Compartiendo la gloria. El testimonio inspirador de siete mujeres futbolistas. Alba Mellado

Compartiendo la gloria. El testimonio inspirador de siete mujeres futbolistas - Alba Mellado


Скачать книгу
duda, Vero, Vicky, Irene, Laura, Alba, Aitana y Alba Palacios han cambiado el futbol femenino en España. Ellas son el pasado, el presente y el futuro, pero por encima de todo son referentes. Llevaos el mejor regalo que os podéis llevar, el abrazo y la frase “de mayor quiero ser como tú” de las más jóvenes.

      VICKY LOSADA

      Vicky Losada (Terrassa, 1991) debutó con solo quince años en el FC Barcelona. Ha jugado en Estados Unidos (Western New York Flash) e Inglaterra (Arsenal Ladies), y desde 2016 disfruta de la capitanía en el club en el que creció. Ha sido la primera goleadora de España en un mundial y ha estado presente en las dos citas históricas para la selección, Canadá 2015 y Francia 2019, año en el que llegó a la final de la Champions League.

      “La decisión más difícil de mi vida fue irme de España con tan solo veinte años”

      Por entonces ya era capitana del Barça, donde llegué al primer equipo a los quince. Éramos las mejores, nadie nos ganaba y prácticamente nos paseábamos por todos los campos, pero cuando llegaba la Champions, el Arsenal nos metía siete goles en el global. En ese momento sentí que si quería desarrollarme profesionalmente, tenía que marcharme a otro país. A mitad de temporada, cuando comenzaba la liga norteamericana, recibí una llamada del Western New York Flash. Me querían por recomendación de Pedro Martínez Losa, que era segundo entrenador en Buffalo, así que me fui, pero con mucho miedo al cambio. Me costó tomar la decisión. Recuerdo incluso que me pasé todo el viaje en avión llorando. La sede estaba a unas siete horas de Nueva York hacia el norte, cerca de Canadá, a unos veinte minutos de las cataratas del Niágara. Es algo que descubrí allí, porque al comprar los billetes no sabía dónde me metía. De joven ves las cosas más complicadas, pero esas primeras semanas completamente sola fueron muy duras. Todo me daba miedo y vergüenza, empezando por el idioma. No sabía nada de inglés, por lo que no podía comunicarme. Me daba corte hasta comprar yogures en el supermercado, porque no quería hacer el ridículo si me hablaban. Fue un impacto tanto a nivel personal como profesional.

      Nada más aterrizar me encontré cuatro metros de nieve. Me cuestioné dónde pretendían que entrenáramos ahí, pero inmediatamente después te das cuenta de que los americanos lo hacen todo bien y a lo grande, así que ese era el menor de los problemas: había dos campos enteros indoor. En una palabra: aluciné. Ese país multiplicaba todo por cuatro. Miraba al banquillo y veía a Carli Lloyd y a Abby Wambach, dos de las mejores jugadoras de la historia de Estados Unidos. A ellas las conocía; sin embargo, no había oído hablar, por ejemplo, de Sam Kerr. Era un vestuario repleto de estrellas, y yo estaba ahí, intentando adaptarme y sin saber muy bien qué hacía. Llegaba, me sentaba y no decía absolutamente nada hasta que no me tocaba salir a jugar. No quería molestar. Esa no era yo. Intentaron integrarme, pero ¿cómo logras relacionarte igual con gente que cena a las cinco de la tarde y que no hace vida fuera del trabajo? Hubo trato con ellas, pero nunca muy personal. Dentro del campo todo el mundo me ayudaba mucho, pero la vida fuera era muy fría. No es como en España, que a las dos horas de conocer a alguien ya estás invitándole a tu casa. En lo profesional era una historia completamente distinta a lo que estaba acostumbrada a hacer: venía de una liga poco competitiva y, de repente, estaba en un sitio con mucha exigencia. Me ocurrió lo mismo en Inglaterra, donde estuve después. Durante las tres temporadas que estuve fuera el fútbol cambió por completo para nosotras, y mi vida también. De vuelta a Barcelona, sentí que estábamos más cerca de las condiciones que buscaba cuando me tuve que ir. Barcelona era mi casa y en otras circunstancias lo más seguro es que nunca me hubiera movido, lo hice única y exclusivamente por necesidad. No estaba contenta con mi decisión y me llevé un sabor muy amargo de esa experiencia, pero me volvería a ir. Después de todo llegó la recompensa, volví siendo una jugadora y una persona completamente distinta. Afronté un gran reto con dolor, pero fue un punto de inflexión que me ha ayudado a ser quién soy. En 2019, durante un amistoso en Alicante con las norteamericanas, me reencontré con Carli Lloyd. «Ahora hasta hablas inglés», me dijo bromeando.

      Campos de tierra y prejuicios sociales

      Hasta entonces las había visto de todos los colores. A las nuevas generaciones intento explicarles que lo que están viviendo no tiene nada que ver con lo anterior, pero no se lo creen. No son realmente conscientes de los privilegios que tienen ahora, porque piensan que siempre ha sido así. Me gusta intervenir para que no pierdan la perspectiva. La realidad es que hasta hace muy poco tenías que gastar mucho dinero en el fútbol, empezando por las propias botas, que ahora te regalan los patrocinadores; los entrenamientos eran a las once de la noche en el campo que encontraras libre, normalmente de tierra y en malas condiciones, y los viajes eran entre ocho y quince horas de autobús cada fin de semana. Echo la vista atrás y solamente encuentro dificultades para jugar y entrenar. No es culpa de ellas, pero tienen que saber lo que hubo, para que entiendan de dónde partimos. Deben ser conscientes de que muchas de nosotras crecimos en una sociedad donde estaba muy mal visto que las niñas jugáramos al fútbol. Lo peor no eran las condiciones en las que trabajábamos, sino la trayectoria que debíamos seguir hasta llegar al máximo nivel. Jugar nunca fue fácil. Éramos los bichos raros, las marimachos, las desubicadas en el colegio. A mí me daba igual, pero sabía que era una cuestión muy alejada de lo que sucedía en los equipos masculinos. Durante unos años lo normal era crecer jugando con los niños, y ese fue mi caso en el Can Parellada de Terrassa. En solo dos temporadas acabé siendo capitana. El club y los chicos me apoyaban muchísimo —a veces me mimaban demasiado—, pero fuera de ahí se notaba el impacto que generaba. «Anda, mira, una chica» era lo mínimo que podías escuchar, entre otras cosas. No recuerdo que esos comentarios me afectaran, porque creo que me daba exactamente igual, pero estaban ahí, era lo habitual; sin embargo, me ponía a jugar y esos insultos cambiaban por completo. Ya no era una sorpresa, sino un comentario positivo. La gente comentaba que en Can Parellada tenían a una chica que jugaba muy bien. Es posible que en aquellos años todo fuera mucho más simple. Apenas pensábamos en lo que podían decirnos o, tal vez, nos afectaba menos. Creo que hay un cambio respecto a las niñas de ahora, que con ocho o nueve años ya tienen una mentalidad distinta, probablemente la que teníamos nosotras con quince o dieciséis. Ahora la sociedad es muy de juzgar y criticar negativamente, y eso les afecta al ánimo. Es un mundo más expuesto con las redes sociales, prototipos de la sociedad, anuncios… No sé si en nuestra generación éramos más infantiles. También era normal jugar en la calle hasta los trece o catorce años, y eso hoy no pasa. La gente no está en los parques, los niños y las niñas jamás están solos en las calles. Nos ha tocado vivir épocas muy diferentes y eso también se nota en cómo asimilamos lo que nos dicen o el caso que hacemos. Lo bueno para las niñas de ahora es que, les digan lo que les digan, tienen referentes en los que fijarse, y somos nosotras las que debemos tener ese papel muy presente y dar ejemplo.

      Nuestra labor educativa

      De los cinco años a los doce apenas hay diferencias físicas entre niños y niñas. Pueden jugar juntos y a nivel social es muy bueno que se relacionen entre ellos de esta manera, para que vean y asimilen la igualdad de género. En su educación hay dos partes esenciales: una futbolística y otra sociocultural. Hacia los catorce años, en los que ya hablamos de una etapa preprofesional donde sí puede haber mayores diferencias, es cuando deben emprender caminos diferentes, pero hasta entonces deberíamos educar en una situación de igualdad. Me gusta organizar anualmente un campus, donde estoy en contacto con nuevas generaciones y compartimos experiencias, con el fin de ayudarles y transmitirles la necesidad de que se respeten. Están en una fase de aprendizaje, en la que lo que menos importa es el resultado. Y aunque la mayoría de los asistentes son niñas, nunca cierro la puerta a un niño, porque creo que deben convivir y compartir. Así lo viví en Estados Unidos, donde todos los campus son mixtos y acostumbraban al predomino del femenino. Si creces viviendo esto, es más fácil interiorizar la igualdad, pero está muy lejos de lo que vemos en España. En una ocasión tuve a tres niños apuntados y al verse tan pocos, solo quedó uno. Le llamé para decirle que a mí me daba igual. Estuvo rodeado de cincuenta y nueve chicas, y todos tan contentos, pero no es lo normal, porque los padres no suelen querer eso para sus hijos. He oído comentarios de todo tipo. El fútbol es ideal cuando no intervienen, cuando los árbitros no se ven afectados por insultos y cuando dejamos a los menores jugar y creer. Uno de los


Скачать книгу