Mar Cambrollé, una mujer de verdad. Francisco Artacho Gómez

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Histórica de Andalucía.

      Ejercicios como hacer una comparación de fotografías del pudiente barrio de Los Remedios y del Polígono Sur, y que los niños comentaran las diferencias, eran algunas de las actividades que hacían que los niños tomaran conciencia de las desigualdades sociales de las que eran víctimas.

      Y es que las iglesias de barrio, tomadas por los cura rojos, curas obreros, eran en los últimos años de la dictadura una de las pocas vías de acceso a las luchas sociales y antifranquistas, la entrada a la lucha política y social y escuela para miles de activistas.

      Junto a Cambrollé, en la iglesia de Las Letanías iniciaron su lucha social otros activistas que en el futuro se convertirían en importantes figuras de diferentes causas, como el histórico Cecilio Gordillo, de CGT, pieza fundamental también de la recuperación por la Memoria Histórica.

      Además de la formación cristiana, la lucha por las mejoras del barrio fue una de las primeras escuelas de Cambrollé. Las Letanías carecía de las infraestructuras mínimas: colegios, centro de salud, alumbrado público… Esta lucha y la antifranquista fueron los primeros pasos de su activismo, sus primeros pasos desde la clandestinidad.

      A través de las JOC entró en contacto con un grupo de jóvenes cristianos de base de Granada, que, organizados por el párroco José Antonio Moreno, que se declaraba abiertamente gay, comenzó a tratar el tema de la homosexualidad. Sus viajes a la parroquia granadina de San Ildefonso son frecuentes, pero la forma de tratar la homosexualidad en el grupo no le convence. Una aceptación dentro de la castidad, aunque con la comprensión cómplice del párroco que, al menos, intentaba que los jóvenes se aceptaran y dejaran de sufrir.

      Continuó su lucha en la parroquia de Las Letanías, cada vez con más protagonismo y responsabilidad para Cambrollé, que entra en el comité federal de la JOC.

      Pero a pesar del compromiso de aquellos curas rojos, y de compañeros de lucha, la parroquia no dejaba de ser un lugar de encuentro, de entrada y formación, que se le iría quedando pequeño. Sonada fue su convocatoria por la muerte de un delincuente común del barrio, muerto a manos de la Policía. Cambrollé hizo una convocatoria de asamblea, en la que clamaba contra lo que llamó directamente “asesinato”. Y es que llamar las cosas por su nombre fue siempre una de sus virtudes, o defectos, dependiendo de a quién tuviera en frente. En cada bloque colocó un cartel. El párroco tuvo que cerrar la iglesia con Cambrollé dentro en la sacristía, para evitar una posible detención. El sacerdote, Emilio Calderón, le echó una pequeña y cariñosa regañina.

      –Tenías que haber puesto presunto muerto –le dijo Calderón.

      –¿Presunto muerto? Si es que lo han asesinado– le replicó Cambrollé indignada y con esa frescura que la caracteriza.

      Aquella asamblea nunca pudo celebrarse. Los grises, la policía represiva, tenían tomada la parroquia ante la indiscreta convocatoria de aquel joven que despuntaba por su capacidad de liderazgo y oratoria.

      Pero si atrevido, por ingenuo, fue ese intento de condenar y denunciar el asesinato de uno de los suyos, no se quedó atrás una idea que incluso fue trasladada al cardenal-arzobispo de Sevilla, José María Bueno Monreal.

      Un grupo de jóvenes parados del barrio quería llamar la atención sobre los altos niveles de desempleo que sufrían. La idea, que surge en la Asamblea de Jóvenes Parados, es actuar en la Semana Santa, la fiesta más importante de Sevilla. La idea era la siguiente: procesionar al cristo de los parados. Un mono de obrero relleno de trapos, al que crucificaron. En vez de una corona de espinas, llevaba un pan como símbolo del hambre que pasaban los parados. Lo colocaron en un trono hecho de maderas. Su objetivo era introducirlo en la Carrera Oficial de las Cofradías.

      Cambrollé solicitó una entrevista con Bueno Monreal, que le fue concedida. Le planteó la idea y le pidió permiso para que la cofradía del paro pudiera procesionar en el circuito más importante de la majestuosa Semana Santa sevillana. Aquella entrevista no duró más de cinco minutos. Por toda respuesta el cardenal exclamó:

      –Tengo 80 años y azúcar. Dejadme en paz.

      A pesar de no contar con el permiso de cardenal, siguieron adelante con su propósito. Montaron el paso en la plaza de la Magdalena y, por la calle O´Donnell se introdujeron en la Campana, el trayecto más importante de la carrera oficial. Junto al Cristo de los Parados, pancartas alusivas a la falta de empleo juvenil. No tardaron ni cinco minutos en recibir insultos y agresiones. Fueron golpeados con los cirios, y el paso quedó destrozado. Fue en el año 1974, cuando la dictadura de Franco languidecía. No hubo detenidos.

      El barrio se le quedaba pequeño. Su lucha debía ir a más, por otros cauces. Todavía no sabía cuáles, pero algo tenía que cambiar.

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