Maleducada. Antonio Ortiz
pasando. Todos en la fiesta fueron arrestados y llevados a la comisaría. Los padres de los menores fueron a sacarlos del aprieto, y a los mayores los retuvieron por diferentes cargos, pero luego los dejaron en libertad. James solo tuvo dos cargos por exhibición indecente y por posesión de marihuana.
Aunque investigaron para encontrar al responsable de la muerte de Becka, todos argumentaron que nadie le había suministrado las pastillas que ingirió y que nosotras habíamos llegado allí por nuestra cuenta. El abogado de James me despedazó en una audiencia, cuando sugirió que al mentir sobre nuestras edades y al maquillarnos nos hicimos responsables de nuestros actos. No sé cómo, pero una bolsa con marihuana y dos pastillas de éxtasis (Kermit y Love Herz) fueron encontradas en el bolso de Becka, lo cual le permitió a la policía deducir que Becka era una consumidora frecuente y que la combinación de pastillas y licor le había labrado su destino. Caso cerrado e impune.
Recuerdo que estaba en la sala de espera de la clínica cuando Jossete y Abbey, con rostros de angustia, se acercaron en silencio y me abrazaron. No faltó decir una sola palabra para entender que era imposible para nosotras cambiar el resultado. Aquella mujercita fuerte a la que no se la veía llorar y que aconsejaba a las demás ya no estaría con nosotros, al menos no físicamente. Jamás había llorado con tanto sentimiento por algo o por alguien; sentí que ese día había muerto una parte de mí.
Las lágrimas nublaban mi visión y no puedo recordar mis pensamientos. Solo sé que caminé hasta la habitación en la que estaba y vi su cuerpo pálido y sin vida cubierto por unas sábanas blancas, bajo ese maldito cielorraso, con esas lámparas que deslumbran y enceguecen. Se veía maltratada y golpeada, pero tranquila y callada. Como pude tomé su mano inerte, le dije lo mucho que lo sentía y lo mal que estaba por no haber podido hacer algo para ayudarla. Mis palabras salían acompañadas de lágrimas y dolor; estaba desolada con un nudo en el pecho, como si alguien se hubiese sentado allí; mi cuerpo no tenía fuerza y me sentía en un trance del cual no podía escapar. No me cabía en la cabeza que ella, mi mejor amiga, la única que se interesaba por mí, no fuera a despertar jamás. Pasaban los minutos y esperaba que abriera los ojos y me dijera: “Larguémonos de aquí”. Nunca sucedió. Me quedé los años por venir esperando verla cruzar por mi puerta y entender que todo esto era una pesadilla horrible que no acabaría nunca.
Después me llevaron a Main House, donde tuve una crisis nerviosa. Las directivas pensaron que me quería suicidar, solo porque me había desmayado en el baño. No era para menos: me había cortado en piernas y brazos durante mi ya conocido y decadente ritual. Aun así el dolor del alma no me abandonaba, pero el corporal se hacía más profundo. Con mi “genialidad” decidí tomar una grapadora y clavarme los ganchos para “decorar” todo mi brazo desde la mano izquierda. Qué estúpida. Solo logré un problema mayúsculo y armar otro escándalo.
El funeral de Becka fue muy triste. Me pidieron que dijera unas palabras y, aunque lo intenté, solo pude decirle adiós. No tuve el valor y tampoco estaba en las condiciones físicas para hacerlo: me encontraba en una silla de ruedas, consecuencia de mis “grandes” ideas de apagar el dolor. En fin, el llanto no me permitió decirle todo lo que quería; solo recuerdo su sonrisa, su voz y algunos de sus consejos. Días después, arreglando las cosas en el cuarto, encontré una especie de diario escrito por Becka. Tomé fuerzas para abrirlo, y de todas las historias que contaba, leí lo que había en unas páginas dedicadas a mí.
Vi que me conocía muy bien y que sabía leer entre líneas todas mis emociones. Una vez más pensaba que cada vez que trataba de querer a alguien, algo malo le pasaba. Parecía que la vida se ensañaba conmigo y que solo tenía preparadas para mí desdicha y tristeza; pero en el verano de 2012 y “gracias” a la desafortunada muerte de Becka, las directivas de The Moldingham School se reunieron con mis padres y decidieron que lo que necesitaba era otro espacio, y que seguir allí sería un inconveniente para todos. En otras palabras, ¡me echaron! Mis padres gestionaron todo para que volviera a Colombia. El cambio de ambiente me vendría bien… o eso pensábamos.
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