La vida como centro: arte y educación ambiental. Ana Patricia Noguera de Echeverri

La vida como centro: arte y educación ambiental - Ana Patricia Noguera de Echeverri


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a finales del siglo xviii, en el verso “…¿y para qué poetas en tiempo menesteroso?” (2014: 165), Hölderlin se refiere a estos tiempos huérfanos de poesía y, por tanto dolorosos, el Pensamiento Ambiental le pregunta a esta “ingrata y taimada raza” que “cree saber la hora” (Hölderlin en Janke, 1988: 48), ¿…para qué poetas en tiempos de devastación?

      La pregunta del poeta, en los albores del siglo xix, interrogaba aquello que apenas comenzaba. Cómo serían los tiempos en los cuales ya los dioses no estarían entre los hombres, sino más bien, estaría entre ellos el cálculo del mundo, el develamiento de los misterios de la tierra, el olvido de la tierra como natal? En el ocaso del siglo xx y en el amanecer del siglo xxi, el tiempo de penuria, es el tiempo que se dirige hacia el borde del abismo.

      Abismo significa primitivamente el terreno y el fondo sobre el cual, que era lo más bajo, se apoyaba algo a lo largo de la cuesta. pero en lo que decimos a continuación entendemos en “Ab” como ausencia total de fondo. El fondo es el terreno para un arraigar y estar. La edad del mundo que carece de fondo pende en el abismo. Suponiendo que aún le esté reservado un cambio a esta época de penuria, sólo podrá producirse un día, si el mundo se levanta desde el fondo, es decir –ahora ya no ofrece la menor duda–, si se aparta del abismo. En la Edad del mundo de la noche del mundo es preciso enterarse de la noche del mundo y soportarlo. Más para ello es necesario que haya quienes bajen hasta el fondo del abismo (Heidegger, 1960: 224-225).

      Ante la pérdida de la tierra como lo que permanece, el poema de Hölderlin “Pero lo que queda lo instauran los poetas” (Hölderlin en Heidegger, 2006: 106). Un signo de interrogación en la época del desarrollo: la luz de la razón, iluminando al hombre para explotar la tierra, nos hace estremecer. Cómo podemos siquiera pensar, que la tierra pueda permanecer como fundamento poético de toda permanencia, si el signo inconfundible del presente es precisamente el cálculo de una tierra expuesta a la avidez del capital? ¿Cómo ha sido posible que podamos pensar en la permanencia de la tierra, no del hombre sobre la tierra, sino de la tierra misma y en ella, hecho de ella, amado por ella, creado por ella, humus de ella, el humano… la cultura?

      Sebastião Salgado, fotógrafo brasileño, habita en medio del acontecimiento supremo del siglo xx: la guerra de todos contra todos y de todos contra todo. En sus investigaciones fotográficas logra reunir el cielo con la tierra y los mortales con los divinos. A veces, esta reunión hace la obra de arte de Salgado, un infierno en el paraíso como la serie de fotografías tomadas en Kuwait en 1991; el fotógrafo nacido en 1944 registra, atónito, la conflagración de la tierra. El concepto de humanidad, costruido por la Ilustración europea, agudizó el antropocentrismo que había comenzado su ascenso desde el prerrenacimiento europeo. Desde el siglo xviii, una de las condiciones de lo humano, la razón, se convirtió en su esencia. La reducción lógica de lo humano a sujeto-razón que había realizado René Descartes en su Discurso del método, a comienzos del siglo xvii, se convirtió en el concepto universal de lo humano. Para la modernidad, ser hombre es, ser sujeto.

      Descartes había realizado una segunda reducción lógica: si el sujeto era sujeto de la razón, es decir, su esencia era la razón, todo humano sería simplemente sujeto. Con esta segunda reducción las ciencias humanas se redujeron a ciencias que validarían el sujeto y la subjetividad, condicionando o mejor, sujetando lo humano al sujeto, la humanidad a la subjetividad, la sociedad a la intersubjetividad, la cultura a un apartado de la sociedad y la política a la soberanía del sujeto y la intersubjetividad sobre lo que el sujeto considerara no humano.

      Esta reducción lógica se desplegó no sólo en el ámbito interno de las ciencias humanas, sino en el ámbito de la ciencia moderna, donde las ciencias naturales se escindieron de las sociales y humanas en tanto éstas se dedicaban al estudio del hombre y de la sociedad desde el concepto de sujeto, que estaba esencialmente constituido por la razón, mientras que las ciencias naturales se dedicaron al estudio de la naturaleza desde el concepto de objeto, también esencialmente constituido por la materialidad cuantificable.

      Lo humano entonces sufriría una tercera reducción que tendría efectos deplorables sobre la naturaleza y sobre lo humano de lo humano. Lo humano ya no sería naturaleza en sentido epistemológico, lo cual ha sido fundamental en la investigación científica moderna que ha encontrado su soporte en la relación sujeto-objeto, donde el sujeto es quien ordena el objeto, como lo expresaran las leyes de la mecánica de Newton.

      Pero además, y sobre todo, lo humano como sujeto-subjetividad, racionalidad ordenadora de mundo desde la metafísica, perdió la naturaleza al objetivarla y cosificarla. Olvidó, gracias a la racionalidad cartesiana, kantiana y newtoniana, que lo que hace que la naturaleza sea naturaleza, son sus coligaciones, sus despliegues, sus metamorfosis, sus creaciones, una de ellas, lo humano. Asentado en la tierra, como lo expresa el “Newton” de William Blake, curiosamente el humano moderno olvidó que había emergido de ella, que estaba hecho de ella y por ella; que era su hijo. La naturaleza fue reducida a recurso para la economía, dejando de ser para el hombre, obra de arte y creadora de sentidos. La obra de arte fue lanzada por la razón calculante, a los cielos de la metafísica. Así, al perder la tierra, perdimos el arte en tanto sentido de existencia.

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      Figura 3.1. William Blake, “Newton” (1795-1805). Galería Tate, Londres.

      Esta pérdida, atroz, ingrata y sin paz, es expresada en la voz de los poetas. El Romanticismo y sus maravillosas expansiones se convirtió en una angustiosa búsqueda del paraíso perdido: la naturaleza. Hölderlin en su novela Hyperión o el eremita en Grecia (2006: 25) le cantará a la naturaleza los versos más bellos jamás escritos por ningún poeta:

      ¡Pero tú brillas todavía, sol del cielo! ¡Tú verdeas aún, sagrada tierra! Todavía van los ríos a dar en la mar y los árboles umbrosos susurran al mediodía. El placentero canto de la primavera acuna mis mortales pensamientos. La plenitud del mundo infinitamente vivo nutre y sacia con embriaguez mi indigente ser.

      ¡Feliz naturaleza! No sé lo que me pasa cuando alzo los ojos ante tu belleza, pero en las lágrimas que lloro ante ti, la bienamada de las bienamadas, hay toda la alegría del cielo.

      Aún y todavía, son dos palabras que hay que sentipensar. El poeta, profeta de la tierra, aquel que hace que permanezca la tierra como ser, como poeta de poetas, como creadora de la vida, no se da por vencido. La esperanza desesperanzada fluye en su escritura. Aún la naturaleza verdea, brilla; aún los ríos van a la mar; aún es posible la vida. Hoy añadiríamos al verso de Hölderlin, las palabras pese a todo, pese a la guerra, pese a las atrocidades que comete el humano moderno, permanentemente, sobre la tierra, la naturaleza, lo vivo. Aún la naturaleza verdea, aún brilla el sol del cielo, aún los ríos van a la mar.

      Para que este aún, y este todavía permanezcan, el poeta propone “…ser uno con todo lo viviente, volver en un feliz olvido al todo de la naturaleza” Retornar a la tierra, a la naturaleza, al seno de la vida misma. Aún podemos ser Dédalo y no Ícaro. Aún, trágicamente, podemos habitar poéticamente la tierra.

      Retorno a la Tierra

      Augusto Ángel (1932-2010), filósofo ambiental colombiano, creador del pensamiento ambiental como posibilidad de reunir lo escindido, exhorta a comprender lo humano como emergente de la naturaleza, como naturaleza misma; propone que este regreso se realice introduciendo en los estudios ambientales su propuesta “ecosistema-cultura” (1996: 93), que es la propuesta de investigación ambiental donde pueden comprenderse los problemas ambientales a partir de la relación entre las diversas culturas con sus ecosistemas. Para Ángel Maya (1996), la cultura no es una creación de la sociedad sino una red simbólica emergente de la naturaleza, de la cual emerge lo humano. La sociedad (categoría de la sociología moderna desde el siglo xviii), es una construcción cultural, que genera transformaciones culturales; pero es la cultura no como sustantivo, sino como hacer, crear, imaginar, pensar, la que construye, deconstruye y reconstruye sistemas de organización social, desde la perspectiva del pensamiento ambiental. La educación (ambiental), es ante todo una reforma permanente


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