Compartiendo la gloria. El testimonio inspirador de siete mujeres futbolistas. Alba Mellado

Compartiendo la gloria. El testimonio inspirador de siete mujeres futbolistas - Alba Mellado


Скачать книгу
que nunca tuvimos de estar cerca de deportistas de élite con un trato humano, donde no perdamos el contacto y nos ayudemos a crecer. Quiero que los jóvenes tengan la educación que no tuve. Por eso, siento que mi papel es importante. Sé que puedo ser un referente para algunas niñas. Las futbolistas no debemos perder la conciencia de lo que somos, ni del papel que tenemos que cumplir.

      La ausencia de referentes

      Cuando tenía diez años, no solo no tenía referentes, sino que ni siquiera sabía que había otras que hacían exactamente lo mismo que yo. Nací en Terrassa y me fui al Sabadell, que por entonces tenía un buen equipo femenino. Estaba a diez minutos de mi casa y el primer recuerdo me impactó. ¿De dónde habían sacado a todas esas niñas? Me quedé alucinada de cómo podía haber tantas jugando al fútbol, no daba crédito. Estaban ahí, tan cerca, y yo pensando que era única en mi especie. Me impresionó muchísimo llegar a un sitio en el que había dos equipos de fútbol 7 de niñas hasta los catorce años. Era un mundo nuevo, y lo disfruté. Jugaba siempre con compañeras cuatro años mayores que yo. Había muy buen ambiente. Sin duda, fue uno de los años más bonitos de mi infancia y compartí vestuario con grandes jugadoras como Esther Romero y Olga García. En el primer equipo, que era campeón de la Copa de la Reina, había futbolistas como Laura del Río, Adriana Martín, Priscila Borja… Un equipazo. Fomentaban que las peques fuéramos a verlas y fue entonces cuando empezamos a fijarnos en ellas. Por desgracia, aquello no duró mucho, ya que el equipo desapareció. Fue como una farsa: volcaron su esfuerzo en los hombres apostando exclusivamente por ellos, y a las mujeres las dejaron de lado. Es el gran problema de este país. Tenemos ventaja en el fútbol, porque es un deporte que gusta a todo el mundo y siempre hay más inversión, por lo que no podemos compararnos con nuestras compañeras de waterpolo u otros deportes con más problemas, pero aun así necesitas sponsors, que muchas veces no llegan porque siempre apuestan por ellos.

      El salto al FC Barcelona lo di con quince años. Cuando llegué me subieron directamente al primer equipo, pero ni con esa edad, ni con diecisiete o dieciocho años pensé que podría dedicarme a este deporte. Nunca se te pasa por la cabeza, era completamente inviable. Yo seguía con mi vida, en el instituto, formándome para el futuro, pero ya entraba en una edad más complicada. Aunque jugaba en el club de fútbol más importante de España, a veces me sentía rara en los recreos entre chicos. En primaria todo el mundo juega, pero pasas a secundaria y la adolescencia cambia a todo el mundo, te empieza a importar lo que piensan de ti. Había veces que quería jugar con los chicos, pero mi grupo de amigas hacía otra cosa y me iba con ellas. Por eso, y porque ya prestaba atención a que la gente no me dijese «mira a esa chica jugando con chicos». Hay muchos niños malos en esa etapa, y lo que antes no me importaba, ahora empezaba a hacerlo. Me daba miedo qué pensarían o dirían de mí. Sabían que jugaba en un gran club y en la selección española sub-17, pero se decantaban por comentarios negativos en lugar de sentir admiración. El fútbol lo vivía como un sacrificio: salarios bajos, horarios y condiciones muy mejorables, viajes todo el fin de semana… Es lógico que con veinte años ya estuviera preparando las maletas para irme.

      La experiencia profesional y el cambio en España

      Había ganado tres ligas, pero ningún equipo nos hacía sombra, así que tampoco mejorabas mucho el aspecto físico ni trabajabas defensivamente. En Estados Unidos me cambiaron por completo, me di cuenta de que podía ser profesional. No había trabajado así nunca. Fue la peor pretemporada de mi vida, con tres sesiones al día tan intensas que cuando llegaba a casa, no podía ni comer, me tiraba muerta a la cama. Era un cambio radical, una vida de atletas y una gran cultura deportiva. Entonces descubres por qué su selección siempre tiene a las mejores jugadoras y compite por ganar los títulos importantes. Si a ese trabajo le sumas calidad, lo tienes todo. Cuando terminó esa temporada, me fui a Inglaterra, al Arsenal FC, a una competición que también es muy intensa, pero tiene una cultura más parecida a la española. Había una mezcla entre tensión y calidad. En general, ves que fuera de España se trabaja de una manera muy diferente, y es la que da resultados. Afortunadamente en las últimas temporadas las cosas cambiaron. Cuando volví a España en 2016, ya vi pequeños pasos. La intensidad y el físico seguían siendo bajos, pero teníamos jugadoras muy inteligentes; sin embargo, lo que más había cambiado era el entorno. En una visita al Miniestadi para ver un partido de Champions no paraban de pedirme fotos en la grada. «¿Qué está pasando?» Noté que estaba mejorando. El FC Barcelona profesionalizó el equipo durante esos tres años que yo había estado fuera. Mi idea había sido estar más tiempo, porque no creía que aquello fuera a ocurrir tan pronto, pero observé mejoras a nivel de infraestructuras y condiciones, y volví, aunque fuera algo que entonces no entrara en mis planes.

      En España nace el talento, pero no se trabaja bien con él. Técnicamente hay jugadoras que no encuentras en ningún país, pero nunca habíamos tenido una buena preparación física acorde. Al volver a la liga, de repente todos los ojos estaban puestos en nosotras. La competición había crecido y tenía más impacto. En este sentido, hay que seguir trabajando, no podemos parar, y el verdadero cambio lo viviremos cuando los entrenadores de las niñas sean siempre gente formada. Estas niñas necesitan una apuesta verdadera. También lo viviremos cuando la profesionalización no se nos exija solo a las futbolistas, que no somos máquinas, sino a todos los actores del fútbol. No tenemos las mejores condiciones y esto genera cansancio físico y mental. El cuerpo explota y es imposible que aguantes todo el año, porque las competiciones están organizadas a nivel amateur. Profesionalizar el fútbol vende mucho, pero el fútbol no consiste en profesionalizar y ya está, sino que hay que introducir cambios. En 2019, el año que nos puso en el foco mediático, jugamos un partido en Matapiñonera (Madrid), donde en una sola temporada se habían roto ocho cruzados. ¡Cómo hay una Federación que permite jugar ahí! Lo siento por los clubes pequeños, pero no puedes poner un campo con tanto riesgo cuando probablemente tenías más opciones, , porque la competición pierde calidad y eso debería estar controlado. Tampoco puede ser tampoco que la Copa de la Reina cambie los horarios una semana antes de los cuartos de final, que no sepas ni dónde vas a jugar una semifinal hasta unas horas antes del partido, o que en abril desconozcas qué competición vas a jugar la temporada siguiente, porque hay luchas internas entre instituciones. A las futbolistas se nos exige ser profesionales y debemos serlo, pero lo que nos rodea no lo es, ni de lejos. Cuando Alemania, Francia o Inglaterra son mejores que nosotras es por algo, y hasta que estos detalles no cambien no vamos a estar ahí arriba. Nosotras lo entendemos todo, pero no somos tontas. No es suficiente.

      El primer mundial: Canadá 2015

      Si analizamos mi trayectoria, soy una jugadora que no mete muchos goles; pocos, de hecho. Pero me tocó marcar el primer gol de la historia de España en un mundial. ¡Con la zurda! Fue en el debut contra Costa Rica, en el que empatamos. Controlé el balón con la espuela dentro del área y quedó perfecto para el golpeo. Sé que estoy en la historia de la selección absoluta por eso, pero no le doy valor a estos detalles, porque no me hacen sentir mejor futbolista. Evidentemente es un orgullo que tu nombre esté asociado a ese hito, pero el momento se empañó con la eliminación en la primera fase y con todo lo que vino después. Supongo que con los años le daré más valor, pero soy muy exigente y cuando estoy tan metida en el fútbol, resto importancia a esas anécdotas. Lo importante en esa fecha, y lo hemos visto con la evolución del equipo en los siguientes años, es que nosotras supimos utilizar el impacto social y mediático que teníamos. Era un momento complicado para las futbolistas no solo en la selección, sino en todo el país. Era la primera vez que disputábamos una cita tan importante, y rendimos bastante bien para lo mal que la preparamos. Al caer, nos sentimos valientes y dimos un paso totalmente necesario. Hasta ese campeonato se produjeron situaciones que no eran normales, y no estoy hablando de fútbol. No era desigualdad, eran faltas de respeto continuas de parte de Nacho Quereda a las integrantes del equipo. Era el síndrome de “papitis”, de tratarte como si tuvieras doce años, un paternalismo —por no decir machismo— que llegó a un punto muy extremo. Teníamos un grupo con mucha personalidad que desde hacía años había perdido el miedo. En etapas anteriores quien hablaba acababa fuera, y éramos conscientes, pero ese año estábamos todas a una y gracias a las redes sociales, que por aquella época empezaban a hacer más ruido, conseguimos hacer presión hasta que la Federación cambió de entrenador. El problema es que en estos casos siempre hay consecuencias,


Скачать книгу