El fin del autoodio. Virginia Gawel
literarios se trata): la dudosa “autoayuda”, frecuentemente sospechada de ayudar muy poco. La mayoría del resto de las palabras que debieran representar un trato afectuoso hacia sí, a veces hasta parecen significar mero narcisismo e inclusive alguna recóndita patología: autoerotismo, autoconfianza, autocentramiento, autorreferencial...
Si queremos promover un cambio individual y comunitario en el vínculo que tenemos con quienes somos, necesitamos darles consistencia saludable a palabras que tengan el mismo peso que cuando las pronunciamos hacia otro ser querido. Porque de eso se trata: de que necesitamos convertirnos, más allá de todo narcisismo, en un ser querido para y por nosotros mismos. Es preciso que se vuelvan naturales desde el momento de la crianza palabras que impliquen actitudes valorativas en la relación intrapersonal: autoamor, autoternura, autocuidado, autoapoyo, autoafecto... Autoamistad.
Sé que estas palabras resultan extrañas todavía. Algo así como si hubiese un cierto error en ellas, aunque más no sea gramatical. Sin embargo, gramaticalmente no hay tal yerro. Y ojalá que un día no tan lejano quien lea este libro encuentre que en su cultura esas palabras se hayan vuelto muy comunes y repetidas, y lo que en cambio le resulte extraño sean todos estos párrafos que hablen de un pasado generador de muchísimo dolor individual y colectivo (más del que nadie pueda imaginar).
El fin del autoodio implica desarrollar una convivencia consigo mismo en la cual todo se alinee en torno a la no violencia como filosofía de vida, aplicada hacia el entorno, pero también hacia el modo en que nos vinculamos con quienes somos. Ese proceso engendra un verdadero renacimiento, por el cual habitamos la vida desde la dignidad que siempre nos perteneció, pero que no habíamos tomado. Convido, entonces, un poema para decir lo que a veces siento que la prosa no alcanza a manifestar. (Muchos de mis poemas nacen en género masculino, y respeto la forma original que –según entiendo– mi Inconsciente eligió para expresarse).
RENACIMIENTO
Hoy volveré a nacer: pido permiso.
Permiso, útero, permiso, cordón prieto.
Permiso, agua, placenta, oscuridades.
No podrá retenerme la tibieza
plácida y calma del vientre cobijante.
No podrán disuadirme las presiones
de este túnel de carne que hoy me puja.
Con decisión inequívoca y sagrada
determino nacer: me doy permiso.
Y aquí estoy, desnudo de corazas,
dispuesto a recibir besos y abrazos
(no la palmada que provoque el grito:
ya no permitiré que me golpeen).
Parteros de quien vengo renaciendo,
miren quién soy: soy digno. Los recibo.
Miren quién soy: adultamente niño.
Miren quién soy: vengo a ofrecer mi entrega.
Miren quién soy: apenas si respiro,
pero, de pie, me yergo y me estremezco,
dándome a luz en mi realumbramiento.
Tengo coraje para empezar de nuevo:
fortalecido en mis fragilidades
lloro de dicha, de dolor... Lloro de parto.
Lloro disculpas a quienes no me amaron,
por el maltrato, el frío, el abandono:
lloro la herida de todo lo llorable.
Y lloro de ternura y de alegría
por tanto recibido y encontrado:
lloro las gracias por el amor nutricio,
por la bondad de los que me ampararon.
Lloro de luz, y lloro de belleza
por poder llorar: lloro gozoso.
Bienvenida es vuestra bienvenida.
Sin más queja, dolido y reparado
por la caricia de este útero abrazante,
aquí estoy: recíbanme. Soy digno.
Me perdono y perdono a quien me hiriera.
Vengo a darles y a darme íntimamente
una nueva ocasión de parimiento
a la vida que siempre mereciera.
Me la ofrezco y la tomo. Me redimo.
Con permiso o sin él, YO me lo otorgo:
me doy permiso para sentirme digno,
sin más autoridad que mi Conciencia.
Bendito sea este Renacimiento.
“Solo cuando nos relacionamos con nosotros mismos sin moralizar, sin dureza, sin engaño, podemos dejar de lado los patrones dañinos. Sin Maitri, la renuncia a los viejos hábitos se vuelve abusiva.
Este es un punto importante”.
PEMA CHÖDRÖN
Hay un antiguo idioma, aún hablado en India y Nepal, en el cual la mayoría de las palabras aluden a las sutilezas de la interioridad humana: es el sánscrito. De él proviene la palabra Maitri, usada particularmente en el budismo. Esta palabra se volverá tu amiga. Así, tan breve y con sus dos íes que invitan a sonreír cuando se la pronuncia, invoca una actitud, y, sobre todo, una práctica cotidiana, que es la que puede transformar el veneno del autoodio en un combustible vital.
Suelo aclarar que el budismo, más allá de ser una tradición religiosa, es, en su modo laico, una de las más completas psicologías, con conceptos y prácticas muy valorados hoy en Occidente. Científicos de diversas áreas, particularmente de las Neurociencias Contemplativas, investigan los efectos de las prácticas que esta tradición propone, hallando en ellas una eficacia profunda, tanto para el desarrollo de las mejores cualidades de sí mismo como para el trabajo sobre las emociones conflictivas, los traumas, los duelos, y aun el proceso de muerte.
La misma constatación la realizan quienes, como psicoterapeutas, comparten con sus pacientes ejercicios para modular su mundo interno hacia una mayor libertad, los educadores que las enseñan a niños de todas las edades y quienes las aplican en grupos comunitarios para la superación de la violencia, del aislamiento, del sinsentido.
Es desde ese punto de vista laico que me referiré al budismo cada vez que lo mencione: como una Psicología (porque, además, lo es). Una Psicología que tiene dos mil quinientos años de antigüedad. En lo personal, no pertenezco a ninguna comunidad religiosa y tomo de cada una de ellas lo que me ha sido buena herramienta para trabajar sobre mí y para acompañar a otros.
Entonces, así será a lo largo de todo este libro, ya sea que me refiera al budismo o al cristianismo, el taoísmo, o cualquier otra tradición de sabiduría. Curiosamente, todas –tan distintas vistas desde afuera– tienen un núcleo en común y prácticas que se emparentan, quizá porque la Sabiduría se da al beber del agua de una misma Fuente: una Filosofía Perenne, como le llamó Aldous Huxley, advirtiendo ese núcleo en común, que no muere a lo largo del tiempo.
Así es como la Psicología Transpersonal, a la cual me he dedicado desde que me gradué de la universidad, en 1984, vuelve estas prácticas un camino para ahondar en uno mismo mucho más allá que el intelecto: desde lo