La vida como centro: arte y educación ambiental. Ana Patricia Noguera de Echeverri

La vida como centro: arte y educación ambiental - Ana Patricia Noguera de Echeverri


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Xavier Villaurrutia, que es la que permite que el mundo sea el mundo. Y en este contexto, la literatura se conecta no sólo como territorio en el que se debaten las utopías, sino como espacio en el que se describe y analizan las virtudes y las profundas contradicciones de las sociedades humanas.

      Jaime Labastida inicia uno de sus libros (2015: 15) expresando que cuando el humano adquirió el lenguaje articulado empezó a “hablar(se) a sí mismo para edificar el amor, comprender el sueño y luchar contra la muerte”. Miles de años después seguimos con esos viejos empeños, pero nuevas circunstancias nos obligan a darle prioridad al enfrentamiento con la muerte, es decir, a apostar por la vida. Y en tal sentido, hoy resulta impostergable que la literatura, esa creación profundamente humana, se levante como voz y como arma, sin perder la belleza y la verdad como parte de su esencia, para edificar un proyecto civilizatorio que sintonice menos con la muerte.

      ¿Cuál es la función de la literatura en un mundo en el que pareciera que la vida ya no es una prioridad? ¿Siguen siendo útiles las obras literarias, en medio de una realidad cargada de sin sentido humano y deterioro ecológico? ¿No sería mejor salir a sembrar un árbol o limpiar un río que aposentarse a leer un libro?

      Este capítulo parte de la premisa de que la literatura sigue plenamente vigente como compleja expresión humana, no sólo porque el ejercicio de escribir y de leer permite continuar la saga de descubrimientos del sentido de la vida, sino porque impulsa la invención y los sueños. Por eso no basta con salir a sembrar árboles o limpiar ríos, es indispensable escarbar en nuestra interioridad, reconstruirnos permanentemente en los otros, reubicar nuestra presencia humana en el seno de la naturaleza que también somos; y en este trayecto la literatura es un motor fundamental, sobre todo aquella que es optimista pero no ingenua, que sin perder la capacidad de denuncia, sea franca partidaria de la esencia de la vida.

      Aunque la literatura ha sido siempre una madeja de posibilidades y propósitos, destaca que se convirtió también una lograda forma en que el humano ha conseguido atrapar el tiempo vivo de cada época. Es por ello que frente a la crisis que enfrentamos la literatura puede brindar múltiples contribuciones. Voy a referirme sólo a dos de ellas: su aporte al entendimiento de la vida y su colaboración para crear y arraigarnos en territorios que le dan sentido al ser y estar en el mundo.

      1 1. La primera se refiere a que aporta una mayor comprensión sobre la vida y sus posibilidades. Con la literatura hemos aprendido que la vida es mucho más profunda y compleja que el inconmensurable latido de la biósfera. Hoy estaríamos muy limitados en la comprensión del significado y la complejidad de la vida sin los aportes de los enormes naturalistas y biólogos como Van Leeuwenhoek, Charles Darwin, Hans Sloane, Paul Ehrlich, Jared Diamond, entre tantos otros. Pero también sabríamos mucho menos de la esencia de la vida sin Homero, Dante, Cervantes, Shakespeare, Pessoa, Nabokov, Neruda, Borges, por citar unos entre miles.

      2 Sin embargo, y quizá suene esto a un atrevimiento mayor: las obras literarias, con todas sus vacilaciones y ambigüedades, han comprendido y abordado de manera más profunda e integral el vínculo entre el individuo, la cultura y la naturaleza. Así, en las últimas décadas a tantos escritores les debemos que hayan ido mucho más allá de la descripción o la denuncia de la barbarie que hoy predomina; que se hayan arriesgado a abonar a la comprensión de la vida actual, pero no desde el plano de la conformidad o la neutralidad académica, sino desde el territorio de lo subversivo y lo posible.

      3 Poetas y narradores nos han hecho comprender, con palabras de estrujante verdad y belleza, que vivimos en el vientre de un presente precario, que la incertidumbre es hoy ánimo y atmósfera, que sentimos el abrazo amargo del desencanto y que hay un estruendo de un terremoto civilizatorio. Xavier Villaurrutia, poeta nuestro, escribió hace algunos años: “… no es la noche sino la ceguera lo que llena de sombra nuestros ojos” (Paz et al., 2008)

      4 Pero a pesar de este oscuro panorama, hay tantos escritores que, a punta de palabras luminosas, nos conducen a no desmoralizarnos ante una realidad que es un mar de sombras, pues como ha enfatizado Lipovetsky (2008), la denuncia apocalíptica es fácil y cómoda, el verdadero compromiso, intelectual y ético, es pensar el mundo para encontrar salidas.

      5 En este sentido, cuántas obras literarias han sido un refugio o un regazo para defendernos de una realidad de espanto. Y con ellas hemos aprendido que la vida es ancha, que en ella sigue habiendo lugar para la belleza, el amor, la energía vital, la fe. Así, y sólo por poner un ejemplo, Saramago (2000) en Ensayo sobre la ceguera, nos lleva a comprender la angustia de vivir en una sociedad impedida para ver, pero a la par nos convence de que cuando más sombría es la realidad, se acrecienta el deseo y la posibilidad de luchar por recuperar la luz y con ella el porvenir. Vargas Llosa (2014: 35) afirma que “una sociedad impregnada de literatura es más difícil de manipular desde el poder, y de someter y engañar, porque ese espíritu de desasosiego con el que volvemos después de enfrentarnos a una gran obra literaria crea ciudadanos críticos, independientes y más libres que quienes no viven esa experiencia”.

      6 La novela, el cuento, la poesía, el teatro, nos ayudan a entender la abundancia del mundo. Hay momentos en que pareciera que la literatura deja de ser una metáfora de la vida, y se convierte en el escenario de la vida misma. En tal sentido, Lévi Strauss planteó que la realidad es amplia y compleja, y frente a ella el arte es un microcosmos que reproduce o refleja en una escala menor, pero fiel, esa realidad. Las grandes obras literarias son, siguiendo esta imagen, pequeñas muñecas rusas, matrushkas polisémicas que encierran o sintetizan, pero no empobrecen, lo que el mundo es. De ahí su poderosa capacidad para hacernos pensantes.

      7 En su libro El arte de la novela (2000) el escritor checo Milan Kundera afirma que “la novela es un arte nacido de la risa de Dios”, y que este género literario conoció el inconsciente antes que Freud, la lucha de clases antes que Marx, la fenomenología antes que Husserl. Yo me atrevería a decir que adelantarse, desde la plataforma del conocimiento emocional, o como diría don Miguel de Unamuno “pensar el sentimiento, sentir el pensamiento”, ha sido uno de los papeles de la literatura y no sólo de la novela. En tal línea, podría agregarse que ésta, la literatura, intuyó la crisis ambiental antes que el Club de Roma y su pionero informe Los límites del crecimiento, publicado en 1973. Esta premisa kunderiana nos remite a pensar que las obras literarias, con su propia lógica, con la luz de la tinta y la palabra, escudriñan la existencia, hurgan en lo humano, sondean la realidad social y buscan comprender y celebrar, que no dominar, la naturaleza. Y lo han hecho con anticipación y mayor perspicacia que las disciplinas científicas, como sugiere Kundera.

      8 Mientras la ciencia normal ha buscado la verdad para construir leyes universales, la literatura ha explorado la ambigüedad que la vida lleva encima. Quizá la primera ha resultado más astuta, pero la segunda, más sabia. A diferencia de las ciencias ambientales, la literatura no se queda en los recuentos de los daños ecológicos y sus causas, sino que se sumerge en las profundidades humanas y trata de entender el feroz enfrentamiento del hombre con la naturaleza. Así, y sólo por poner otro ejemplo, Rómulo Gallegos en su novela Canaima, publicada en 1935 (mucho antes del surgimiento del ambientalismo, que se dio por allá de los años 70), desnuda el empecinado espíritu de conquista de Marcos Vargas. La lucha central de este protagonista es por humanizar a la selva venezolana, es decir, hacerla a la medida del hombre. Gallegos escudriña en la novela, no sólo la idea de que naturaleza representa para el humano un misterio milenario que debe ser descifrado y dominado a punta de razón y fuerza. Cuarenta años después, algunas interpretaciones científicas enfatizan que la actual crisis civilizatoria está fundamentada en esta escisión entre la sociedad y la naturaleza, idea que tiene una fuerza central en la trama de Canaima.

      9 Es así, en medio de una realidad tan difícil de ordenar y de entender, que muchas producciones literarias han contribuido, levantando la voz, a interrogarnos sobre dónde estamos y qué viene después. Una posible respuesta es que nos ubicamos en el umbral, no del fin del mundo, sino de una derrota civilizatoria profundamente cara, que obligará a construir sobre las ruinas una historia nueva. Para lo cual se requiere, diría el historiador francés Michelet, ejercer el derecho inalienable de soñar el futuro.

      10 Parte del núcleo duro de la literatura está en esa capacidad cuestionadora, que nos impide quedarnos en la superficie de lo que uno mismo es y de lo que son los otros.


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