El último tren. Abel Gustavo Maciel
no respondió. Observaba el piso con insistencia. Un pequeño hilo de sangre recorría las delgadas piernas de la joven. El muchacho le hizo un gesto con un pañuelo en sus dedos. Ella lo tomó y se limpió introduciendo la mano dentro de la falda. Su rostro irradiaba genuina vergüenza. Al cabo de unos minutos, una vez que ambos se vistieron, Bruno rompió el silencio:
—No soporto a mi padre. Tengo ganas de matarlo.
Brenda lo miró con sorpresa. No esperaba ese comentario luego de lo sucedido. Pero aquel infeliz era así. No tenía término medio. Podía dejar salir a los peores demonios de su infierno personal y luego asumir el rol de niñito perdido.
—¿Qué estás diciendo?
—Mi padre. Ese bastardo… Se acuesta con mi madre…
A la muchacha le costó disimular un repentino impulso de risa.
—Pero Bruno, eso es normal. Nuestros padres suelen hacer el amor… Vos mismo estás en este mundo debido a esa contingencia.
—Ya lo sé, tonta. Vos hablás de hacer el amor… Pero yo digo otra cosa. El desgraciado viola a mi mamá.
—¿Y cómo sabés eso?
La mirada de Bruno demostró lo ridícula que había sido su pregunta.
—La viola. Le hace daño… la tiene a su disposición, como si fuera un objeto.
Brenda comenzó a sospechar la verdadera ubicación del nudo emocional. La violencia registrada en su cuerpo apenas minutos antes comenzaba a cobrar fundamento.
—¿Y cuándo fue la última vez que ocurrió… eso?
Bruno miraba el piso. Sus labios permanecían apretados. Con una piedra en la mano realizaba dibujos infantiles sobre el cemento.
—Hoy a la mañana. No pude soportarlo y me marché de la casa. Estuve vagando por barrios desconocidos. Caminé durante varias horas sin saber dónde me encontraba. El odio que sentía contra el hijo de puta se fue acrecentando en la medida que pasaban las horas. Y lo peor de todo es que ella parece aceptar la situación. Mi madre lo prefiere a él. La violencia, las palizas. El boludo se cree el dueño de… Voy a matar a ese desgraciado.
Abandonando su postura de mujer abusada Brenda se acercó al joven y lo abrazó tiernamente. Él permitió ese gesto. De hecho, lo estaba esperando.
—No vas a matar a nadie, nene malo. Simplemente comenzarás a dejar tus preocupaciones en manos del Señor…
De esa manera Brenda comenzó a deambular por los oscuros laberintos del alma de su protegido. A partir de aquella tarde Bruno se mostró cauto con sus desbordes sexuales. Aceptó la abstinencia propuesta por la muchacha, por lo menos en tanto lograra procesar el complejo de Edipo que aparentaba ser la fuerza motriz de sus desvaríos juveniles y causa primaria de la locura que lo convertiría en asesino sanguinario.
Brenda sabía que, además de las cuestiones familiares, había otro secreto en la vida de su novio. A veces Bruno se ausentaba por semanas enteras. Los mensajes en el banco de cemento brillaban por su ausencia y no había forma de establecer contacto con su protegido. En algún momento pensó que se había metido con delincuentes de la zona. Ellos abundaban en el barrio y siempre estaban a la pesca de nuevos candidatos. La manera de esquivar conversaciones y no justificar sus ausencias la llevaban a plantear hipótesis variadas. En cierta medida, descabelladas. Supuso la existencia de una vida paralela. Hijos con otra mujer. Tal vez, una relación incestuosa con su madre…
—¿Dónde estuviste esta semana? Habíamos quedado en ir al cine el lunes. Te esperé en la plaza durante dos horas, pero me dejaste plantada. Desaparecés así, de repente. Y no me avisás…
—¿Y quién te dio exclusividad en esta relación, linda? Yo soy hombre libre. No lo olvides. Y cada vez lo seré más si continuás negándome tu lindo pubis.
—Hablemos en serio.
—Eso estoy haciendo, tonta…
—Decime la verdad, ¿dónde estuviste estos días?
La respuesta siempre resultaba evasiva. No había forma de conocer el secreto que imponía límites en un territorio personal y arcano. Brenda guardó el último mensaje en su mesita de noche, junto a los otros. Comenzaban a transformarse en una colección interesante de poesía testimonial.
Ingresó a la casa abandonada. Bruno estaba sentado en el rincón donde tiempo atrás le alcanzara el pañuelo para limpiar las consecuencias de su abuso. Sonreía. El aroma a marihuana flotaba en el ambiente.
3
—¿Qué hacemos? —preguntó Alicia permitiéndose una leve y burlona sonrisa.
—Lo de siempre. Es bueno tener un tiempo de relajamiento —respondió don Alexis. Aflojó el nudo de su corbata y se acomodó en uno de los sillones ubicados frente a la imponente cama matrimonial.
—¿Te sirvo una copa?
—Sí. Por favor. Un cognac. Debe ser de buena cosecha. La semana pasada hice renovar los barcitos de todas las habitaciones.
—Siempre cubriendo el detalle como todo buen jefe.
Alicia se desplazó hasta el bar. Era un mueble de color oscuro ubicado en uno de los rincones del cuarto. Sirvió dos copas con gran habilidad manual. Le alcanzó una al colombiano dejándose caer luego en el otro sillón tapizado de color ámbar. Haciendo uso del control remoto la mujer seleccionó la música funcional. Una melodía suave acarició el ambiente.
—¿Por qué brindamos? —preguntó ella alzando su copa.
—Por estos momentos donde podemos olvidarnos quienes creemos ser…
—Muy bien. Será por estos momentos, entonces.
Alzaron las copas y bebieron el primer trago. El colombiano parecía disfrutar plenamente la ocasión. Habló con buen ánimo:
—Imagino los comentarios de los asistentes al Olimpo sobre el asunto. Todos estarán hablando sobre el hermoso polvo que nos estamos echando… Así lo llaman ustedes los porteños... Polvo, ¿no es así?
Alicia rio. A ella también le gustaba disfrutar de la paz que solían tener en aquellos supuestos encuentros amorosos. Hacía años que no practicaban sexo. En realidad tan solo lo habían hecho en un par de ocasiones al principio de la relación. En esos tiempos don Alexis se encontraba instalándose en el país y ya tenía decidido el dispositivo de negocios que terminaría imponiendo. El colombiano necesitaba contactos políticos, hacerse de una fama que lo precediera y mujeres ilustres a su alrededor. Entre los socios resultaba importante la virilidad bien declarada. Esta era una situación que el colombiano adolecía dada su condición de neutralidad en lo que a sexo se refería. Las mujeres no representaban su debilidad como todos creían en ese ambiente reducido. En realidad, sentía cierta aprehensión por el sexo opuesto. Eso no lo convertía en gay dado que los hombres tampoco le presentaban atracción alguna para canalizar sus deseos.
Don Alexis era persona especial. Los gustos refinados lo habían hecho famoso. Música clásica, buenos vinos y trajes exquisitos exponiendo su pulcra figura. Un complicado proceso mental remplazaba los embates sexuales de la naturaleza inferior. Sabía que en el terreno donde debía desarrollar los negocios resultaban importantes las apariencias. El culto a la virilidad era uno de los dogmas en esa liturgia. Al principio Susana sirvió para sus fines. Luego apareció Alicia Larreta Bosch, haciendo gala del doble apellido y una historia familiar cargada de misterios y tragedias. Una dama perteneciente a la casta floreciente de principios del siglo veinte, pero venida a menos en los tiempos actuales. Un personaje crucial para desarrollar sus planes. Alicia aportaba en su proyecto todo lo que un monarca de la droga podía aspirar. Pronto se convirtió en su as de espadas. La llamaron la “figurita difícil” los socios y clientes de alta gama. Una carta usada con el propósito de conseguir importantes posiciones en el tablero de ajedrez que el poderoso narcotraficante debía jugar.
La conoció en un ágape ofrecido