Coma: El resurgir de los ángeles. Frank Christman
habitación estaba preparada con todo tipo de aparatos auxiliares que permitían la supervivencia. Mario necesitaba respiración asistida y debía estar monitorizado en todo momento. Era uno de esos sitios donde se olvidan de ti, donde formas parte paisaje de la antesala de la muerte.
Sonó el móvil. Era una llamada internacional. El prefijo era de España.
—Sí. Soy Sara Cruz.
—¡Sara! Por fin… —se oyó al otro lado de la línea—. Soy Luisa.
—Luisa —dijo Sara contenta—. ¡Qué alegría oírte! ¿Qué te cuentas?
—Sara, estoy intentando comunicarme contigo desde hace un mes. Me robaron el teléfono y no pude recuperar los contactos.
—Cuanto lo siento. ¿Te pasa algo? Te noto extraña.
—No sé cómo decirte esto —empezó Luisa—. Se trata de tu hermano.
—¿De mi hermano? Hablé con él hace un mes. Me llamó supercontento desde Barcelona. Me dijo que lo había aprobado todo y que se iba a Valencia a prepararse para hacer un máster. ¿Qué le pasa al locatis este?
—Tu hermano… —se hizo un silencio—. Mario tuvo un accidente a pocos kilómetros de Valencia.
Sara que se había levantado y observaba la ciudad desde su despacho se cogió a la silla y se dejó caer.
—¿Qué ha pasado? —preguntó alarmada—. ¿Qué le ha pasado a mi hermano? Luisa. Dime qué le ha pasado.
—Está en la Fe. Está…, está en coma.
—¿En coma? —Sara rompió a llorar—. ¿Eso qué significa?
—Significa…, que no saben cuándo despertará. Las fracturas del cuerpo evolucionan bien, pero los médicos no se atreven a pronosticar cuánto tiempo estará así.
El silencio se impuso como una pesada losa. Sara lloraba en silencio.
—Sara, ¿estás ahí?
Después de un largo silencio, Sara murmuró:
—Sí…
—¿Qué piensas hacer?
—Cogeré el primer avión. Hablaré con el director y le expondré el caso. Espero que lo entienda.
—De acuerdo —Luisa añadió—. Sara, no sabes cuánto lo siento. Quédate con mi número y en cuanto llegues me llamas, me gustaría acompañarte al hospital.
—Desde luego. Gracias Luisa. Adiós.
Sara colgó. Dio la vuelta a la silla y miró la ciudad desde el edificio donde trabajaba. Rompió a llorar desconsolada y pidió a Dios o a alguien que estuviera allí arriba, que no se llevara a su hermano. No era una mujer religiosa, pero ante situaciones como esta, sería capaz de cualquier cosa. Ella y Mario se habían apoyado desde que sus padres fallecieron y, con la pérdida de su abuela, se habían protegido el uno al otro. Mario era cuatro años menor que ella y estaban muy unidos.
Se levantó y salió del despacho. Se dirigió al despacho del director de la compañía. Se detuvo en la puerta y la golpeó. La abrió y pidió permiso para entrar.
—Adelante, pase —dijo el director.
—Disculpe, señor Moore —Sara se dirigió en perfecto inglés—. Necesito hablar con usted un momento. Es muy importante.
Oliver Moore clavó su mirada gris sobre Sara prestándole toda la atención.
—Por supuesto —con la mano le indicó que se sentara.
—Se trata de mi hermano —empezó Sara conteniendo las lágrimas.
Moore le puso delante un paquete de pañuelos.
—Cálmese Sara —la miró preocupado—. ¿Qué le pasa a su hermano?
—Ha tenido un grave accidente y está en coma —Sara rompió a llorar.
Moore se levantó y rodeó la mesa. Se sentó junto a ella y le cogió las manos.
—Pero, tranquilícese chiquilla —la consoló Moore—. Cuéntemelo todo y dígame qué necesita.
Sara respiró hondo. Entre sollozos consiguió contarle a Oliver Moore lo ocurrido; al terminar, se le quedó mirando con los ojos enrojecidos.
—Tengo que volver a España, señor Moore. Mi hermano me necesita.
—Sara —Moore le acarició los cabellos—, es usted uno de mis mejores ingenieros, lo sabe, y en esta empresa cuidamos de los nuestros. Todos los medios de la empresa quedan a su disposición. Hablaré con la señorita Lennox para que se encargue de los pasajes. ¿Cuándo piensa salir?
—Cuanto antes. En un par de días si es posible.
—De acuerdo, tómese todo el tiempo que necesite. Ponga al corriente a Abby del trabajo que estaba desarrollando y dedíquese a su hermano. Se lo repito, cualquier cosa que necesite, no dude en comentármela y, por favor, téngame al corriente.
Moore se levantó y Sara hizo lo mismo. Lo miró.
—No sabe cuánto le agradezco el trato. Se lo compensaré. Además, puedo estar en contacto con Abby y por Internet participar de los proyectos que tenemos en activo.
—Bueno, eso más adelante. Ahora, lo que importa es su hermano. Le deseo mucha suerte y que se recupere pronto.
—Gracias, señor Moore —se despidió y salió del despacho.
Sara estuvo poniendo al corriente a su compañera Abby de todos los proyectos que llevaba y en qué estado se encontraban. Abby la miraba de reojo. A Sara se le agolpaban las palabras en la boca, era incapaz de coordinar sus pensamientos. Abby se dio cuenta.
—Para… —Abby puso las manos sobre el expediente y la miró—. Pero…, ¿qué te pasa? Sara, me estás asustando. Dime que te ocurre. Ven, siéntate.
Abby la empujó hacia una silla y la obligó a sentarse. Cogió una silla y se sentó a su lado.
—Dime qué te ocurre —le ofreció un pañuelo—. Cuéntamelo todo, sino no podré ayudarte.
Sara se secó las lágrimas y, entre sollozos, la puso al corriente de todo. Abby enmudeció por momentos. Cuando Sara terminó de hablar se hizo un largo silencio.
—Dios mío —lamentó Abby con los ojos humedecidos—. ¿Qué dicen los médicos?
—No tienen ni idea de cuando despertará —hizo una pausa—. Si despierta.
—Escucha, te conozco, eres una mujer fuerte y positiva. No dejes que esto te influya a la hora de tomar decisiones. Los médicos se equivocan en sus pronósticos, son humanos —se levantó—. Espera, te traeré un café.
Sara se recompuso, debía mantener la mente fría. Se levantó, cogió una caja de cartón y la puso encima de la mesa. Introdujo en su interior fotos y detalles que tenía sobre la mesa. Cuando acabo cerró la caja. En aquel momento entró Abby con dos tazas de café.
—Te he puesto dos azucarillos, ¿está bien?
—Sí, gracias —cogió la taza que le ofrecía Abby y la removió.
En ese momento entró Emmy Lennox. Emmy era la jefa de personal. Avanzó hacia Sara y la abrazó.
—Moore me lo ha contado todo. ¿Cómo estás?
—Pues para ir de fiesta no me veo —Sara intentó forzar una sonrisa.
—Tengo los billetes —Emmy se los mostró—. No he podido encontrar un vuelo directo. Tendrás que hacer escala en París y de allí a Valencia. Lo siento, con tiempo tal vez…
—Tranquila. No me importa.
—Solo