Mar Cambrollé, una mujer de verdad. Francisco Artacho Gómez

Mar Cambrollé, una mujer de verdad - Francisco Artacho Gómez


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precisamente esa es la última de las muchas luchas emprendidas por Cambrollé y la Asociación de Transexuales de Andalucía Sylvia Rivera, que, en noviembre de 2011, denunció ante la Fiscalía la atención sanitaria que reciben las personas trans a través de la Unidad de Transexualidad e Identidad de Género, la UTIG. Una lucha no entendida ni apoyada.

      ¿Cómo es posible que ahora las trans carguen contra la sanidad andaluza, que fue la primera en atenderlas, allá por 1999, al menos de manera pública y sin filtros patologizantes? (ya existían unidades médicas, en varios puntos de Andalucía, que daba la atención sanitaria a las personas trans).

      Precisamente, lo que se consideró en su día un logro, el gran logro trans, es donde radica uno de los principales focos de discriminación, humillación y vulneración de los Derechos Humanos a los que se someten a las personas trans: como enfermas, trastornadas, errores de la naturaleza… Test psicológicos que les abren o cierran el acceso a los servicios sanitarios de la seguridad social. Hormonación y cirugías. Como recuerda Cambrollé en cada ponencia, charla y foro de debate, la influencia del discurso biomédico ha condicionado la percepción de la transexualidad, difundiendo el hecho trans como una patología, disconformidad, trastorno, disforia… Todo ello para negar la diversidad humana y rentabilizar económicamente el mercantilismo médico entorno a los trans. Ello ha supuesto la interiorización de ese discurso castrador en las propias personas trans y, por añadidura, en toda la sociedad: medios de comunicación, médicos, educadores, políticos… Para Mar es una obligación del colectivo alzar la voz para deconstruir tantos estereotipos, conceptos y definiciones que niegan la vida trans como una expresión de la inmensa diversidad humana.

      Un ejemplo que Cambrollé conoció de primera mano fue el de su amiga Rosa Pazos. Rosa murió sola, en una situación de extrema gravedad social, agravada, sin duda, por no poder disfrutar de unos derechos por los que se partió la cara. Ser esquizofrénica le impidió ser usuaria de pleno derecho de la sanidad pública andaluza, y eso le imposibilitó también que pudiera cambiar su nombre en el Documento Nacional de Identidad, problemas que Rosa no hubiera sufrido en caso de haber tenido dinero para acudir a la sanidad privada y de no haber sido esquizofrénica.

      Cambrollé no olvida de dónde viene, cuáles son sus orígenes, cuál es su clase, quiénes son las suyas ni por qué inició su última lucha. Porque sabe que es la lucha de todas las trans. Pero sobre todo de las suyas. De las trans pobres, como las del barrio que la vio nacer y en el barrio que inició su lucha. Una lucha desde Las Letanías, en el corazón del Polígono Sur.

      DEL PUMAREJO A LAS LETANÍAS

      Ni haber nacido pobre, ni el rechazo de su padre. A Mar Cambrollé jurado lo que más le ha jodido en la vida, lo que más le ha dolido y dejó huella para siempre, fue estar hasta los 23 años en el limbo. Así llama ella al tiempo que tardó en entender que era una mujer, sabiendo que algo no encajaba, pero sin saber el qué. Le habían asignado al nacer un género, un nombre y una vida que no se correspondía con la realidad, teniendo que vivir como hombre, como mariquita. Vivir 23 años una vida que fue la suya, pero sin serla, lo que no significa que no fuera un periodo apasionante, lleno de historias, vivencias y luchas.

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      En el barrio del Pumarejo, el mismo que fue masacrado en 1936 por el asesino Gonzalo Queipo de Llano, en la calle Sorda número 10, la parió su madre, el 28 de diciembre de 1957. En su propia casa, que solo tenía dos estancias y una cocinita. El cuarto de baño se compartía con el resto de viviendas. Así eran las corralas, las viviendas tradicionales que daban cobijo a las clases más populares y humildes de Sevilla, y que se fueron destruyendo conforme la especulación urbanística se iba convirtiendo en la gran industria del país. La corrala era una forma de vida colectiva que convertía a los vecinos en una gran familia.

      A la corrala de la calle Sorda se trasladaron sus padres, Francisco Cambrollé Roldán y María Jurado Adame, después de ennoviarse y casarse. Ella servía en una preciosa casa de la plaza de Los Carros, la plaza de Montesión. Y servir significaba casi ser esclava, y dormir en el hueco de la escalera. Un día María se cruzó con Francisco Cambrollé, el sobrino de los señoritos. Se miraron entonces para siempre.

      El matrimonio trabajó en lo que hizo falta para poder criar a sus tres hijos. Francisco fue mozo de almacén, recadero y montaba las sillas de Semana Santa en la carrera oficial, mientras María se dedicó a trabajar en los cuidados de toda la familia.

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      Cinco años después de nacer Mar, la familia fue expulsada del centro de la ciudad. El régimen franquista ya había comenzado, con su política urbanística, a construir los polígonos de viviendas para la gente pobre bien alejados del casco histórico que los vio nacer.

      Primero, de forma provisional, la familia vivió en la antigua cochera de los tranvías municipales, en la Puerta Osario, en una especie de barracones, todavía no muy lejos del centro. La nueva ciudad estaba entonces todavía por construir. De allí pasaron al Polígono San Pablo, en unas viviendas prefabricadas. Por último, a mediados de los años 70, la familia llegó por fin a su barrio, el barrio de los olvidados: Las Letanías, uno de los sectores que forman el Polígono Sur, diseñado y levantado para acoger a chabolistas, vecinos procedentes de viviendas en ruina del casco antiguo, inmigrantes rurales… Pobres a los que esconder tras las vías del tren, la tradicional forma de separar los barrios marginales del resto de la ciudad. Muchas cosas han cambiado desde entonces, pero las vías del tren siguen siendo una frontera para el Polígono Sur. El barrio marcaría para siempre la personalidad de Cambrollé, que jamás olvida sus orígenes.

      EL RECHAZO DE UN PADRE

      “Me das asco. Me das asco”, eran las palabras que ella más escuchó de su padre, al que le repugnaba tener un hijo maricón. Porque entonces ni siquiera se hablaba de transexualidad. Desde pequeña, Mar aprendió a vivir con el desprecio de su padre y con la incomprensión, incluso, de ella misma. Pero, por mucho que le doliera, supo reconciliarse con él.

      La infancia de Mar estuvo marcada por su padre, que ordenaba raparle la cabeza al cero cada vez que alguien la confundía con una niña. Se negaba a veces a que comiera en la misma mesa que el resto de la familia o no le daba dinero para salir, como sí hacía con el hermano. Pero su carácter, como ocurre hoy en día, le impidió siempre agachar la cabeza para aguantar el chaparrón.

      “Yo había escuchado que un tío de mi padre era maricón. No estaba segura, pero algo había escuchado yo. Así que un día que me llamó maricón lo miré y le dije que qué pasaba, si era algo muy normal en su familia, que si su tío tal, o su tío cual. Entonces cogió la correa y me dio la paliza más grande que jamás había recibido yo. Con la propia hebilla me dio en la espalda. Incluso los vecinos le recriminaron lo que me había hecho. Me salieron hasta verdugones”, explica con un nudo en la garganta.

      La pobreza vivida en carnes propias le hizo irremediablemente tomar conciencia de clase. En el autobús que cada día la llevaba al centro a trabajar comenzó a conocer a otra gente del barrio, implicada en la lucha social, antifranquista y de clases, muy vinculados a la parroquia del barrio. A las 9 de la mañana comenzaba en el bar, en la puerta la carne. Hasta las diez de la noche no acababa la jornada laboral, sin días de descanso en toda la semana. Ganaba 1.600 pesetas mensuales. El día que recogió su primera nómina no pudo dejar de llorar. No entendía por qué sus padres la tenían trabajando por tan poco dinero y, sobre todo, por qué no pudo seguir estudiando, algo que le apasionaba. La injusticia de ser pobre le explotó en la cara.

      LA LUCHA DEL BARRIO

      En la parroquia del barrio, San Pío X, en Las Letanías, entró en contacto con los movimientos cristianos de base, Acción Católica y Juventudes Obreras Cristianas (JOC). Su facilidad de palabra, su capacidad de organización y su impulso la hacen pronto destacar, a pesar de su juventud.

      En la parroquia no tardan en asignarle un grupo de niños, a los que deja prendados con su imborrable alegría, entusiasmo y dinamismo. Siempre iba de un lado para otro, con su bolso de tela cruzado,


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