Del ¿por qué? a la adoración. Jonathan Lamb

Del ¿por qué? a la adoración - Jonathan Lamb


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con una dosis de realismo bíblico. Aquí tenemos a un hombre de fe, que es bastante valiente como para confrontar a Dios con sus luchas.

      Lee: Habacuc 1.1-11

      Versículo Clave: Habacuc 1.2-5

      Estructura:

      1. El problema de Habacuc (1.1-4)

      a. Llevando una carga (1.1)

      b. Pidiendo ayuda (1.2-4)

      2. El propósito de Dios (1.5-11)

      a. Dios está obrando (1.5)

      b. Dios está en control (1.6)

      1. El problema de Habacuc (1.1-4)

      a. Llevando una carga (1.1)

      Una «carga»: esa es la traducción literal de la palabra con la que inicia la profecía, «esta es la profecía que el profeta Habacuc recibió en visión» (1.1). Lo que recibió fue una carga. Habacuc era un hombre con una carga pesada en su mente y su corazón. Como todos los profetas, recibió una palabra del Señor que representaba un mensaje desafiante para sus tiempos, una pesada palabra profética de parte de un Dios de juicio. Pero la carga también tenía que ver con el peso que cargaba en su corazón. La profecía expresa cómo se sentía al ver lo que estaba sucediendo en su propio país, entre su propia gente. Lo podemos ver en sus primeras palabras (1.3-4). «¿Por qué…?»

      Habacuc estaba abrumado por esta pregunta. Vivía en Jerusalén, en los últimos días del siglo siete a. C., después del reinado de Josías. El rey Josías fue un gran rey, que introdujo toda clase de reformas. Josías había tenido una experiencia de conversión cuando era joven, había redescubierto la ley, derribado los altares paganos y restaurado el templo. Hubo, en ese tiempo, un período de prosperidad y estabilidad en el que Dios bendijo a la nación. Pero lo siguió el rey Joaquín, quien rápidamente revirtió toda la buena obra que Josías había logrado. Bajo su reinado el pueblo ignoró la ley de Dios, pero continuaba esperando la bendición divina porque, después de todo, ellos eran el pueblo de Dios. Sin embargo, gradualmente se instaló un deterioro espiritual que traería graves consecuencias para la nación.

      Este era el contexto del ministerio de Habacuc. Estaba viendo cómo el pueblo se alejaba de Dios, el creciente deterioro en el entretejido moral de su sociedad. Es claro por el lenguaje que utiliza en los versículos 3 y 4: «¿Por qué me obligas a ver tanta violencia e injusticia? Por todas partes veo sólo pleitos y peleas; por todas partes veo sólo violencia y destrucción. Nadie obedece tus mandamientos, nadie es justo con nadie. Los malvados maltratan a los buenos, y por todas partes hay injusticia».

      «Violencia» era una palabra frecuente en sus labios. Habacuc vivía en una sociedad sin ley, conformada por un pueblo decidido a olvidar lo que Dios les había dicho y dispuesto a vivir a su propia manera. Ese pueblo desobedecía la ley, y tanto sus sacerdotes como sus profetas estaban irremediablemente afectados. Como lo expresa el versículo 4: «Por lo tanto, se entorpece la ley». Se descartaba la palabra de Dios. La justicia fue reemplazada por la anarquía. El rey Joaquín construyó maravillosos palacios para sí mismo, explotando a la gente en el proceso, pero nunca mostró arrepentimiento. Los sacerdotes, políticos y funcionarios públicos siguieron el ejemplo del rey. Perpetuaron la violencia y la injusticia, aumentando la confusión moral en lugar de resolverla. Con razón Habacuc declara: «el impío acosa al justo» (1.4). Los pocos que permanecieron fieles a la palabra del Señor estaban rodeados de comportamientos impíos, que amenazaba con acabar con toda señal de vida espiritual.

      ¿Por qué Dios permitía que su pueblo actuara así? ¿Por qué Dios le hacía ver todo eso (1.3)? Su carga era de tal decepción y desilusión que estaba al borde de la desesperación. Solo Dios podría ayudar en esta situación.

¿Si tuvieras que escribir una queja como la de Habacuc, que dirías acerca de tu mundo?¿Hay momentos en que sientes una carga en tu corazón por lo que está ocurriendo?

      b. Pidiendo ayuda (1.2-4)

      ¿Hasta cuándo, Señor, he de pedirte ayuda sin que tú me escuches? ¿Hasta cuándo he de quejarme de la violencia sin que tú nos salves? (1.2)

      Esta es la segunda características de los primeros versículos: Habacuc no solo lucha con el problema, lucha también con Dios. Estas palabras están escritas con cierta intensidad. Implican que Habacuc clama, grita, ruge: «¡Ayúdame, Señor! ¿Por qué permites que pisoteen tu ley? ¿Por qué permites que tu pueblo se aleje?» Es importante notar que la verdadera crisis de Habacuc no era simplemente el tremendo deterioro que veía en el pueblo de Dios. Su crisis surge porque él clamaba y clamaba, pero parecía que Dios no escuchaba (1.2).

      ¿Hasta cuándo?

      ¿Por qué?

      Estas dos preguntas no nos son ajenas. Después de haber clamado por un buen tiempo, es difícil no concluir que tal vez a Dios no le interesa nuestra situación. ¿Por qué se burlan de la justicia? ¿Por qué se ignora la violencia? ¿Por qué Dios no interviene con su juicio? De hecho, podríamos seguir. ¿Para qué orar? ¿Para qué tener fe? Lo sentimos como una tremenda carga. En cuanto a Habacuc, todo le parecía descalabrado. El problema no era simplemente el pecado de la gente, que ya era bastante, sino también el aparente retraso en el actuar de Dios. Parecía una mancha en el carácter justo de Dios.

      Al leer y releer estos versículos, empezamos a sentir lo que Habacuc sintió. No era tanto un problema intelectual sino un dolor sentido y profundo. Estas preguntas no son meramente académicas. Como lo expresó el novelista Peter de Vries, «el dolor es un signo de interrogación que se engancha como un anzuelo en el corazón humano». Para muchas personas, cualquier explicación es mejor que el silencio, cualquier razón es mejor que la confusión y la incertidumbre. En esos momentos, es muy importante hacer lo que hizo Habacuc: admitir nuestro desconcierto. Contrario a lo que se supone, a los cristianos se les permite hacer eso. Muchas veces nos cuesta mucho vivir con semejantes preguntas, porque sentimos que debemos tener respuestas para un mundo con preguntas. Nos resulta muy difícil convivir con el misterio.

      También me pregunto si tenemos el mismo sentimiento de carga que tenía Habacuc cuando miramos a nuestra propia comunidad cristiana. ¿O hemos caído en una relajada aceptación del statu quo, una apatía espiritual que tan fácilmente puede acomodarse entre el pueblo de Dios? Me pregunto si tenemos la misma agonía espiritual y la misma honestidad ante Dios. Habacuc pudo gritar su queja gracias a su conocimiento de Dios: «Si esto es cierto acerca de ti, Dios, ¿por qué no estas actuando?, ¿por qué el retraso?».

No es fácil hacer esto, pero ¿puedes describir, para los compañeros cristianos de tu pequeño grupo, un tiempo en el que hayas experimentado esta clase de confusión? Cuando Dios parece no responder a nuestras oraciones: ¿Cómo nos sentimos? ¿Cómo sobrellevamos la situación?¿Estarías de acuerdo en afirmar que una señal de una vida cristiana indiferente es no preocuparse por estas preguntas? ¿Por qué?

      2. El propósito de Dios (1.5-11)

      En la siguiente sección, Dios le responde a Habacuc. Comienza con la palabra «Miren» (1.5), que retoma la queja de Habacuc en el versículo 3: «¿Por qué me haces presenciar calamidades?». Ahora Dios le pide cambiar de perspectiva, a una más amplia: «¡Miren a las naciones! ¡Contémplenlas y quédense asombrados! Estoy por hacer en estos días cosas tan sorprendentes que no las creerán, aunque alguien se las explique» (1.5). Eso es exactamente lo que Habacuc tenía que hacer: tener una perspectiva más amplia.

      Tomemos en cuenta dos características importantes de la respuesta de Dios a las preguntas de Habacuc:

      a. Dios está obrando (1.5)

      Primeramente, Dios había escuchado la oración de Habacuc, y él ya estaba obrando. Dios no estaba quieto, indiferente a los problemas que Habacuc le expresó. No, dice Dios, ya estoy obrando, si solo tuvieras ojos para verlo. Dios estaba detrás de una serie de eventos devastadores que cambiarían el curso de la historia en los días de Habacuc; Dios no había abandonado sus planes. Judá y todas las naciones estaban todavía bajo la atenta mirada de Dios. Él estaba dando una solución al problema que tanto le preocupaba a Habacuc:

      Estoy


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