Argumentando se entiende la gente. Fernando Miguel Leal Carretero
(esos productos mismos, en tanto objetos posibles de análisis y evaluación). Por su parte, el verbo to argue, cuando se lo usa en contextos académicos, no va nunca a significar otra cosa que argumentar (o argüir en el español de antaño).
Insisto en este punto por la sencilla razón de que la mayoría de la literatura sobre teoría de la argumentación (y áreas afines como la retórica, la lógica formal e informal y el pensamiento crítico) está en lengua inglesa, con lo cual esta múltiple ambigüedad ha generado en el ámbito anglosajón discusiones y distinciones que en este libro se retoman (§1.1). Como en español no sufrimos de esta ambigüedad, la solución más sencilla sería eliminar toda discusión de este punto; pero como confío en que los lectores de este libro se interesen por leer la literatura en inglés sobre el tema, me pareció conveniente dejarla como está, añadiendo nada más aquí y allá algunas cosas que no están en el libro original, pero que el profesor Gilbert me autorizó a incluir.
Y ya que hablamos de términos, aprovecho para mencionar brevemente la palabra claim. Esta palabra, de origen legal, fue adoptada por el filósofo británico Stephen E. Toulmin, pionero de la teoría de la argumentación, para designar lo que en lógica llamamos la “conclusión” de un argumento. Aquí traduzco claim uniformemente por “punto de vista”, que tiene en español la amplitud requerida: todo aquello que una persona sostiene y para lo cual puede ofrecer razones o argumentos en caso de que así se le pida. La frase “punto de vista” me parece, por cierto, más pertinente que las palabras “tesis”, “postura” o “posición”, las cuales resultan demasiado secas y académicas para el tipo de discusiones cotidianas que el profesor Gilbert mayormente discute en su libro.
Por razones culturales, y a petición del autor, he substituido todos los nombres propios de los personajes ficticios que discuten en las páginas de este libro, así como otras referencias a lugares, empresas o deportes que aparecen de tanto en tanto.
Un aspecto estilístico que me causó un poco de dolor de cabeza es que el autor se dirige muy a menudo al lector (de hecho, lo hace desde la primera línea) en segunda persona y por cierto en tono familiar, algo que en español sólo lo vemos en libros de texto u obras de divulgación para niños. Al principio, y obedeciendo los cánones del español escrito, di en substituir todas esas formas por las frases “el lector” o “los lectores”, obviamente en tercera persona. Sin embargo, muy pronto advertí que el estilo directo y personal del autor se veía afectado por este prurito mío. Recordando entonces el juicio de Ortega y Gasset de que el buen traductor debe dejar ciertos usos del original intactos a fin de recordar al lector el hecho penoso de que está leyendo una traducción, discutí el asunto con el profesor Gilbert, quien se acogió inmediatamente a la autoridad del gran filósofo español. Espero que lo desusado de esta manera de interpelar al lector no sea vista como falta de respecto por parte del autor, sino más bien como un guiño de amistad y complicidad.
Finalmente, y con el permiso del profesor Gilbert, he añadido algunos títulos en español a las referencias bibliográficas del original a fin de hacer el libro más útil a nuestros lectores. Agradezco a mis estudiantes, Celina Arredondo Rubio, Cicerón Muro Cabral y Adriel Hernández Guzmán, el haberse tomado el tiempo para leer esta traducción y sugerir correcciones que estoy seguro ayudan a acercarla más a los lectores hispanohablantes.
Fernando Leal Carretero
Departamento de Estudios en Educación
Universidad de Guadalajara
Prefacio del autor a la traducción
Estoy encantado con el hecho de que mi libro Argumentando se entiende la gente (Arguing with People) aparezca en traducción al español. Paso mucho tiempo en México y disfruto mucho hablando con los estudiantes y colegas mexicanos acerca de la teoría de la argumentación y mis ideas sobre ella. Espero que el tener acceso a esta traducción haga crecer a mi público y aumente el interés en un campo tan importante. En un mundo lleno de malentendidos, miopía y estrechez mental, la argumentación —llamésela discusión, debate o disputa— es lo que puede guiarnos hacia el consenso y hacia conclusiones sensatas. La única manera de evitar errores, sean ellos factuales o morales, es por el camino de una discusión abierta, abarcadora y cooperativa.
Quiero agradecer a Stephen Latta de la editorial Broadview el haberme conseguido los derechos para la traducción de este libro. Pero sobre todo quiero agradecer al profesor Fernando, el traductor. No fue un libro fácil de traducir y el profesor Leal tuvo sus problemas en varios puntos. El más fundamental es la diferencia que hay entre la lengua inglesa y la española respecto de los significados de la palabra clave: to argue. Es una palabra mucho más amplia en inglés y cubre tanto argumentar como discutir. El profesor Leal, como habrán leído en la nota del traductor, siendo un investigador escrupuloso, luchó con este problema, y él y yo lo discutimos largamente. Con él, un colega estimado y sobre todo un querido amigo, estoy profundamente en deuda.
Michael A. Gilbert
Ajijic, Jalisco, México
Abril de 2017
Agradecimientos
Este libro es un acto de piratería. He pirateado ideas de algunas de las mentes más brillantes y mejores con que me he topado en mis más de cuarenta años de trabajo académico. Si se halla algo bueno aquí, el crédito es de ellas. Si no, eso se debe entonces a mi incapacidad de comunicar sus ideas. Si bien la lista de aquellos cuya obra me ha influenciado es muy larga, quiero destacar a unos pocos que tuvieron un impacto especialmente grande. Quiero agradecer, en primer lugar, a Charlie Willard, quien me animó a regresar al mundo de los congresos a pesar de las amargas experiencias anteriores. Quiero también agradecer a Ralph Johnson y Tony Blair, quienes me dieron la bienvenida como colega incluso cuando estaban en desacuerdo conmigo, lo que ocurrió a menudo. Frans van Eemeren y el fallecido Rob Grootendorst toleraron mi crítica de su maravillosa obra en un tiempo en que, para mí, tal crítica era una manera de encontrar mi propio camino. Mis agradecimientos también para Christopher Tindale, Leo Groarke, Hans Hansen, Dale Hample, Harvey Siegel, Sharon Bailin, Claudio Duran, Daniel Cohen, David Godden, Chris Reed, y muchos otros.
Quiero extender el agradecimiento a mi departamento en la Universidad de York, así como a la misma universidad por haberme concedido un financiamiento puntual y una licencia para ayudarme a redactar el libro. Me beneficié grandemente también de una beca ordinaria del Consejo de Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades del gobierno de Canadá, la cual me permitió viajar y participar en muchos congresos valiosos. Mis estudiantes en York, especialmente los de mis seminarios de cuarto año, a lo largo de los últimos años leyeron borradores del manuscrito y tuvieron a menudo sugerencias meditadas y útiles: gracias a todos ustedes. Los dictaminadores que Broadview Press utilizó tanto en las etapas tempranas de la propuesta como del manuscrito más tarde fueron cuidadosos y reflexivos, y me proporcionaron muchas sugerencias e ideas valiosas. Otro tanto vale de Bob Martin, quien hizo el trabajo final de edición con paciencia y comprensión del tema. Gracias, por supuesto, para Stephen Latta, editor de la Sección de Filosofía en Broadview, quien vio lo valioso y único del proyecto.
Muchos de mis amigos me ayudaron leyendo el manuscrito y dándome apoyo moral en tiempos de tensión y duda. Gracias a los Goofy Guys: Alan, Alex, Andrew, Mike, Peter, y Simon mi gramático. Agradezco a Jack Malick por estar allí para mí, y especialmente a Dodie Richman, quien tuvo el trabajo nada envidiable de ser mi muro de las lamentaciones, una tarea que manejó con afecto y finura. Por encima de todo quiero agradecer a mi amada Diane, mi reina, quien toleró mis distracciones y ansiedades además de ser lectora y escucha atenta. Con ella estuvo también mi princesa Emma, quien también padeció el proceso. Sin ellas no habría podido hacerlo, y probablemente tampoco lo habría querido hacer.
A los escritores se les pregunta a menudo: ¿Cuánto tiempo le tomó escribir el libro? Aunque mis respuestas varían, se reducen todas a la misma. En este caso, la respuesta es 68 años, y gracias a todos los que me ayudaron en el camino.
Michael A. Gilbert
Toronto