Mucho más que dos. Alberto Rodrigo

Mucho más que dos - Alberto Rodrigo


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tenemos cosas que no contamos, que ni siquiera recordamos o que hemos querido olvidar, por culpa o vergüenza, por no aceptarnos demasiado a nosotros mismos o por miedo a no ser aceptados por los demás. Suponemos que los demás van a pensar mal de mí, y eso condiciona cómo me siento y, en consecuencia, lo que permito mostrar de mí y lo que no. En ocasiones, es como si tuviéramos “una personalidad real”, donde está lo que sentimos y lo que somos en esencia, y “una personalidad socializada” que se crea sobre la base de suposiciones de lo que es normal o no y de lo que se espera de uno.

      Secreto: dícese de algo que...

      ... solamente es conocido por un número limitado de personas.

      ... pertenece a un dominio reservado, es impenetrable y solo resulta perceptible o asequible para algunas personas.

      ... no se comunica o no se da a conocer.

      ... se realiza sin desvelarse y sin hacerse público.

      Cuando estamos a solas, incluso con desconocidos, a veces nos permitimos hablar de algunos de nuestros secretos sexuales. Pero hablar sin engañar y sin engañarnos, se torna tarea complicada. Nos pasa una cosa, y contamos que nos pasa otra, por no ofender o por no ser ofendidos. Existe una gran diferencia entre el discurso íntimo y el discurso público.

      El discurso íntimo es aquel que está construido desde lo que realmente se piensa y se siente, donde habitan nuestros miedos y nuestros deseos, nuestros pensamientos no confesados. El discurso público es un discurso normalizado, construido desde lo que se supone que tenemos que decir, sentir y pensar. Contamos desde lo que nos permitimos contar. Este es un medidor interesante para saber hasta qué punto me estoy aceptando y me siento aceptado.

      Tenemos una tendencia a creer que las cosas, las situaciones y las personas serían mejor de una manera distinta a la que están siendo. Tomamos como referencia expectativas internas que se construyen a partir de expectativas externas, que nos hemos tragado sin darnos cuenta y que hemos utilizado para formar en nuestra cabeza el concepto de lo que es "normal". Es decir, que sería mejor que fuera más alto, que me gustaran tales o cuales personas, que tardara en eyacular más o menos tiempo, que esa parte de mi cuerpo fuera de otra forma, más grande, o más pequeña. Pero, ¿qué pasaría si me permitiera sentir y pensar que lo que soy es lo mejor que podría ser en este momento? ¿Qué pasaría si viera la perfección en lo que sucede, para que pueda suceder lo que me gustaría que sucediera? ¿Cómo sacar de la situación presente el mejor escenario para llegar como en un trampolín a la situación deseada? Tapar, ignorar y disfrazar lo que me pasa y siento no es el camino para la satisfacción.

      Es clave aceptarnos, querernos y valorarnos, para poder sentirnos aceptados, queridos y valorados. Es un proceso largo, pero muy satisfactorio. Aceptarnos parte de conocernos y valorar lo que somos, tal cual somos. La auto-observación es una buena herramienta, es vernos desde fuera como por un agujerito y “pillarnos” en lo que pensamos. Lo que pensamos o suponemos de nosotros y los demás influye en nuestro comportamiento. Si, por ejemplo, me observo y me doy cuenta de que estoy pensando que “no valgo para eso”, “que no puedo tal cosa”, esos pensamientos van a influir en mi comportamiento, y muy probablemente deje de hacer algo que para mí es importante o lo haga con tanta inseguridad que el resultado no sea el deseado. Si pienso que “valgo”, “que puedo”, “que voy a hacer las cosas poquito a poco”, mi realidad se torna muy diferente.

      Enfocarnos en el arte de conocernos y ser tolerantes con nosotros mismos es una vía interesante. Ser tolerante con uno mismo es:

      –Ser capaz de tomar plena conciencia de nuestro cuerpo, de nuestras emociones y de nuestras necesidades.

      –Cuidarnos, diferenciar lo que me beneficia y me perjudica.

      –Cultivar el diálogo, ser capaces de expresar lo que realmente sentimos sin agredir, ni agredirnos, sin juzgar y sin juzgarnos, comprendiéndonos y comprendiendo a veces la incomprensión de los demás.

      –Crear tu vida de acuerdo con quien eres en lo hondo de ti, escuchándote y conociéndote, respetando tus deseos y realizando tus sueños.

      Cuando nos damos permiso para verbalizar, escribir o compartir nuestros secretos, en un espacio de seguridad se genera un efecto liberador. ¿Qué es lo normal? Yo, como sexóloga, y desde mi experiencia después de haber visto a cientos de personas, hablado con muchas vidas, puedo asegurarte que en torno al sexo, lo normal es que no hay norma. Así que solo tú puedes responder a la pregunta de qué quieres que sea “normal, sano y potenciador” en tu vida erótica. Darnos a nosotros mismos las respuestas se complica cuando nos hacemos las mismas preguntas. Al final, lo que la gente necesita saber es si eso que siente, hace o le pasa es normal o no. Y cómo mejorarlo. Para respondernos a esas cosas, buscamos modelos de referencia, y como los modelos suelen ser los mismos, las respuestas que nos dan, a veces, nos dejan igual de vacíos o de cargados.

      ¿Es normal masturbarse todos los días? ¿Es normal ver pornografía? ¿Es normal fantasear con otra persona cuando estás en pareja? ¿Es normal que, a pesar de ser gay, fantasee con parejas heterosexuales? ¿Es normal ser heterosexual y que me excite pensar en un hombre? ¿Es normal que me gusten hombres y mujeres? ¿Es normal que eyacule poca cantidad? ¿Es normal que me excite que me acaricien los pezones? ¿Es normal que me excite cuando estoy en lugares públicos? ...

      Este tipo de preguntas que empiezan por “¿Es normal...?” son las que recibo todos los días en mi correo. Mi respuesta suele ser la misma: si te permites pensar que es normal y “eso que planteas” te hace sentir bien y aporta bienestar a tu vida, es normal. Si no te hace bien, si te genera malestar, no es que sea “no normal”, es que no te hace bien. Buscar alternativas o gestionar la situación de otra manera que te haga sentir mejor es una posibilidad más que interesante.

      Desde mi experiencia, lo que nos paraliza a la hora de compartir y expresar lo que realmente sentimos, es que solemos relacionarnos con los demás y con nosotros mismos de formas que no nos ayudan a abrirnos a una comunicación honesta, donde expreso lo que necesito y lo que quiero, donde me muestro tal y como soy, sin miedo a caer en la etiqueta de “lo no- normal”. Hay tres formas erróneas con las que podemos y solemos comunicarnos y mostrarnos ante “los secretos” de los demás: la actitud “acusadora”, la actitud “evitadora” de conflictos y la actitud “razonable o superficial”. Cada una de estas tres posturas es incompleta, no nos permite conectar con la otra persona. El acusador omite lo que él siente hacia la otra persona, se centra solo en lo que le cuentan en relación con lo que cree, sin ver a la otra persona y sus sentimientos. Solo ve el mensaje y extrae conclusiones de lo que es “normal” y lo que no. El evitador de conflictos omite lo que él siente con respecto a sí mismo. Solo escucha pero le cuesta compartir sus propios secretos, busca no alterar, que todo se “normalice”, que todo siga igual en cierta forma. El razonable deja fuera lo que él siente respecto a la discusión, aparentemente es más “correcto” pero no se implica, dice las cosas desde fuera, deja fuera toda la parte emocional y la individualidad de las situaciones y de las personas.

      Por ejemplo, si contamos a alguien algo importante para nosotros y sentimos que nos están acusando, inmediatamente solemos cerrarnos y sentirnos juzgados. Es importante ser capaz de entender que el que enjuicia o acusa lo hace desde su sistema de creencias y valores, desde su película, no desde la nuestra. Poder expresarnos a pesar de eso, sin personalizar, es entender la incapacidad del otro para comprendernos, y poder potenciar nuestra manera de expresarnos a pesar de que el otro no esté de acuerdo, o no entienda nuestra posición. El objetivo no es convencer o estar en lo cierto, es expresarnos de manera libre.

      Ante el evitador de conflictos nos vamos a encontrar con una tendencia a dejar las cosas como están. Es importante saber que el “cambio como peligro” es solo una suposición y que el cambio (que a veces se precede de conflictos o choques) es una oportunidad para estar mejor. Esta actitud nos puede recordar que las cosas se pueden hacer poco a poco, no necesariamente de una vez. Menor conflicto, pero con los resultados esperados.

      Ante el razonable, muy probablemente no nos sintamos entendidos, está lleno de frases hechas y de lo supuestamente “objetivo”. Nos puede ayudar a ver otras perspectivas y posiciones, pero sin dejar de


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