Reflexiones de otoño. Ramón Sierra Córcoles

Reflexiones de otoño - Ramón Sierra Córcoles


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su nieto igual de orgulloso, pero todavía de adjunto;

      No existe una mínima relación médico—enfermo con lo que la empatía entre ambos se transforma en antipatía y vienen consecuentemente más agresiones, disputas y denuncias en los juzgados y todo esto ante la más absoluta indiferencia por parte de la administración que sentada en sillón de platea observa entre asombrada y divertida como dividimos cada vez más nuestras opiniones, cómo llegar a determinados acuerdos entre nosotros es cada día más difícil y cómo esa circunstancia se convierte en algo políticamente correcto para los políticos. La poca beligerancia de los Colegios profesionales que, en no pocas ocasiones, han estado dirigidos por colegiados cuya más alta mira era el lustre del sillón y el boato social también es necesario que sea valorada y, por supuesto, de los propios colegiados que se miran su ombligo pero no el de la colectividad pensando que después de ellos, el diluvio, ya no tiene importancia y entre todos vamos dejando, paso a paso, a nuestros sucesores una profesión que sería necesario reinventar.

      Fruto de esta desmotivación podría ser el hecho de estar creando un vacío jurídico en torno al médico donde todo vale y donde a todo el mundo le está permitido opinar, avasallar y sustituir al médico.

       ¿Cuántas veces muchos de vosotros vais a una farmacia y escucháis al farmacéutico dar una indicación médica a un paciente?

       ¿Y el mancebo de la farmacia? Decir a una señora: casi seguro el niño tiene unas anginas, dele esto...

      Y por supuesto que el citado niño ni está presente. Y nosotros seguimos consintiendo.

      Últimamente, me acabo de enterar de algo nuevo. Los delegados de la industria farmacéutica espían nuestras recetas y se informan de todo cuanto prescribimos a nuestros enfermos, con pelos y señales, y puede llegar uno de ellos y disponer en su cartera de todos los datos que cada uno de nosotros considera que son secretos y solo el SAS conoce. ¡Pues no! Ellos también, pero ¿Quién les da estos datos?

      He intentado informarme de este hecho, pero me ha sido imposible. Me dicen que el SAS no da esos datos y, por tanto, no es allí. A nivel de las distintas farmacias es imposible... pero el Colegio de Farmacéuticos, según me comentan, recoge todos los datos y en CD los envía al SAS. ¿Es allí donde se filtran? Lo desconozco y no se trata de acusar a nadie de maneja injustificada pero sí es cierto que todas estas informaciones andan brujuleando por doquier.

      —¿Podría este hecho afectar a la Ley de Protección de Datos?

      —¿Tiene el Colegio de Médicos el deber de investigar qué Organismo, o que personas dentro de ese organismo, han proporcionado estos datos a una entidad particular y, si es necesario, interponer una querella contra los mismos en defensa de sus asociados por divulgación de información que puede poner en entredicho el secreto profesional y las relaciones profesionales existentes entre ellos y las empresas que los emplean?

      ¿A quién corresponde velar por todas estas cosas que nos suceden con tanta frecuencia?

      ¿Cuándo seremos capaces de recobrar nuestra dignidad de hombres y profesionales?

      ¿Hasta cuándo consentiremos que continúen masacrando y violando nuestra intimidad?

      ¿Hasta cuándo permaneceremos impasibles mientras nos escarnecen y nos humillan?

      Hoy más que nunca oigo a Cicerón interpelar a Catilina. ¿Quousque tandem, Catilina, abutere patientia nostra? Que significa: ¿Hasta cuándo abusarás, oh Catilina, de nuestra paciencia?

      ¿Hasta cuándo permitiremos que abusen de nuestra paciencia?

      Córdoba, marzo 2.004.

      QUÉ ES Y A DÓNDE NOS

       LLEVA EL DOLOR

      Cuando hablamos de dolor, tal vez, aglutinamos en una sola palabra o en un concepto un mundo amplio y complejo de sensaciones.

      Para empezar a comprender esta observación basta con clasificarlo de la manera más elemental: agudo y crónico. Parece insuficiente pero con rapidez desterraremos un criterio tan simplista si tenemos en cuenta que un dolor es solamente una parte de la enfermedad o de cómo se manifiesta la misma y podemos llegar a considerarlo como un dolor amigo que nos avisa de circunstancias anómalas, es una alarma que se enciende para indicarnos que algo no funciona bien. Basta con tratar, en la mayoría de los casos, la enfermedad y se suspende o reduce el dolor. En este primer caso los tratamientos analgésicos pasan a ocupar un segundo lugar, es más, pueden estar contraindicados ya que el dolor como síntoma puede ayudar a diagnosticar la enfermedad.

      Por el contrario, un dolor crónico mantenido durante mucho tiempo y del que conocemos la causa que lo produce cabe pensar que es un dolor inútil por cuanto no cumple ninguna función biológica y deteriora progresivamente la resistencia y la integridad del paciente.

      En este segundo caso los tratamientos analgésicos y/o quirúrgicos pasan a ocupar un primer plano, aunque no solos, y es imprescindible asociarlos a otros grupos farmacológicos: antidepresivos, ansiolíticos, antipsicóticos, etc... porque un síntoma, como es el dolor, pasa a convertirse en una auténtica enfermedad y de ser una sensación se transforma en una percepción desencadenada por multitud de circunstancias, endógenas y/o exógenas, que modifican la intensidad del mismo; así pues, problemas económicos, sociales, familiares, religiosos y otros más modifican su umbral.

      A estos pacientes la intensidad de su dolor puede llevarlos a la desesperación, a padecer trastornos depresivos y desear la muerte, pero con un tratamiento adecuado se invierte el proceso y pacientes que sin tratamiento no desean vivir recuperan el confort, el deseo de poder ser de nuevo útiles a su sociedad o la “sociedad en general”. El conocimiento de estas circunstancias unido a la sensibilidad de muchos profesionales ha sido la semilla de las Unidades de Dolor, dedicadas por entero al estudio, investigación, tratamiento y difusión de los medios para controlarlo.

      Nos encontramos inmersos en una sociedad que muchos autores califican de hedonista, donde el culto al cuerpo, la anulación del sufrimiento y la búsqueda de la felicidad son los más altos imperativos y esto podría llevarnos a pensar, tal vez equivocadamente, que nos apartamos del fin principal y último del hombre que sería la búsqueda de Dios, incluso a través del sufrimiento; sin embargo, cabe preguntarse si el dolor es necesario y si el médico y las Instituciones Sanitarias tienen la obligación de aportar medios económicos y humanos para su remedio. Sabemos que en dolor crónico no es posible la curación en la mayoría de ocasiones pero no cuestiona poder o no poder sanar al enfermo, ni siquiera la posibilidad de evitar una muerte inminente sino el hecho de que el dolor, el sufrimiento físico y psíquico que experimentan algunas personas, son un daño a un bien jurídicamente protegido como es la vida y que ese daño puede evitarse. El dolor por tremendo que sea puede mitigarse y aún suprimirse atendiendo al actual grado de desarrollo de la ciencia médica.

      Las Instituciones Sanitarias, gerencia y direcciones médica y de enfermería desde octubre de 2.000 han apoyado abierta y decididamente el desarrollo de la Unidad para Tratamiento y estudio del Dolor de este Hospital Universitario dotándolo de más medios humanos y económicos con lo que se ha logrado catapultarnos al nivel de otras clínicas del dolor de primer orden del resto de la nación.

      Los objetivos que todos nos propusimos han sido ampliamente cubiertos teniendo siempre presente nuestros compromisos hipocráticos plasmados en el código ético del Colegio de Médicos que en su declaración de principios señala claramente: “Los principios éticos que gobiernan la conducta de los médicos, los obliga a defender al ser humano ante el dolor, el sufrimiento y la muerte sin discriminación de ninguna índole”.

      Deseamos seguir avanzando en la línea emprendida y también marcarnos nuevos objetivos. Como fruto de esta opinión nace el imperativo de divulgar la existencia de este servicio que presta la sanidad pública ya que son muchos los pacientes y familiares de los mismos que desconocen,


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