Renunciar a todo. Christopher M. Hays

Renunciar a todo - Christopher M. Hays


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      Capítulo 1

      Los problemas

      El mundo anda desesperadamente patas arriba. Ello no se discute. La pobreza lleva a los niños a robar, a los jóvenes a matar y a las niñas a vender lo que nunca se debe comprar. El hambre afecta a cientos de millones de personas por todo el mundo; las estadísticas son tan enormes que se pierde el sentido de las proporciones, se hace difícil imaginar a países enteros con gente desnutrida. En Estados Unidos, los veteranos de guerra, barbudos y ojerosos, deambulan como fantasmas por las calles y los hoteles baratos están atiborrados con familias que perdieron sus casas. La crisis financiera de 2008 ya está en nuestro espejo retrovisor, pero no hemos arreglado el sistema que dio lugar a préstamos abusivos, a permutas por incumplimiento crediticio y a créditos hipotecarios impagables. Solo queda esperar la próxima mala noticia.

      A menudo estamos abrumados por el sufrimiento, el miedo, la necesidad de echar la culpa a otro y la urgencia de encontrar una respuesta. Tal vez nos apresuremos a Facebook para ventilar nuestra justa indignación, a sabiendas de que esta reacción no resuelve nada. Queremos desesperadamente encontrar un punto fijo en el horizonte, un norte que nos ayude a orientarnos en medio de las voces cacofónicas de los medios de comunicación como CNN, la revista Forbes y las redes sociales.

      Algunos se preguntarán si Jesús puede hacernos ese favor. Después de todo, Jesús tiene una manera de ir al grano. Jesús habla muy directamente sobre la pobreza y las riquezas, especialmente en el Evangelio de Lucas. Él nos dice que los pobres son bendecidos (Lc 6.20) y que los ricos están en problemas (6.24). Él nos dice que si lo seguimos y no miramos hacia atrás (9.62), si damos de comer a los hambrientos (14.13-34) y si damos limosna a los pobres (12.33), entonces tendremos tesoros en el cielo (12.34). Nos preguntamos, entonces, si este Jesús que habla tan directamente puede ayudarnos a evitar a los comentaristas y a los que discurren sobre lo divino y lo humano, y finalmente darnos la tranquilidad de saber que estamos haciendo lo correcto.

      El Evangelio de Lucas nos dice mucho acerca de la manera como Dios quiere que su pueblo use sus posesiones en un mundo de injusticia. Pero como cualquier lector de los evangelios sabe, cuando uno recurre a Jesús a fin de buscar respuestas, quizás no le gusten las respuestas que recibe.

      La ética de Lucas respecto a la riqueza

      Lucas escribe ampliamente sobre la moral y el dinero, sobre cómo debemos pensar en la pobreza y qué debemos hacer con nuestras posesiones —lo que podemos llamar «la ética de la riqueza». Pero la ética de Lucas respecto a la riqueza es notoriamente complicada y un estudio cuidadoso de sus muchas enseñanzas sobre el dinero revela dos problemas:

      1. Lucas parece contradecirse (Inconsistencia)

      2. La ética de Lucas parece absurdamente irrealizable (Impracticabilidad)

      La inconsistencia de Lucas

      ¿Cuántas posesiones se deben vender para dar limosnas? ¿Una túnica? ¿Un juego de herramientas? ¿Tazones de barro? ¿El burro de la familia? Jesús no anda con rodeos. Le dice a un hombre rico: «Vende todo lo que tienes y repártelo entre los pobres» (Lc 18.22), y cuando el caballero se pone cabizbajo, Jesús aclara que por no hacer lo que él ha ordenado, el hombre no puede entrar en el reino de Dios (18.23-24), es decir, no «heredar[á] la vida eterna» (18.18). Por más severo que esto pueda parecer, encaja naturalmente con la afirmación categórica de Jesús: «Cualquiera de ustedes que no renuncie a todas sus posesiones no puede ser mi discípulo» (14.33, mi traducción). Asimismo, Jesús dice: «Dichosos ustedes los pobres, porque el reino de Dios les pertenece» (6.20). En este contexto, puede que el autoempobrecimiento al pie de la letra no sea una mala idea, si de hecho es un prerrequisito para ser admitido al reino.

      Por lo tanto, Jesús exige que nos despojemos con el propósito de dar a los pobres. De hecho, les dice a sus oyentes que tienen que renunciar a todas sus posesiones si es que quieren seguirlo. Esto suscita obvias cuestiones prácticas, pero desde una perspectiva exegética (es decir, de entender simplemente lo que Lucas está diciendo), el imperativo de renunciar a todas las posesiones no es un problema en sí mismo; es perfectamente plausible que un autor antiguo dijera algo que a un lector contemporáneo le parezca difícil de tragar. El problema exegético surge cuando uno lee en el Evangelio de Lucas acerca de todas las personas que no se despojan a sí mismos y que, sin embargo, no son censuradas por Jesús, aunque él claramente dijo que sus discípulos tenían que renunciar a todas sus posesiones.

      Por ejemplo, cuando Jesús envía a sus discípulos a predicar que el reino de Dios se ha acercado (10.1-11), les dice que no lleven dinero, ni siquiera una bolsa para la comida (10.4). No necesitarán provisiones, explica él, porque pueden esperar ser hospedados y alimentados por la gente a la que le predican (10.5-9). Esto plantea entonces la pregunta: si los discípulos predican el mensaje de Jesús en los pueblos, ¿no debería la gente de los pueblos también renunciar a sus hogares y posesiones en respuesta a ese mensaje? Pero entonces, ¿dónde se hospedarían los discípulos? ¿Quién alimentaría a los discípulos? ¡Estarían de hecho cortando la rama sobre la cual se sientan!


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