La partícula de Dios. Oscar Mortello

La partícula de Dios - Oscar Mortello


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diario), se traslada orbitando alrededor al Sol (una vuelta completa cada 365 días), y tiene un movimiento de nutación, que es la oscilación periódica de su eje de rotación.

      Además, Copérnico ya identifica en su obra el orden en que los distintos planetas (conocidos entonces) orbitan alrededor del Sol: Mercurio, Venus, la Tierra con la Luna, Marte, Júpiter y Saturno.

      Con pluma siempre provocadora, el historiador, filósofo y narrador mexicano Carlos Tello Díaz procura leer en la mente y las intenciones de ese genio que fue Copérnico. Dice respecto de sus conclusiones:

      "Copérnico no llegó a estas conclusiones por medio de una mejor observación de los movimientos en el cielo, con el concurso de instrumentos más finos, como lo haría Galileo [...]. En sus estudios, en efecto, prefirió hacer uso de las observaciones hechas ya por los caldeos, los griegos y los árabes. Su obra no fue así el resultado de un método inductivo aplicado a la observación de los astros, sino el producto de la intuición. El sistema heliocéntrico le pareció a Copérnico más elegante, estéticamente superior al sistema geocéntrico de Ptolomeo, sin por ello suponer que, además de bello, su sistema fuera verdadero en un sentido más amplio es decir, fuera una descripción objetiva del universo tal como es”.

      Lo cierto es que, si el genial Copérnico no publicó su trabajo (De revolutionibus...) que, por lo que se sabe, ya estaba concluido en 1532, por temor a que la Iglesia Católica le cayera encima, eso no iba a ocurrir, al menos, hasta un siglo más tarde, cuando Galileo Galilei pudo darles contenido empírico a los trabajos de Copérnico.

      El hijo del músico

      Acaso por haber sido durante muchos años miembro de la corte papal, o porque él mismo era un canónico, o porque era sobrino del poderoso príncipe-obispo de Warmia, Lucas Watzenrode, la Iglesia Católica no atacó a Nicolás Copérnico como sí lo hicieron los luteranos.

      Martín Lutero, para el que todo lo que se podía argumentar en contra del sistema heliocéntrico era poco, decía de Copérnico:

      "El pueblo da atención a un astrólogo advenedizo que se esfuerza en comprobar que la Tierra es la que gira y no los cielos, el firmamento, el Sol, la Luna. Quien tenga la pretensión de aparecer más inteligente que el común, se considera obligado a idear sistemas astrológicos que presentan como el mejor de todos. Ese necio pretende cambiar el sistema entero de la Astronomía; sin embargo las Sagradas Escrituras nos hablan claramente de que Josué ordenó al Sol que se quedase inmóvil”.

      Pero, casi un siglo más tarde, la Iglesia Católica ya no sería tan indulgente con quien se había propuesto transformar la teoría de Nicolás Copérnico en una realidad científica comprobada.

      Ingeniero, matemático, astrónomo, físico y filósofo, Galileo Galilei era hijo de un músico florentino que poco tenía que ver con la Iglesia Católica y su doctrina, y mucho con el pensamiento científico más innovador de la época. Por eso, el joven Galileo ingresó a la Universidad de Pisa, acaso la más prestigiosa de su tiempo.

      De las tres ciencias en las que lo especializó la universidad medicina, filosofía y matemáticas, Galileo se interesó más en esta última y, gracias a uno de sus maestros, Ostilio Ricci, adquirió el hábito, ya decididamente “moderno”, de unir siempre la teoría con la práctica.

      En mayo de 1609, un Galileo ya preocupado por encontrar la forma de demostrar la teoría copernicana, recibió una carta de un ex alumno suyo, Jacques Badovere, en la que el joven francés le confirmaba un rumor que corría con insistencia por Italia y excitó la mente de Galilei.

      Efectivamente le confirmó su antiguo alumno, en Holanda se comenzó a fabricar un telescopio que permite observar las estrellas imposibles de ver a simple vista.

      Con algunos pocos datos sobre ese fascinante aparato, Galileo comenzó a construir su propio telescopio de forma artesanal, logrando un instrumento de ocho aumentos, que no deformaba los cuerpos celestes como el holandés, y con el que se podían ver a la perfección la Luna, los cráteres de Saturno y las estrellas de la Vía Láctea. Un año más tarde, ya había construido 30 telescopios; el último, de 20 aumentos.

      A 400 años de la primera observación telescópica de Galileo, el periodista Rafael Bachiller escribe para el periódico El Mundo, de España:

      "Los descubrimientos realizados con sus telescopios hicieron de Galileo un copernicano convencido. Sus mayores argumentos a favor del sistema heliocéntrico provenían de la observación de que las lunas de Júpiter constituían un sistema parecido a lo que debía ser el sistema solar, y de la constatación de que Venus pasaba por fases similares a las de nuestra Luna. Y fue su militancia por el sistema copernicano lo que propició que sus enemigos le atacasen, fomentando un escándalo religioso ya en 1616, cuando el Santo Oficio condenó la teoría copernicana”.

      Para la Europa del siglo XVII, los hallazgos de Galileo Galilei fueron una verdadera revolución respecto de lo que se pensaba del universo. Aún no existía la inquietud respecto del origen de éste (casi nadie dudaba de que Dios era el creador), pero el modo en que los cuerpos celestes orbitaban unos en torno a otros era, hasta entonces, un misterio que sólo habían "explicado” los escritos religiosos.

      Por ejemplo, en el salmo 93 del Antiguo Testamento, se lee:

      "El Señor reina, se vistió de magnificencia, se vistió el Señor de fortaleza, se ciñó; afirmó también el mundo, que no se moverá”.

      Era, entonces, una herejía lo que afirmaba Galileo Galilei. Pero el sabio de Pisa no sólo contaba con el favor de poderosos nobles, sino que su palabra era escuchada con veneración en los ámbitos académicos. Se trataba, pues, de preparar el ataque con astucia.

      Roberto Francisco Rómulo Belarmino, cardenal jesuita y severo inquisidor, conocido como el "martillo de los herejes”, será el encargado de iniciar, en 1611, una investigación sobre los trabajos y la persona misma de Galileo Galilei.

      Ese año, con sus telescopios al hombro, Galileo viajó a Roma para reunirse con la cúpula de la Iglesia y hacer que los mismos purpurados fueran quienes observaran a través de las lentes. Nada sirvió: el heliocentrismo fue considerado insensato, absurdo y herético; y, cinco años más tarde, la Inquisición comenzó formalmente la investigación que concluiría, apenas, con una seria advertencia del inquisidor Belarmino a Galileo: el sabio de Pisa no podría darles a sus estudios más entidad que la de “hipótesis”.

      En ningún momento, Galileo Galilei tomó muy en serio dicha interdicción, hasta que, en 1632, tras la publicación de Diálogos sobre los principales sistemas del mundo (donde el sabio de Pisa ridiculiza el geocentrismo y, de modo elíptico, postula la rudimentaria formación académica del papa Urbano VIII), el Santo Oficio le cayó encima.

      Leamos al filósofo Carlos Javier Alonso:

      “Galileo fue llamado a Roma por la Inquisición a fin de procesarle bajo la acusación de 'sospecha grave de herejía. Este cargo se basaba en un informe según el cual se le había prohibido en 1616 hablar o escribir sobre el sistema de Copérnico. Galileo presentó a favor del sistema copernicano, que enfrenta al ptolemaico, su argumentación ex suppositione, esto es, como si se tratara de una simple hipótesis matemática de los movimientos planetarios, pero probablemente tal planteamiento hipotético pareció a las autoridades eclesiásticas un mero artificio de disimulación de una verdadera defensa del copernicanismo. Por el incumplimiento de su juramento y, en menor medida, porque en verdad el papa Urbano VIII se sintiera caricaturizado por Galileo al poner éste en boca de Simplicio una opinión suya, Galileo es juzgado y condenado; el castigo implica la abjuración de la teoría heliocéntrica, la prohibición del Diálogo, la privación de libertad a juicio de la Inquisición (que es conmutada por arresto domiciliario) y algunas penitencias de tipo religioso”.

      Lo curioso, lo paradójico, es que Galileo Galilei no fue enviado a la hoguera, por un tribunal deseoso de hacerlo, gracias a un documento que había dejado escrito el severo Belarmino, quien pese a la disputa que había mantenido durante su vida con Galileo afirmaba que el sabio de Pisa no era un hereje.

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