Medios, redes sociales, cine, control social y penal. Carlos Ariel Bautista González
política
La primera cuestión que se planea abordar en este capítulo es la serie de transformaciones que se dan en el seno del capitalismo, con el fin de evidenciar las continuidades y rupturas del sistema de producción, para contrastarlo posteriormente con las transformaciones de las instituciones sociales y de la relación agente-estructura. Para realizar este análisis se toma como punto de partida la revolución industrial, con el fin de contrastar al capitalismo con los sistemas de producción esclavista y feudal, para luego hacer referencia a los cambios surgidos de la relación entre el trabajo manual y el trabajo intelectual.
El sistema de producción feudal y el sistema de producción esclavista se caracterizaron por sustentarse en una relación de dominación y subordinación personal. Es decir, eran fácilmente identificables los extremos de las relaciones de dependencia que sustentaban la dominación. En el caso del esclavismo teníamos al esclavo y al amo, y en el caso del feudalismo al siervo y al señor feudal. Sin embargo, con la revolución industrial y la consolidación del capitalismo como sistema de producción hegemónico, las relaciones de dominación y subordinación se transforman a causa de dos fenómenos distintos.
Como bien señala Heinrich (2012), el contrato de trabajo surge como la institución que hace de intermediaria entre el patrón y el trabajador, en la cual, de la mano con los discursos liberales del siglo xix, el trabajador renuncia a parte de su libertad, vendiendo su fuerza de trabajo con la condición de recibir una remuneración por parte de su empleador. El trabajador debe seguir las reglas propias de su contrato de trabajo y conserva la posibilidad de romper su vínculo contractual en todo momento y sostenerlo con otra persona. De tal forma, el trabajador es quien decide vender su fuerza del trabajo en el mercado –o, por el contrario, elegir el hambre–. Así, el trabajador y el empleador se vuelven sujetos iguales frente al derecho, con las mismas facultades y obligaciones, poniéndole fin a los títulos nobiliarios del feudalismo y la monarquía que sustentaban las relaciones de dominación previas.
Por otro lado, según el mismo autor, el sistema de producción esclavista y feudal buscaba satisfacer la reproducción de la vida material de las clases dominantes, sometiendo a los dominados a la servidumbre y pobreza, mientras ellos se beneficiaban del trabajo de estos. No obstante, el capitalismo deja de lado esta tendencia y comienza a adoptar el patrón de acumulación de la riqueza, con el fin de invertirla posteriormente en la economía y obtener aún más ganancias. Como consecuencia de esto, el valor de cambio de las mercancías –lo que se puede obtener por determinado bien en el mercado– adquiere mayor importancia que el valor de uso de este –las necesidades que puede satisfacer el bien–. “Not the satisfaction of wants, but the valorization of capital is the immediate goal of production” (Heinrich, 2012, p. 15).
Es en las relaciones de dominación premodernas, es decir, en aquellas donde la relación de dominación y subordinación es personal, donde encontramos la manifestación más cruda y directa del poder. Como si se tratara de un pater familias romano, el monarca o la Iglesia católica, o quien ocupara el puesto más alto en la jerarquía se hacía cargo del cuidado y la toma de decisiones de las personas bajo su control. Según la teoría de las dos espadas de Marquardt (2012), el poder terrenal del monarca y el de la Iglesia se legitimaban por cuanto este poder se derivaba de Dios.
Tanta fue la legitimidad de quienes ocupaban los lugares más destacados que, a título de ejemplo, Kant muestra cómo las razones eran supeditadas a esta autoridad, así como la existencia de una disociación entre el ejercicio de la razón y el del poder.
Mas escucho exclamar por doquier: ¡No razonéis! El oficial dice: ¡No razones, adiéstrate! El funcionario de Hacienda: ¡No razones, paga! El sacerdote: ¡No razones, ten fe! (Solo un único señor en el mundo dice razonad todo lo que queráis, pero obedeced). (Kant, 1784)
Así, era competencia de la autoridad la vida del sujeto, tanto en un sentido espiritual como físico, derivado del hecho que la vida del súbdito le pertenecía al monarca y, en tal sentido, este último tenía el derecho a disponer de la vida de quien transgrediera sus instituciones. Aquí adquiere relevancia la idea de poder soberano de Foucault (2002) como aquel que disponía de la vida de los sujetos.
Por el contrario, en la producción capitalista adquiere relevancia, como resultado de la cadena de producción, el interés sobre el cuerpo y la disciplina, puesto que lo más relevante era la producción y acumulación de capital por medio de la administración de los cuerpos y la gestión calculadora de la vida. Si la relación entre el trabajador y el empleador es sustentada en un contrato de trabajo y no en un derecho extraterrenal, entonces lo central no es controlar la vida del sujeto sino ejercer disciplina, de cara a obtener el máximo provecho del sometimiento parcial por medio de la relación capital-trabajo. Según Foucault (2002), un ejemplo de esto es el libro de los Principios de la administración científica, escrito por el ingeniero Taylor y base teórica de lo que sería el fordismo.
[…] Entre los diversos métodos e instrumentos utilizados en cada elemento de cada oficio hay siempre un método y un instrumento que son más rápidos y mejores que cualquiera de los demás. Y este mejor sistema y este mejor instrumento no pueden descubrirse más que por medio de un método de estudio y un análisis científico de todos los procedimientos e instrumentos de uso, junto con un estudio de tiempo y movimiento que sea preciso y minucioso. Esto comporta ir sustituyendo paulatinamente los procedimientos empíricos de todas las artes mecánicas por otros sistemas científicos. (Taylor, 2005, p. 31)
Este cambio lleva a que, más que antes, el cuerpo constituya objeto de intereses imperiosos y apremiantes, en el cual la escala del control ya no se centra en la persona como una unidad indisociable, sino que es trabajada por partes. No se trata de la conducta o del lenguaje del cuerpo, sino de “la economía, la eficacia de los movimientos, su organización interna”.
En este contexto se hacen fundamentales las reflexiones de Foucault (2002) en Vigilar y castigar. Él sostenía que en esta etapa se desarrollaba el poder disciplinario que, por medio de las prácticas sencillas y repetitivas en las fábricas, así como en las cárceles, disminuye al sujeto y su espíritu. Sin embargo, lo anteriormente mencionado cambia con las transformaciones que se dan en el capitalismo a lo largo del siglo xx, donde por un lado encontramos las transformaciones del trabajo y las transformaciones de la cultura política, factores que interfieren en la configuración de la política criminal mediática, como se verá posteriormente.
Respecto a las transformaciones del trabajo, Negri (2006) nos menciona que con el devenir del tiempo el sujeto se inserta en un proceso de trabajo cada vez más cooperativo, lo que lo convierte lentamente en un trabajador intelectual y cooperativo. Pasamos de tener turnos para la jornada laboral a vivir
en un tiempo unificado, disperso, en el cual la jornada de trabajo clásica no es la medida de temporalidad ya que esta medida desapareció o se modificó completamente. Además de esto, vivimos en una situación en la que el espacio también se modificó completamente. (Negri, 2012, p. 175)
Así, dejan de ser importantes los aspectos cuantitativos del trabajo en virtud de los aspectos cualitativos. Si antes toda la sociedad debía tener los ritmos de la industria, en la actualidad toda la sociedad debe adaptar los ritmos de la producción inmaterial: la industria tiene que informatizarse y acercarse a las imágenes y a los afectos.
Mientras que Bentham vio que la clave para el éxito empresarial era reducir las opciones de los reclusos del panóptico a las opciones más básicas de un trabajo repetitivo o de uno aburrido, a un plato de alubias o a los tormentos del hambre, los principales empresarios contemporáneos vieron en el sistema que se les recomendaba algo abominable y un imperdonable desperdicio de recursos del capital en la gestión de muchas idiosincrasias personales. Pero ahora es la racionalidad humana, unida a la supresión de las indomables emociones, lo que los principales empresarios, siguen el espíritu de los tiempos, rechazarían por ser una irracionalidad inexcusable. […] todo lo personal, lo que no estaba determinado por los estatutos de la compañía, tenía que dejarse a la entrada del edificio, por así decirlo, y se recogía después de haber finalizado el tiempo de oficina […] antes que desde la perspectiva de la relación entre jefe y subordinado, el objetivo es aprovechar la totalidad de la personalidad del subalterno