Anatomía de la memoria. Eduardo Ruiz Sosa

Anatomía de la memoria - Eduardo Ruiz Sosa


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en Sajonia, el 20 de junio de 1484, el demonio, con la apariencia de un flautista, se llevó ciento treinta niños que nunca después fueron vistos» (Secc. II, Miembro I, Subsecc. II)

       A veces amamos incluso

       a quienes están ausentes

      Filóstrato de Lemnos, Epístolas

       I can’t forget that I’m bereft/ Of all the pleasant sights they see,/ Which the Piper also promised me. […] And just as I became assured/ My lame foot would be speedily cured, The music stopped and I stood still,/ And found myself outside the hill, Left alone against my will,/ To go now limping as before, And never hear of that country more!

      Robert Browning, ">The Pied Piper of Hamelin

      LA DIFICULTAD DE LA ESCRITURA, le explicó una vez Isidro Levi, es creer que es uno el que hace el libro; pero son los otros, Salomón, los que ponen su voz, y es el libro el que nos hace a nosotros.

      ¿Cómo, entonces, darle cuerpo a la historia de Orígenes?

      En el ahora no podemos resolver nada: siempre estamos tratando de corregir el pasado, pero el pasado, como el futuro, es intocable, le dijo Isidro Levi,

      por eso escribimos, porque tenemos la esperanza de corregir lo que somos, lo que fuimos: sabemos que es imposible retocar el ayer, pero nos aferramos a dos cosas: la modificación del registro del pasado y el olvido de esa modificación: repitiendo el trabajo del escritor una y otra vez esperamos que por reiteración todo cobre realidad, todo se olvide o se ancle en la memoria; en este sentido la escritura y la oración son semejantes: el que se acerca a la oración, como el que se acerca a la escritura, Salomón, es alguien que sufre una pérdida, una constante pérdida que no se termina nunca;

      ¿Qué perdiste tú, Isidro?;

      Yo perdí, para siempre, la capacidad de volver a perder algo: si alguien me dice que usted, Salomón, por ejemplo, ha muerto, yo no habré perdido nada porque no tengo en la mente una imagen suya: hay una voz que no dejaré de escuchar, una cierta presencia que no dejaré de sentir, pero que es la misma que percibo de los muertos: usted para mí no es diferente de ellos ahora mismo, incluso, como usted que me pregunta y me habla, hay los que ya muertos todavía me dicen cosas y es como si de verdad nadie nunca estuviera muerto, nadie nunca estuviera vivo,

      imagínese que el mundo es una pared con una grieta:

      yo sólo veo la grieta;

      y Salomón le preguntó:

      ¿Cuál es tu primer recuerdo, cuál es el último?;

      Isidro Levi le respondió que el primer recuerdo y el último eran siempre el mismo porque:

      Lo primero es lo último que recuerdo;

      luego le preguntó,

      porque el libro es un constante preguntar:

      ¿Qué fue lo que unió a los Enfermos?;

      Una música común, un delirio compartido, un rito secreto, la noción de que había que hacer algo ante lo que pasaba en el País, en la ciudad, pero quizá es que nunca supimos de verdad qué era lo que estaba pasando, le dijo Isidro Levi,

      nadie corrigió nuestros sueños, Salomón, y nuestros sueños eran lo único que teníamos, y nuestro sueño fue no despertar durante mucho tiempo, o correr el peligro, toda la vida, cuando la edad nos traicionara, de volver a caer dormidos y seguir soñando que algo nos une, que algo hicimos, que nunca nos curamos;

      ¿Usted se curó, Isidro?;

      La Enfermedad existe en el pasado, ahí estoy todavía Enfermo; hoy, en cambio, no sé muy bien qué decirle, Salomón; Eliot Román le dirá que la Enfermedad es incurable; no sé qué le habrá dicho Orígenes, pero el tiempo no es medicina para esto; algo escuchamos y nos fuimos detrás de una sombra pensando que aquello era la luz; nos quedó a todos, usted puede verlo, una cicatriz imborrable:

      no nos mataron, no desaparecimos al otro lado del río, nos quedamos a medio camino tullidos del cuerpo y de la memoria y del corazón, abandonados porque no pudimos escuchar más esa música que ya nos había vuelto locos,

      una música

      que quizás no estaba hecha para nosotros,

      y hubo odio, y virtudes, y porquería, le dijo Isidro Levi,

      ésa fue una parte de nuestra historia:

      descansamos en el error.

      Entonces, Estiarte Salomón recordó que una vez Juan Pablo Orígenes le dijo:

      La historia es una superstición aceptada y compartida;

      y también dijo:

      Creo que ahí hay algo que puede decirse nomás con la escritura;

      y a él, a Orígenes, también le preguntó una vez:

      ¿Qué fue lo primero que recordaste, Juan Pablo?;

      y la respuesta le llegó como un trance, como un rezo aprendido de memoria que se rasca mordiendo con las uñas la madera:

      Recordé a mi madre, el dolor de mi madre, el olor de la enfermedad y la naturaleza de jaula de las habitaciones de los moribundos: ellos no pueden ir ya a ningún lado,

      recordé la mano de mi madre, las dos manos, llenas de agujas y tubos y sueros, hinchadas desde las venas hasta las uñas: me tomaba del brazo y me decía No te vayas, Juan Pablo, no me quiero quedar sola,

      recordé el alba, cuando algo muy querido se me rompió de entre las manos,

      recordé que el amor es el recuerdo constante del amor; que no puede amar quien olvida; que el amor es una retórica callada que persuade sin hablar; que el amor es una retórica que se inflama en el hígado,

      esto es el recuerdo: una maraña de palabras ahogadas en la boca, enredadas entre los dientes y la lengua, una vejez impía, una vejez de gárgola, una vejez de lepra y tosferina,

      pura llaga,

      esa muerte así, Salomón, con la lentitud de por medio, es un trabajo agotador para el que sobrevive, para el testigo de esa cosa lenta y llena de púas, usted no lo sabe,

      recordé los libros de Eliot Román, y los trabajos que Eliot Román hizo para que el amor pudiera mantenerse en lo oscuro a pesar del miedo y la violencia;

      ¿El amor?, le preguntó Salomón;

      Recordé, justo ahora, porque uno siempre recuerda en pasado; recordé, pues, que había una muchacha, no le estoy diciendo el nombre porque no lo recuerdo, usted sabe, Salomón, que nunca fui bueno con los nombres; la recuerdo a ella, pero no su nombre, y da igual: lo que importaba de ella no era su nombre porque quien sabía su nombre no podía amarla;

      ¿Por qué?;

      Porque todo era así, Salomón, uno corría peligro;

      ¿Ella era una Enferma?;

      Ahí mismo la conocí, en la Enfermedad. Usted lo sabe, Salomón, a veces amamos lo que nos dan, y a veces lo que nos niegan. Y ella me lo negaba todo, hasta su nombre;

      ¿Y qué tenía que ver Eliot Román en todo eso?;

      Eliot Román siempre metía las narices en todos lados, y aunque él no la conocía, estoy seguro de que estaba enamorado de ella. Yo siempre creí que él se había metido en el grupo para conocer muchachas, que no tenía conciencia política, esas cosas. Pero luego murió Eliot Román, y me sentí culpable;

      Eliot Román no murió, Juan Pablo;

      Eso dice la gente, pero me resulta difícil de creer, hace años que no lo veo.

      Pero Eliot Román también tenía un primer recuerdo, y un último recuerdo, y un constante recordar que se le venía encima siempre y cada vez más desde que empezó a hablar con Estiarte Salomón:

      El primer recuerdo:

      la


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