Coma: El resurgir de los ángeles. Frank Christman
Pedro volvió a retomar el oficio y cuando llegó el momento de tomar la comunión, todos se pusieron en fila esperando que, con aquel gesto, se pudiera reparar el conflicto espiritual que se había generado; al menos, todos lo creían.
El tiempo, ese gran aliado del olvido, fue el elemento necesario para que aquel episodio formara parte del pasado. El paso de los meses fue decisivo para que ninguno hablara de lo que ocurrió. Las chicas estaban dedicadas a los estudios. Las tres habían entrado a la Universidad de Valencia; al igual que Alfonso. Diego, estaba desarrollando estudios de Formación Profesional y Mario, había sacado una beca en la Universidad de Barcelona.
Sus vidas discurrieron por caminos distintos y solo se encontraban en verano. Pero, cada vez con mayor frecuencia, sus vidas coincidían menos. Diferentes amistades, distintas metas; todo se había roto entre ellos, a pesar de que, cuando coincidían, pudieran tomar unas cervezas.
El infortunio
Cinco años más tarde
Mario acabó la carrera de Ingeniero Industrial Superior en la Universidad de Barcelona. Durante cinco años había estado trabajando casi de todo para poder pagarse los estudios. Barcelona era una ciudad cara y tuvo que compartir piso con otros cuatro estudiantes. La muerte de su abuela, el único familiar que le quedaba —sus padres murieron en un accidente cuando tenía tres años—, a la que adoraba, le permitió acabar sus estudios con comodidad, ya que le había dejado la mitad de la herencia. La otra mitad se la había dejado a su hermana Sara, que había estudiado Física Cuántica y se había especializado en aplicaciones informáticas. Había sido reclutada por una multinacional de San Francisco, California, en Estados Unidos. Gracias a la generosidad de su abuela, Mario pudo comprarse una moto de gran cilindrada, una Honda GL 1800. Las motos eran su pasión.
Estaba en el piso que compartía con otros estudiantes, dándose una ducha. Cuando acabó, se preparó el poco equipaje que tenía y lo metió en dos bolsas. Sus compañeros de piso ya lo habían dejado volviendo a sus casas, así que, solo quedaba él; Cogió las bolsas y bajó las escaleras. Al llegar a la portería saludó al portero.
—Buenos días, Miguel —saludó.
El portero que estaba ojeando un periódico, levantó la vista al reconocer la voz del chico.
—¡Ah! Hola, Mario. ¿Qué te cuentas?
—Pues nada, que ya he terminado y vuelvo a casa, a Valencia —introdujo una mano en un bolsillo y sacó un llavero. Extrajo una llave y se la entregó—. Tenga; entréguesela a doña Mercedes.
Se agachó a recoger las bolsas y con ellas en la mano se despidió.
—Adiós, Miguel. Despídame de doña Mercedes.
—Lo haré. Buen viaje y cuidado con la carretera.
—Tendré cuidado. Gracias por todo lo que ha hecho durante estos cinco años.
—Hago mi trabajo.
—Buena suerte —dio media vuelta y se dirigió a la puerta. Al salir caminó hacia donde tenía la moto; abrió los compartimentos que tenía a ambos lados e introdujo las bolsas, después de sacar una chaqueta de motorista y el casco, cerró los compartimentos, se puso la chaqueta y se sentó en la moto. Arrancó y, mientras dejaba que el motor cogiera ritmo, se colocó el casco, lo abrochó bien y arrancó. Mientras circulaba por Barcelona para coger la salida a Valencia miró a su alrededor. Habían sido cinco intensos años. Atrás dejaba amigos, chicas y muchos recuerdos agradables. No le gustaba correr demasiado, menos aún mientras tuviera que pasar los controles de pago de la autopista. Cuando pasó el último paró en un lado, se abrochó bien la cazadora, comprobó que todo estaba correcto y arrancó. Por delante tenía tres horas y media de camino.
Tres horas después, cuando estaba cerca de Sagunto, decidió salirse de la autopista y coger una carretera nacional. Necesitaba repostar. Encontró una gasolinera a pocos kilómetros; aprovechó y compró una botella de agua que se bebió del tirón. El calor era insoportable. Volvió a montarse en la moto y arrancó. A lo lejos divisó una rotonda con un paso elevado que conectaba con el puerto de Sagunto. Por un momento dudó si desviarse o no; decidió continuar. Aceleró un poco, no demasiado. Cuando estaba pasando por el cruce, un coche le salió a toda velocidad; no pudo esquivarlo, el golpe fue brutal. Salió despedido por encima del coche y se golpeó contra el pilar de sustentación de un paso elevado. La fatalidad cayó sobre Mario. Inmediatamente los coches pararon y algunos se bajaron para comprobar su estado. Tenía el casco partido. Uno de los que se habían acercado era otro motorista.
—Que nadie lo toque —advirtió—. Ya he avisado a emergencias.
El motorista, que había presenciado el accidente, explicó con claridad la gravedad del golpe y puso a los de emergencia en aviso de que, posiblemente, habría que evacuarlo con el helicóptero. Pero lo que llegó fue una ambulancia del SAMU. Los médicos lo inmovilizaron y lo llevaron a la ambulancia. Estuvieron parados hasta que lo estabilizaron. Uno de los médicos sacó el teléfono y llamó a la central.
—Soy el doctor Castro —explicó a la operadora—, estamos con el accidentado. Lo hemos estabilizado, pero sufre múltiples lesiones y un severo traumatismo craneoencefálico. Con el tráfico que hay tardaríamos una hora en llegar a La Fe, solicitamos helicóptero para evacuación urgente, de lo contrario, lo perderemos.
—Entendido. Tramito su solicitud. En cuanto sepa algo se lo hago saber.
—Es muy urgente —insistió el doctor—. Repito, es muy urgente.
—Paso a modo de espera —decidió la operadora.
El doctor Castro miró a su compañero. Éste le devolvió la mirada y dijo:
—Creo que lo perderemos.
—Espero que no tarden —deseó el doctor Castro.
La voz de la operadora volvió a oírse por las manos libres del teléfono.
—Doctor, ¿está usted ahí?
—Sí, estoy aquí.
—Un helicóptero ha salido hacía el punto del accidente. En unos minutos llegará.
—Gracias a Dios —Castro miró al cielo. Era un hombre religioso—. Estaremos pendientes para iniciar evacuación.
—Deberías avisar a la Fe para que se preparen —propuso el compañero.
Castro asintió y marcó en número. Transmitió el diagnóstico del paciente.
—Traumatismo craneoencefálico severo y múltiples lesiones por todo el cuerpo. Posible fractura de varias vértebras y del fémur derecho. Esta muy grave. Preparen el quirófano, en cuanto llegue el helicóptero lo trasladaremos.
Desde el hospital le indicaron que iniciarían los preparativos de inmediato y quedaban a la espera de su llegada. El compañero de Castro salió y habló con el técnico.
—Nosotros acompañamos al paciente a la Fe. Llévate tú la ambulancia. Nos vemos allí. Castro —llamó mirando al cielo—, ¡ya está aquí el helicóptero!
Tenían a Mario intubado y con una vía preparada. En cuanto el helicóptero aterrizó, salieron dos sanitarios y corrieron a la ambulancia.
—Nosotros vamos con vosotros —dijo Castro—. Vamos a trasladarlo cuanto antes o se nos muere.
Sacaron a Mario de la ambulancia totalmente inmovilizado. Uno de los sanitarios descolgó el goteo del soporte de la ambulancia y lo levantó por encima de su cabeza. Lo introdujeron en el helicóptero y colgaron el goteo al nuevo soporte. El doctor Castro levantó el pulgar e hizo una señal al técnico