. Mi hermano [entró] en 2º de bup [Bachillerato Unificado Polivalente]». «Otra gente del colegio anterior fueron, en cambio, al San Mateo, que estaba enfrente de la sede de Fuerza Nueva, en calle de la Beneficencia. Eso era un nido de maleantes. El O. ya tenía amigos del barrio. Mezcló colegas del Santamarca con los de Cuatro Caminos [ahora en el San Mateo], que eran hijos de militares. Los del Santamarca eran modernillos todos»1.
J.: «Paco “Churrero” iba al San Mateo. Su padre era el portero de un puticlub de Costa Fleming y su madre era cerillera.2 La familia vivía en las Colmenas del barrio de la Concepción. Apareció para estudiar en el San Mateo. Siempre sintió adoración por dos personajes: David Bowie y Raphael. Pero, claro, era más parecido a Raphael. Sabía todo de Bowie, estaba poseído. Intentaba disfrazarse con lo que había disponible en ese momento. Era completamente genial. Su chica le dejó, pero antes de irse se pasó por la casa familiar y dijo a los padres del “Churrero” que este le había dicho que podía llevarse la tele, y un montón de cosas. Le robó todo lo que tenía, y más... El “Churrero” se presentaba al Villa de Madrid, y no sabía tocar ningún instrumento. Siempre concursaba como cantante. Aunque ganó una vez como letrista de la mejor canción de Rock Duro: “Sangre y alcohol sobre la tumba de un amigo muerto”».
«Las dexedrinas [dextroanfetamina] estaban muy de moda y era importante saber quién podía hacerse con una receta. Muchos estudiantes eran consumidores. Las tomaban para estudiar o para pasar el rato. Un amigo mío de la época tenía tanto vicio que separaba los granitos de un color concreto porque eran los elementos más potentes. De hecho, empezó a estudiar farmacia para ver cómo podía hacerse con ellas. Descubrió que había amapolas en el Pardo, para obtener opio. Se convirtió en un recolector de primer orden. Al parecer había que ir con unas gomas en el pantalón, porque te picaban los bichos y [el picor] era insoportable. Había que sacar las cabezas de la amapola, dejar que saliera el látex, luego lo cogías y hacías bolas. El tipo este era capaz de extraer el principio activo porque controlaba de química. Los demás hacíamos infusiones, primero con el látex, luego con las cabezas y, finalmente, con las cañas. Se aprovechaba todo. Gracias a ello lograbas un estado de estupor. Estabas de puta madre. No era una droga social. Durante algún tiempo fue la droga del barrio».
«A principios de los ochenta no se hablaba de tribus urbanas, sino de modernos y antiguos. En esa época, sin embargo, no había ni tiendas donde comprar [cosas] de moderno. Uno de los pocos modernos escandalosos era McNamara y compraba la ropa en sepu, unos grandes almacenes de ropa barata. En la calle Arenal ahí había un sepu. Los modernos se hacían sus “looks” con lo que pillaban».
«En el setenta y ocho mi hermano entra en Santamarca. Sin embargo, pasaba mucho de su tiempo con los amigos de Cuatro Caminos. Lo que marcó o sirvió para definir Cuatro Caminos fue la estación [de autobuses] de la Continental en la calle Alenza, que luego fue trasladada a la avenida de América. No me preguntes por qué, pero toda estación de autobuses atrae maleantes. Había muchos taxistas, ambientillo... Los taxistas, naturalmente, eran una presencia constante en la zona ya que los recién llegados de provincias eran, para ellos, clientes codiciados. La zona estaba repleta de casas militares, pero no de altos mandos. Los taxistas eran la peor chusma de la tierra. Había en la zona un par de bares de taxistas que eran jugadores, puteros, borrachos, y encima manejaban mucha pasta. Se jugaban licencias de taxi al póker. Era una entrada a Madrid de gente de todo tipo y condición. Algunos de tales personajes traían sustancias ilegales consigo. Había mucho descontrol. La Conti era un sitio de paso. Venía toda la peña de los pueblos, de las provincias, de Bilbao, del norte».
Estación de autobuses «La Conti» en la calle Alenza.
R. —alias La Carrá—,3 amigo de O., habla: «Era un sitio ideal para el trapicheo porque había gente que estaba de paso. Muchísima gente. Los de Eskorbuto [famoso grupo punk] venían por ahí. Había una personalidad televisiva, un famoso actor de españoladas que la liaba en los bares de la zona. Iba por ahí a pillar cocaína. Lo hacía en una época en la que tenía un programa de televisión. Entonces, montaba unas en el bar que te cagas. Se metía en el “tigre” [el baño] y se volvía loco. Era la bomba. No era nada discreto. Tú, imagínate, un bar pequeño de boquerones, entrando gente y saliendo, y había que sacarlo del bar para que dejara de decir gilipolleces. Se cogía unas castañas monumentales. Luego le veías en la televisión al día siguiente y el pedazo de pedo que llevaba… que no hacía gracia a nadie. Claro, duró el programa dos meses».
«La gente se ponía hasta las pestañas, y había muchas timbas. La gente se jugaba mucho dinero. Aunque en realidad no eran los taxistas, ya que estos, generalmente, jugaban a “la peseta”. Las timbas de verdad eran las nuestras». «Los chavales del barrio llegamos a tener mucho dinero. Vendíamos de todo: jamaro, nieve, hachís, anfetas, tripis... marihuana había poca. El hachís, al principio, lo traían los legionarios. Como estábamos en la Conti, los que venían de abajo traían hachís. En el barrio nos conocíamos absolutamente todos, algo que difícilmente ocurriría a día de hoy».
R., La Carrá, el O., C. (alias Planchas), el Abuelo, el Rata, F., el Cegato eran algunos de los nombres que formaban parte de la pandilla, que llamaremos del Callejón.4 Algunos eran punkis, hijos de militares, otros camellos, también había adictos, y algunos eran expertos en artes marciales. Su centro de operaciones era un callejón que había en la calle Robledillo, cerca de la Conti. En realidad no era un callejón, sino un camino con dos salidas. Si veías a la policía venir por una de ambas entradas siempre podías escapar por la otra.
Carlos [nombre falso], otro informante, me dice: «La Conti era punto de trapicheo. En esa zona vivía mucha gente que consumía, y se juntaban ahí. Había, además, varios bares en la zona». «Yo paraba en el callejón que me comentas [esquina de la calle Robledillo, que era el lugar de encuentro del O. y sus amigos]. Desgraciadamente, todos mis amigos de esa época están muertos. Yo, gracias a Dios, me considero afortunado. Aquí cuando llegó la heroína se pinchaba todo el mundo. Yo tengo los anticuerpos y llevo veinte años con el tratamiento. No he tenido ningún problema. Mi hermano, sin embargo, murió de sida en 1988, sin haber conocido apenas la droga. Fue entonces cuando empezaron a inventar los primeros tratamientos y, como no estaban bien desarrollados todavía, lo que hacían era matar a la gente. El azt… Mi hermano se negó a tomarlo. Yo follé durante años con mi pareja y no la contagié. Y nunca me ponía preservativo.5 De todas maneras, hoy en día de sida no se muere nadie. De hecho, tengo una salud de hierro. Siempre tengo ganas de follar. Yo soy hetero, ni bisexual ni gay, ni nada de eso».
La pandilla del callejón comenzó a trapichear a finales de los años setenta. Como señala R.: «Empezamos yendo a Vallecas, porque nos daban unas barras de hachís de mil pesetas… Nos metíamos donde los gitanos y al volver a Cuatro Caminos sacábamos pues cuatro veces lo que nos había costado». Con dieciséis años, en 1980, «si comprabas a quinientas y vendías a dos mil, pues eras el puto amo». «Con los gitanos no había problema, porque ya te conocían, y hacían negocio. Estaban como locos por verte».
«En Cuatro Caminos había gente muy chunga. El barrio era un bloque de militares.6 Entonces teníamos un chollo genial. Cuando la policía nos perseguía, nos metíamos en las viviendas de los militares, porque ahí no podía entrar la policía. Solo podía entrar la policía militar. Además, cada vez que nos pillaba la policía, venía el padre de alguno de los