De la deconstrucción a la confección de lo humano. Oscar Nicasio Lagunes López

De la deconstrucción a la confección de lo humano - Oscar Nicasio Lagunes López


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ante todo, el rol de un indicador epistemológico para designar ciertos tipos de discursos vinculados o contrapuestos a la teología, la biología o la historia. Me resultaría difícil ver allí un concepto científico.3

      No todos los conceptos tienen el mismo grado de cientificidad, sobre todo los filosóficos; pero hay ocasiones en que esto resulta de la misma condición de los conceptos. Por algo los empiristas siempre han visto los conceptos metafísicos como deleznables.

      Chomsky defiende ese concepto diciendo que ni siquiera en física (y menos en biología) se alcanza esa cientificidad que se exige. Pero no por eso dejan de funcionar como conceptos organizadores, y con eso es suficiente. Lo cual acepta Foucault. Chomsky añade la capacidad del ser humano de usar su libertad y creatividad, aun dentro de reglas. Es lo que señalaba Wilhelm von Humboldt en el lenguaje. Pero Chomsky vuelve a Descartes para explicar la creatividad lingüística. Y Foucault dice estar de acuerdo, pero con una salvedad. Explica que él iría más bien a Pascal o a Leibniz, para encontrar esa base común. Dice:

      [T]anto en Pascal como en la corriente agustiniana del pensamiento cristiano se encuentra la idea de una mente en profundidad, de una mente replegada en la intimidad de sí misma rozada por una suerte de inconsciente, y que puede desarrollar sus potencialidades a través de la profundidad del ser. Y ésa es la razón por la cual la gramática de Port Royal, a la que usted hace referencia, es según mi visión mucho más agustiniana que cartesiana. Es más, encontrará en Leibniz algo que sin duda va a gustarle: la idea de que en la profundidad de la mente hallamos incorporada una red entera de relaciones lógicas que constituye, en cierta medida, el inconsciente racional de la conciencia, la forma aún no clarificada ni visible de la razón misma que la mónada o el individuo desarrolla poco a poco, y con la que entiende el mundo en su totalidad.4

      Por lo tanto, Foucault acepta algo innato en el hombre, que incluso explica la creatividad que muestra en su conducta, y si hay algo innato, hay algo que no depende del desarrollo cultural, que es de alguna manera, como señalaba Chomsky, la naturaleza humana. En eso, ambos pensadores están de acuerdo.

      Como se ve, no se trata de negar la naturaleza humana sin más ni de defenderla gratuitamente. Una postura naturalista, univocista, la toman algunos filósofos analíticos, demasiado biologicistas, que naturalizan la filosofía. Una postura culturalista, equivocista, la adoptan algunos filósofos posmodernos, que todo lo reducen a la cultura y la historia. Una postura analógica ayuda a entreverar ambas cosas. Tan insostenible es que todo sea natural como que todo sea cultural en el hombre. Hay una naturaleza humana que se da encarnada en la historia y en la cultura, pero que va más allá de éstas. Decir que el hombre es producto de la historia es olvidar que la historia también es producto del hombre. Las dos cosas tienen que decirse, como en un quiasmo: la historia hace al hombre, pero también el hombre hace la historia. Natura y cultura se encuentran en él.

       SOSTENIENDO EL DERECHO NATURAL

      Uno de los que ha defendido más el derecho natural es Leo Strauss, filósofo alemán de familia judía nacido en 1899 en Hessen. Estudió en Marburgo y Hamburgo, en la última universidad se doctoró con un trabajo sobre Jacobi, dirigido por Cassirer. En 1922 estuvo en Friburgo, en cursos de Husserl y Heidegger. Con este último se inició en los griegos, sobre todo Aristóteles. En 1932 pasó a Inglaterra, Londres y Oxford, allí escribió un libro sobre Hobbes. Después se centró en el pensamiento clásico, especialmente de Platón y Aristóteles. En 1937 emigró hacia Estados Unidos y trabajó en Columbia, así como en la New School for Social Research; luego fue a Chicago, en cuya universidad enseñó filosofía política hasta que se jubiló en 1967. También enseñó en el Claremont Men’s College, en California, y en Saint John’s College, en Annapolis, donde murió en 1973.5

      Entre sus obras sobresalen: Sobre la tiranía (1948), Derecho natural e historia (1953), Qué es la filosofía política (1959), La ciudad y el hombre (1964), Liberalismo antiguo y moderno (1968), El Sócrates de Jenofonte (1972) y Estudios sobre la filosofía política platónica (publicado póstumamente, en 1983).

      Strauss ha sido célebre por sus estudios sobre el derecho natural, en un tiempo en que no era nada popular. Lo analizó sobre todo en los griegos (Platón y especialmente Aristóteles), además de los estoicos y otros clásicos de la filosofía política. Uno de ellos es Santo Tomás.6 Igualmente, estudió el derecho natural moderno (Hobbes y Locke).

      Strauss defiende el derecho natural en contra del relativismo que había en su momento, y que es muy parecido al que tenemos en la actualidad. Entiende el relativismo como la tesis que sostiene la imposibilidad de que haya un conocimiento verdadero, objetivo y universal, no solamente especulativo, sino también práctico, ya sea de normas o de valores. Además, divide el relativismo en cuatro tipos: 1) liberal, como el de Isaiah Berlin; 2) historicista, como el del historicismo alemán del siglo XIX; 3) positivista, como el de Max Weber; y 4) nihilista, como el de Nietzsche y Heidegger.7

      El relativismo liberal sacrifica la objetividad de valores y normas en aras de la libertad individual. Berlin distinguía entre la libertad negativa, que es la de sustraerse al control social, y la libertad positiva, que es la de participar en el control social. Además, señalaba la superioridad de la libertad negativa, arguyendo que no hay una jerarquía objetiva entre los fines del hombre y que, además, no todos son compatibles entre sí. De esta manera, la elección entre ellos será subjetiva y, por ende, relativa al que elige. Con ello piensa dar a la libertad un valor supremo, como fin en sí misma. Sólo intervendrá el control social cuando se afecte la libertad de otro individuo. Cualquier otra intervención será paternalismo.

      Berlin señala que la diferencia entre un civilizado y un bárbaro estriba en que el primero pone límites al control social. La libertad tiene carácter sagrado, es el fin supremo. Pero Strauss le objeta que, entonces, también esa finalidad última de la libertad es definitiva, y no se deja sujetar a revisión crítica. Para ser consistente, el relativismo de Berlin exigiría no tener convicción alguna, lo cual es imposible.8

      El relativismo historicista, del siglo XIX alemán, sostenía que no hay derecho natural, pues la historia demuestra que ha habido muchas nociones de derecho y de justicia.9 Todos los principios de la justicia han sido mudables. Pero eso mismo hace que el historicismo no pueda ofrecer un criterio empírico para la validez del derecho, como parece prometer. En efecto, nunca ha bastado para fundamentar la obligación de normas jurídicas ni regímenes políticos. Por lo tanto, tiene que haber un principio transhistórico, pues los principios historicistas no alcanzan para fundar la propia tradición a la que pertenecen. Más aún, Strauss sostiene que la misma variedad de nociones de lo correcto y lo incorrecto nos impulsa a buscar algo estable y objetivo. Buscar entre las costumbres el derecho natural.

      En cuanto al relativismo positivista, el de Max Weber se basa en la separación de hechos y valores, realidades y normas.10 Así, se separa el conocimiento de los hechos, que pertenece a la ciencia, y el de los valores, que pertenece a la filosofía. La ciencia tiene que ser libre de valores. Strauss dice que Weber sostiene esto porque no cree en un conocimiento válido del deber. Depende de una elección irracional, arbitraria. Pero Strauss objeta que esa misma elección tiene para Weber un valor moral. Weber pide que la elección sea hecha con toda la fuerza del hombre, pero esto se reduce al nihilismo. Asimismo, lleva a inconsecuencias, pues implica que si un asesino comete sus crímenes con determinación, pasión y compromiso, está actuando bien. Además, cancela la cientificidad que el propio Weber quería, pues actuar con pasión sería correcto, mientras que buscar la objetividad no, siendo que es lo propio de la ciencia, que tanto le interesa. Pero lo más grave es la contradicción en la que incurre Weber, pues éste admite juicios de valor para seleccionar los temas, problemas y soluciones en la ciencia. La misma ciencia se hace con valoraciones, y no pueden ser todas irracionales, so pena de que se destruya la ciencia que tanto defiende Weber.

      Por lo que hace al relativismo nihilista, el de Nietzsche y de Heidegger son la postura más radical, pues rechaza cualquier sentido. La transvaloración de todos los valores implica que todos los anteriores carecían


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