BCN Vampire. Juan C. Rojas
las librerías y plataformas de ebook, sobre todo las de los Corte Inglés, Casa del Libro y l’Fnac del país. Y por lo visto tenía algo que anunciar. Cogió una copa y tintineó con un tenedor para que pusiésemos atención.
―Primero quiero agradecer a Alicia su pequeña, pero importante ayuda al traernos esta maravilla. Y lo siguiente que quiero anunciar es que «BCN Vampire» va a ser traducida al inglés para entrar en el mercado europeo y estadounidense.
No me lo podía creer, eso se iba a convertir en cuantiosos ingresos en mi cuenta corriente, así que no pude reprimir esbozar una sonrisa. Alicia me miró con ternura y alegría al saber tan grata noticia; aquellos ojos me desarmaban cuando me miraban, y ella lo sabía. Un camarero nos trajo una botella de cava y brindamos por ello. Marta tenía una sonrisa de oreja a oreja.
―Muchacho, no sé de dónde sacas esa imaginación, pero leyendo La sombra del diablo llegué a sentirme en el infierno. ¿Cómo se te ocurrió?
Me quedé mudo durante instantes, en los cuales fui el centro de atención de la mesa, así que tuve que utilizar mi arte para salir por la tangente.
―A veces, cuando escribo, me meto tanto en el personaje que desconecto de la realidad y dejo de existir en este plano, con el efecto secundario de que olvido por completo cómo me vino la historia a la mente.
Marta insistió.
―Sí, pero los personajes son casi tangibles al leerlos, es como si los hubieras conocido en verdad. El personaje de Caleb, el protagonista, es realmente auténtico, y lo curioso es que es totalmente antagónico a ti. Tú eres tranquilo, comedido, poco mujeriego y creo que nada aventurero.
―Vaya, gracias por tenerme por un aburrido.
―Lo que quiero decir es que no tiene nada que ver contigo, sobre todo en lo de vampiro ―rio con ganas― ¿Cómo te has documentado para todo ello? No creo que todo sea producto de la imaginación.
Esta vez fui yo el que rio comedidamente.
―Si te contara mi secreto ya no tendría sentido. El misterio que rodea a un escritor debe ser siempre eso, misterio.
Esteban entró en la conversación.
―Ya conoces a Marta, intentará tirar de lo que sea con tal de saber.
Ella contestó rápido:
―Sí, pero lo que más me interesa ahora son las cifras que nos redundará «BCN Vampire».
―La verdad que me vendrán muy bien unos ingresos extra, quiero cambiar de piso, a uno más grande, si puede ser en un lugar diferente.
Alicia se alarmó.
―¿Vas a dejar Barcelona?
―Jamás. Barcelona es mi ciudad fetiche, no podría estar alejado de ella mucho tiempo. El cambio sería de barrio.
Pareció desencantada.
―Dejaremos de ser vecinos.
―Pero no de ser amigos. Sabes que eres muy importante en mi vida.
Una amplia sonrisa iluminó su cara. Marta intervino.
―Vaya, parece que aquí se está cociendo algo importante.
Corté la conversación.
―Sí, la comida que nos vamos a comer ―cogí de nuevo la copa―, quiero hacer un brindis de nuevo por el éxito y la amistad.
Marta no se cortó.
―¿Y por el amor?
―No vas a cambiar ¡eh!
Reímos los cuatro. La conversación se fue amenizando hasta los postres, tras los cuales, Esteban pidió unos cafés y unos whiskys.
―¿Qué marca prefieres Salomón?
Ni me lo pensé.
―Knockando.
―¡Vaya!, sí que tienes buen gusto.
Tras el café di un sorbo al licor y noté un pequeño cambio en mí, cosa que no pasó desapercibida para mis amigos. Alicia me lo hizo saber.
―Te has puesto muy serio de repente. ¿Ocurre algo?
No contesté. Unas extrañas visiones pasaron ante mí, el rostro de una hermosa mujer morena de enormes ojos verdes en la oscuridad. Tardé medio minuto en reaccionar. Entonces la vi, sentada unas mesas más allá. Aquella mirada no me era desconocida, tenía un poder hipnótico sobre mí. Se levantó dejando ver su fabulosa figura de pin up y salió por la puerta, como una diosa, no sin antes echarme una mirada que me caló hasta en el alma.
―Lo siento. Creo que tengo que irme.
Marta alucinó.
―¿Crees?
Alicia se preocupó.
―Si te encuentras mal nos vamos.
La miré glacialmente.
―No. Pide un taxi ―le dejé cincuenta euros encima de la mesa―. Debo hacer algo.
Tomé el whisky de un trago y salí de allí a toda velocidad.
Se quedaron los tres anonadados.
Me fui a casa, a pensar en lo que me estaba ocurriendo. Cuando salí del restaurante no vi a la mujer morena y sentí, sin saber por qué, una desazón que me tuvo un buen rato en vilo hasta que caí dormido en el sofá.
CAPÍTULO XIII
Cada noche es una lección que aprendo a marchas forzadas; aprender a controlar unos instintos salvajes y básicos, y parecía que lo iba consiguiendo en la parte salvaje, pero en la básica seguía presa de ello, aunque un poco menos cada vez. Volvía a estar en la calle como un depredador; esta vez reconozco el lugar como la zona más antigua de la ciudad: el Barrio Gótico, y en mi obcecamiento por encontrar algo que calme mi ansia acabo en la plaza San Felip Neri. Me siento al borde de la fuente que hay en el centro de la plaza y agacho la cabeza en un intento de pensar, de encontrar una solución a no sé qué problema. Intento recordar algo del día, pero debo ser una criatura nocturna, ya que me es imposible hacerlo. Y en mi dilema no me doy cuenta de los ojos que me observan, unos ojos que me siguen sin que yo lo sepa. Miro al cielo estrellado y busco con la mirada la luna, pero no la veo por ninguna parte, hasta que una voz con acento del este me sacó de mi trance.
―Hoy no la verás, hoy hay luna negra.
Dirigí mi vista hacia esta y lo volví a ver. Aquel hombre joven, alto, bien vestido, con un pelo largo y negro como la noche, unas gafitas oscuras y redondas contrastando con su piel como el nácar. Me erguí y me puse en guardia.
―¿Quién eres?
No podía evitar conocer de algo a aquel tipo, pero un vago recuerdo me lo traía como más viejo. Su voz era suave, pero firme.
―Solo tienes que pensar en mí si me necesitas, y yo apareceré.
―¿Qué quieres de mí? No necesito tu protección. No sabes quién soy… o qué soy.
Al sonreír mostró unos dientes perfectos, con la particularidad de tener unos colmillos como los míos.
―Sé lo uno y lo otro.
―No sé qué quieres, solo sé que ya me has cansado.
Y me dirigí furibundo hacia él, hasta que vi que miró hacia arriba y se alarmó, levantando la mano en señal de que yo parara y, sin saber por qué, así lo hice. Su voz no se alteró.
―Está aquí.
Miré hacia todos lados.
―¿Quién?
Parecía ignorarme.
―Debe haber una posible