Un amor de juventud. Heidi Rice
Quiero ampliar mi negocio, dar un salto cualitativo. Este proyecto serviría para lograr que LeGrand Nationale dominara el mercado del desarrollo inmobiliario en Estados Unidos.
No, no era solo una cuestión de dinero, sino también de prestigio. ¿Tan sorprendente era que eso fuese tan importante para Dominic, cuando había tenido que demostrar su valía desde muy joven? No podía echarle en cara su ambición, a pesar de que su cinismo la entristecía.
–Bueno, dejemos de hablar de mis negocios –murmuró él descruzando los brazos y acercándose a ella. Al llegar a su lado, le acarició la mejilla con la yema de un dedo, y un intenso calor se agolpó en su entrepierna–. Háblame de ti. ¿Cómo es que estás de mensajera en una bicicleta? ¿Tan mal te ha ido en la vida, Allycat?
El apodo de antaño le inflamó los sentidos, pero la atención que él le estaba prestando era aún más potente. Debía tener cuidado, aquello era solo una conversación, nada más.
–No muy mal –mintió ella–. Trabajo de repartidora porque se paga bien y puedo compaginarlo con los estudios. Yo… estoy estudiando en la universidad.
–Así que eres lista además de bonita –Dominic le pasó el dedo pulgar por los labios y ella, instintivamente, abrió la boca y suspiró.
–Si te pidiera permiso para besarte, Alison, ¿qué responderías?
Ally asintió sin pensar.
Besar a Dominic no era una buena idea, pero Ally era incapaz de controlar la euforia que le corría por las venas. La idea de que Dominic la deseara era aún algo más tóxico que su aroma o el hecho de que le estuviera acariciando el cuello.
–Debes responder en voz alta.
–Sí.
«Por favor».
–Merci –el ronco agradecimiento le provocó nudos en el estómago.
Se dio en la pared con las nalgas cuando él la empujó. Entonces, Dominic deslizó la mano por debajo de la camisa del chándal antes de cubrirle los labios con los suyos. Un gemido escapó de su garganta y Dominic le penetró la boca con la lengua.
Se la acarició con maestría, con exigencia, al tiempo que deslizaba una mano por debajo de la cinturilla de los pantalones y le cubría una nalga.
–¿No llevas bragas? –preguntó Dominic con las pupilas visiblemente dilatadas.
–Estaban… estaban mojadas –respondió ella con voz ahogada.
–Voy a tener que castigarte por eso, Alison –murmuró Dominic en tono burlón, pero apasionado al mismo tiempo.
Un profundo deseo se apoderó de ella.
–Quiero verte, ¿dáccord?
Ally volvió a asentir, había perdido el habla.
Dominic le alzó la camisa del chándal y se la sacó por la cabeza. Ella tembló mientras él paseaba la mirada por el húmedo sujetador deportivo que llevaba puesto.
–Très belle.
Dominic le agarró ambas muñecas, le alzó los brazos y se los pegó a la pared. Los pechos de ella, alzados, pidieron atención mientras su respiración se tornaba más y más trabajosa.
Dominic le cubrió un pecho con la mano libre y lo sacó de la copa del sujetador.
–Magnifique… –murmuró él antes de bajar la cabeza para chupar y mordisquear el pezón.
Ally no podía dejar de temblar y gemir. Era demasiado y, a la vez, no suficiente. Sentía el miembro erecto de él, preso dentro de los pantalones, en el vientre; pero quería sentirlo dentro de ella.
Dominic levantó la cabeza, le desabrochó el sujetador, liberó el otro pezón y continuó la tortura.
Ally se agitaba y suplicaba cuando Dominic, por fin, volvió a cubrirle la boca con la suya. La enorme erección entre sus muslos, sus pechos desnudos pegados al torso de él. El miembro de Dominic encontró ese punto en su entrepierna, lo frotó y oleadas de placer la sacudieron.
El orgasmo le sobrevino rápida e intensamente, y fue incapaz de controlarlo. Arqueó el cuerpo mientras parecía estallarle en mil pedazos.
Apenas podía respirar cuando Dominic, con voz áspera, le dijo al oído.
–Dieu, ¿has tenido un orgasmo, Alison?
Al abrir los ojos, Ally le encontró mirándola con un deseo tan fiero que le resultó aterrador y liberador simultáneamente.
Dominic no parecía demasiado contento. De hecho, daba la impresión de estar perplejo. ¿Había hecho ella algo malo?
–Sí… –respondió Ally–. Yo… lo siento, no he podido contenerme. ¿Debería haberlo hecho?
Dominic, sorprendiéndola, echó la cabeza hacia atrás y echó a reír.
–Creo que debería irme ya –murmuró ella, confusa y avergonzada.
Pero Dominic no la soltó y dejó de reír.
–No, de ninguna manera. Acabamos de empezar, a pesar de que te hayas adelantado.
–He dicho que lo sentía… –con un beso, Dominic acalló su protesta. Fue un beso exigente y posesivo.
–No tienes de qué disculparte –declaró él–. ¿Tienes idea de lo adorable que eres?
Dominic había hablado en voz baja, pero con una sinceridad que le llegó al corazón. Entonces, él le puso una mano en el rostro y la miró con gesto de aprobación.
¿Qué estaba pasando? Aquello le parecía demasiado íntimo, demasiado emocional. Era más que sexo.
–Por favor, Dominic… –comenzó a decir Ally.
–Sssss –Dominic le acarició el hombro y ella se estremeció de placer–. Me gustaría acostarme contigo, Alison. ¿Qué te parece?
–A mí… a mí también me gustaría.
«Muchísimo».
–Bien.
Dominic le dedicó una maliciosa sonrisa. Después, le soltó los brazos, le quitó el sujetador y la dejó plantada delante de él desnuda de cintura para arriba.
–Très, très belle –murmuró él con voz espesa, cargada de deseo–. No sabía que mis pantalones de chándal pudieran sentar tan bien.
Ally cruzó los brazos para cubrirse los pechos, brutalmente consciente de lo desnuda que estaba, y más si se comparaba con él.
Entonces, Dominic la levantó en sus brazos.
Ally le rodeó el cuello mientras él la llevaba a la habitación de invitados. Era una habitación lujosa con una cama grande y algunas antigüedades. Dominic cerró la puerta del estudio, así que la única luz que iluminaba la estancia era la del cuarto de baño, que tenía la puerta abierta, y la luz que entraba por la ventana del mirador.
Dominic la dejó en la cama y el pulso se le aceleró cuando él comenzó a desabrocharse la camisa y a desnudarse.
La luz de la luna le bañaba la piel bronceada y los músculos de su torso. Era un cuerpo magnífico. Se quedó sin respiración mientras contemplaba el oscuro vello que rodeaba las aureolas de Dominic para luego bajarle como un reguero y desaparecer bajo la cinturilla. Se le secó la garganta cuando Dominic se abrió la cremallera de los pantalones y se quitó los zapatos.
El erecto miembro saltó cuando se bajó los calzoncillos.
Sus miradas se encontraron. A Ally le pareció milagroso no desmayarse cuando Dominic se tumbó en la cama.
–Quítate esos pantalones, ma belle –dijo él.
Ally se bajó los pantalones del chándal y los tiró al suelo. Dominic se colocó encima de ella y Ally lanzó un quedo grito.
Sus