Reflexiones de otoño. Ramón Sierra Córcoles

Reflexiones de otoño - Ramón Sierra Córcoles


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      Deseamos firmemente que estos tratamientos puedan llegar a todos los ciudadanos dando con ello cumplida respuesta a la demanda actual del SAS de acercar la medicina al ciudadano y hacerla más humana.

      Córdoba, abril 2.004.

      DOLOR vs dolor

      ¿Puede pertenecer usted, por casualidad, a ese amplio grupo de personas que piensa en el médico como en un profesional insensible que no siente nada por el enfermo como consecuencia de vivir, tan a menudo, rodeado de pacientes con dolor?

      ¿Puede haber pensado usted en algún momento que el médico, tan frecuentemente en contacto con la muerte, puede observarla con indiferencia?

      Tengo la más absoluta certeza que todos ustedes han sentido, en uno u otro momento, piedad o pena por un semejante, pero... ¿también la han sentido por ese médico que sufre viendo como no puede hacer nada por su paciente, que se le va de las manos, no encuentra remedio a su dolencia y mientras por su espalda siente correr un sudor frío contempla, desde su impotencia, como la muerte gana otra batalla?

      Los médicos, posiblemente todos, en algún momento de nuestra vida profesional oímos comentarios a nuestro alrededor de familiares y amigos. Ustedes los médicos no pueden hacerse idea del sufrimiento que tenemos todos los que estamos alrededor del enfermo, porque ¡claro! Ustedes, al fin y al cabo, ya están acostumbrados a estas cosas. Puedo aceptar la primera afirmación pero rechazo de plano la segunda que no rinde honor a la verdad.

      Ayer me azotó, nuevamente, un cometario similar cuando trataba de dar ánimo a un paciente y a sus familiares. El enfermo estaba literalmente hundido, con el sufrimiento marcado en la cara, casi con seguridad, también en el alma. ¡Cuántas cosas podría contar y tal vez me hubiera contado de haber estado solos! ¡Dios, cuantas cosas podría haber yo aprendido de su sufrimiento! Deseé poder decirle al familiar algo, pero no era el momento de explicar que los médicos también sufren con el dolor ajeno.

      Creo, sinceramente, que existen pocos pensamientos más alejados de la realidad y confieso, con humildad, en mi nombre y en el de muchos de mis compañeros no compartir semejante aseveración por injusta, porque nos llena de dolor y nos rebela, en el sentido más digno de esta palabra, contra opiniones emitidas, tal vez, por falta de formación, desconocimiento o poco meditadas.

      Después de muchos años en el ejercicio de la medicina sufrimos con el enfermo que sufre, padecemos con el enfermo que padece y nos gustaría pensar que alguien entiende nuestro sufrimiento.

      Creo que todos los médicos, o una mayoría de nosotros, amamos a nuestros enfermos y sufrimos cuando no encontramos la respuesta científica que se adecua a sus necesidades porque, desgraciadamente, la medicina actual no tiene respuesta para Todo.

      Creo no errar si afirmo que una de las personas que sufren más con el enfermo y junto a Él es su Médico.

      Creo que la medicina es una lucha permanente contra la muerte y esa batalla la tiene perdida el médico antes de empezar, lo sabe, y a pesar de todo acude solícito.

      Somos conscientes de nuestra debilidad y, por supuesto, de nuestra segura derrota, pero a pesar de todo... combatimos

      ¡Permítasenos seguir luchando!, porque si conseguimos alargar un poco la vida de nuestros enfermos, somos capaces de darles más confort y podemos compartir nuestra mutua dignidad, ese es nuestro Triunfo.

      ¡Todo habrá valido la pena!

      Córdoba, mayo 2.004.

      INSOMNIO

      El interrogatorio que un médico hace al paciente siempre ha sido considerado de suma importancia al poder extraerse respuestas que ayudan al diagnóstico y también al tratamiento. Comentamos con cierta frecuencia que dicho interrogatorio nos puede aportar tal cúmulo de información que nos llevaría al diagnóstico sin el uso de otros medios. Es cierto que contamos con recursos técnicos para poder diagnosticar muchas enfermedades, pero el interrogatorio, tú a tú, sigue siendo un arma de alta eficacia en el diagnóstico y además nos lleva a crear un clima de acercamiento y relación médico—enfermo imprescindible en el ulterior desarrollo de nuestra relación y comprensión por parte del mismo.

      Este clima de confianza hace que su entrega hacia nosotros sea casi total y aporta la naturalidad y la frescura de una conversación más desinhibida donde aparecen detalles y manifestaciones mímicas, orales y manuales, que enriquecen el conocimiento que necesita tener un médico para el ejercicio de su labor.

      Gracias a esta empatía que se consigue desarrollar estamos en condiciones de conocer y valorar algunos síntomas que por su particular dificultad nos causan preocupación y que tenemos el deber de solucionar.

      Todo síntoma, toda nueva experiencia que un proceso patológico pueda aportar al paciente debe ser tenido en cuenta, pero al lado de síntomas comunes fácilmente identificables, existen otros de mayor calado con otro grado de dificultad, y para su interpretación es necesario valorar la intensidad del mismo y no dejarnos llevar por una apreciación errónea.

      Para intentar hacernos comprender la intensidad de alguno de estos síntomas se utilizan expresiones tan desgarradoras que quedan grabadas en nuestro consciente como si de una impronta de fuego se tratara por el dolor y la desesperación que cargan en los mismos. El dolor crónico lo manifiestan con rabia pero la ausencia de sueño, el total INSOMNIO, lo expresan con desesperación y angustia mientras arrastran todas y cada una de las letras hasta hacer interminable la palabra con un gesto, no disimulado, de mostrarnos cuanto es su sufrimiento: ¡No duermo! Llevo seis días sin dormir... llevo un mes sin dormir... ya he olvidado desde cuándo no duermo.

      Todos hemos pasado, alguna vez, una noche en vela sin poder conciliar el sueño y se recuerda como algo interminable, casi infinito. Esta circunstancia unida al “no duermo”, han determinado en mí la necesidad de conocer de manera más sutil esa circunstancia que tanto angustia a muchos de estos pacientes, introducirme en la piel de esa persona que me mira a los ojos, comprenderlo mejor a él y la repercusión de su padecimiento pero cuanto más lo intento más complejo lo veo.

      El conocimiento es difícil porque el médico que intenta semejante valoración no padece esa enfermedad cruel que le arrebatará la vida, ni su dolor, ni su desesperación ni tantos problemas como posiblemente él cree que dejará aparcados sin posible solución; a pesar de todo, es necesario seguir buscando respuestas.

      Debe ser terrible no poder dormir, rodeado de una oscuridad absoluta, como la negra muerte o, en el mejor de los casos, ver cómo la luz de las estrellas tiñen de azul y plata el marco de la ventana. Mirar la noche con los ojos abiertos, increíblemente abiertos, y vigilar a tu alrededor con mirada trémula la posible aparición de espectros con formas ridículas... y sudar. ¡Pasan las horas tan lentamente...! Miras a tu alrededor, una y otra vez, y solo contemplas las imágenes de tus más negros pensamientos. ¡Por favor, que llegue el alba! Es una nueva vida. Que acuda a mí la mañana aunque sea consciente de que la sucederá una nueva noche, pero esta... ya habrá terminado. Y repetir de nuevo ¡Por favor que llegue ya la mañana y que comience para mí una nueva esperanza! ¡Por favor! ¡Por favor! Suplica incesantemente mientras se dirige a no sé quién. ¡Que venga la mañana! Aunque es posible que no llegue porque ya se oye un murmullo lejano que llega de la otra orilla.

      Y ya, casi en un susurro... ¡por favor que llegue el alba!

      He pensado mucho en el sueño, creo que con las yemas de mis dedos he llegado casi a rozarlo, aunque tengo la duda, tal vez la convicción de no haber llegado aún a comprender en su total intensidad este sufrimiento.

      No puedo dejar de pensar en Hipócrates y en una de las máximas de su escuela de Medicina: DIVINUM OPUS EST, SEDARE DOLOREM. Calmar el dolor es obra divina. Hacer dormir, también.

      Córdoba, agosto


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