Compartiendo la gloria. El testimonio inspirador de siete mujeres futbolistas. Alba Mellado
día siguiente te dan la patada y cambian el cromo.
Después de ese mundial inicié mi última temporada en el extranjero, en el Arsenal de nuevo con Pedro Martínez Losa, y allí aprendí todo lo que me ha servido para ser profesional, porque seguí trabajando los aspectos físico, competitivo y mental. Al llegar, me volví loca, de área a área todo el rato y con los equipos partidos en dos. A medida que pasaban los partidos me dije: «O te adaptas, o no tienes nada que hacer aquí». Trabajé duro con el objetivo de que cada balón que tocara fuera eficaz. No había compañeras buscando apoyos ni conexión, no te quedaba otra que adaptarte al juego. El progreso fue increíble. La competición inglesa era superexigente. Tenía ocho equipos y podías perder contra el octavo. Me hizo madurar, concentrarme los noventa minutos en el juego. Reconozco que era algo de lo que carecía. Simplemente no estaba acostumbrada a esa intensidad y en algún momento desconectaba del partido. Mejoré aspectos como soltar el balón muy rápido, porque o lo pasabas, o te levantaban medio metro del suelo. Recuerdo que las españolas teníamos fama de “piscineras” y cuando estábamos Natalia Pablos, Marta Corredera y yo, teníamos que estar muy atentas porque iban a por nosotras más fuerte. Era como una advertencia. «Ahora te vas a caer, pero bien». Mejoré la posición y mis movimientos. Entiendo que pueda atraer el fútbol inglés, pero personalmente me gusta más el estilo del Barça, de mi casa, que es el que yo elijo.
Francia 2019, la explosión definitiva
Canadá nos hizo crecer, pero no es hasta 2019 cuando empezamos a ver una evolución y un cambio social. Ya había vivido un partido de gran aforo en San Mamés en 2013, con casi 30.000 personas en la grada el día que le quitamos la liga al Athletic con un gol de Kenti Robles. Fue muy especial, pero echo la vista atrás y lo veo como una burbuja, algo que nada tenía que ver con lo que vivíamos. Me sabe mal decirlo, y no estoy segura de si es cierto o no, pero mi percepción es que eso pasó con el Athletic, porque tiene seguidores muy leales. Creo que era el único club capaz de hacerlo en aquel momento, y que pudo influir la promoción que se hace en el País Vasco de los equipos femeninos. Realmente tengo dudas de que hubiera pasado lo mismo en Madrid o Barcelona, porque estas aperturas solo se lograban en lugares muy específicos. Pese a esa sensación, tengo un gran recuerdo de ese día, porque alucinamos. Ni movíamos masas ni conseguíamos grandes cosas, pero ese año el Barça nos sumó a la rúa del equipo masculino en un autobús abierto y parecía que en algunos detalles estábamos mejorando. Todo eso se quedó ahí. También tuve una experiencia similar en Wembley con el Arsenal, así que cuando llegó el récord del Wanda Metropolitano con 60.739 personas en las gradas, lo viví de otra manera diferente, con cautela y poniendo todo en su contexto. Me pareció increíble que eso estuviera pasando en mi país y se lo agradecí al Atlético de Madrid, porque me había tenido que ir para vivir cosas así. Doy gracias por tener la experiencia de haber jugado partidos de gran repercusión y no me afecta mucho al juego, pero antes y después del partido las sensaciones son muy bonitas, es algo que merecemos vivir. Ganamos 0-2, recortamos puntos en la lucha por la liga, pero entiendo que ese día el acontecimiento era el aforo, así que después del partido dije lo que pensaba, que estaba muy bien acudir a estos acontecimientos, pero había que ir a los campos cada fin de semana, porque, de lo contrario, tendremos un problema. En el Barça tenemos a mil personas como mucho viéndonos durante la competición. Hay que asistir semanalmente y no a un partido puntual. Para ello debemos trabajar y aprovechar hechos históricos como un mundial, como hizo Inglaterra al quedar tercera en 2015, dando ejemplo de cómo lograr que cada vez más aficionados nos sigan. El momento que estábamos viviendo en los meses previos a Francia 2019 tenía que aprovecharse durante el evento, porque cuando haces las cosas bien es cuando te llegan los sponsors y las mejoras para trabajar.
Debemos sentir esa presión, porque es parte de nuestro oficio. La exigencia de ganar en la élite es brutal y si no estás preparada para aguantarlo, tienes que irte a otra parte. No ganas siempre, y en el fútbol parece que si no consigues un buen resultado, no vale para nada lo que has hecho detrás, el trabajo mental es esencial. La gente de corbata siempre te va a pedir más y más, aunque nunca esté a tu lado apoyándote cuando sufres una lesión o tienes un problema. Debes estar preparada para darlo todo y alcanzar el éxito una sola vez de las diez que intentas lograr tu objetivo. Esto es especialmente duro en equipos como el Barça, donde solo vale ganar cada semana y requiere concentración y nivel, donde te pegan palos por todos lados cuando las cosas van mal. Por eso, el final de la temporada 2018/2019 fue tan especial para quienes llevamos años luchando por llevar lejos al club en la competición europea. A veces reflexiono sobre los años que me quedan y pienso que no me importaría vivir otra etapa en Estados Unidos, donde hay bastante más libertad para trabajar y no son tan cuadriculados, donde disfruté mucho la cultura futbolística, pero antes de plantearme cualquier cosa quiero levantar la Champions League con el Barça. Esta temporada estuvimos más cerca que nunca. Llevábamos varios años comentando que nos faltaban tres o cuatro para luchar con los mejores equipos de Europa, especialmente después de enfrentarnos en 2018 al Lyon y perder solo por un gol en el global. Al principio del año nadie nos habría situado en la final, pero logramos hacer una buena eliminatoria en semifinales ante el Bayern de Múnich, ganando en Alemania incluso, y nos enfrentamos a las francesas en Budapest. Vivimos un sueño todas, especialmente las culés. Para alguien que ha vivido en este club tantos años era un momento muy especial, y pasará a la historia del fútbol español. Nos enfrentamos a algunas de las mejores jugadoras del mundo. Sabíamos que era complicado, pero aun así fue muy duro perder 4-1. Más todavía sentirte totalmente fuera a los veinticinco minutos, cuando Ada Hegerberg ya había hecho un hat-trick. Fue demasiado castigo. Ya habíamos demostrado que éramos un equipo competitivo y que podíamos hacerles frente en cualquier circunstancia, pero en un cuarto de hora se acabó ese sueño. Con el paso de las semanas te das cuenta de lo importante que puede ser ese día para todo el fútbol español. Estábamos ahí, a la altura de los grandes clubes europeos y no nos podemos quedar atrás. Desde esa fecha, todo tiene que ir hacia arriba, siempre a mejor.
Con la selección pasó igual. Caímos eliminadas en octavos de final del Mundial de Francia y nos quedamos con una sensación de mucha rabia. Nos tocó Estados Unidos, que después fue campeona con Megan Rapinoe al frente, y caímos compitiendo muy bien. Si te meten tres golazos, no puedes decir nada, simplemente reconocer que estás lejos. Pero perder 2-1 con dos penaltis te genera mucha impotencia. En ocasiones, fueron corriendo detrás del balón y hasta muy al final del partido tuvimos opciones de pasar a cuartos. Demostramos que ya estábamos a la altura de las selecciones más potentes del mundo. En lo individual siempre lo recordaré como un partido del que salí llorando. Después del debut ante Sudáfrica, en el que Jorge Vilda me cambió en el descanso cuando perdíamos por un gol, no había jugado un solo minuto. Fue un mundial en el que el técnico hizo muchas rotaciones. En cada alineación había algún cambio y entró una nueva generación de jugadoras muy potente que se ha ganado su espacio y merecían jugar más. Por suerte había mucha competencia y salió bien. Lo único que puedes hacer con ese primer palo es asimilarlo, porque las futbolistas sabemos que cuando se necesitan cambios, hay que sacrificar a gente. Nos tocó a Amanda Sampedro y a mí. Yo estaba acostumbrada a jugar casi todo y de repente varias jugadoras se hicieron con su espacio y tuve pocas oportunidades. La situación dio un giro cuando fui titular en ese partido tan importante, tenía la ocasión de resarcirme. Pese a que ellas empezaron ganando con un gol de penalti, Jennifer Hermoso empató pronto y pudimos hacer un partido muy competido. El equipo se creció y yo estaba muy cómoda, pero recibí un golpe en el ojo y me tuve que ir del terreno de juego, porque no veía bien. Me fui llorando con mucha rabia, porque de alguna manera sabía que probablemente era mi último mundial y acababa de la peor forma. Cuando además te eliminan sesenta minutos después y te vas a casa, vives una sensación muy dura, un momento complicado. Pero en el global, cuando lo analizas en frío posteriormente, sientes que la actuación de España fue muy positiva. Todo lo que hicimos en Francia sirvió para crecer. Nos vio muchísima gente, generamos referentes para las niñas y descubrimos una nueva generación de jugadoras preparada para todo.
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