Réplicas. Luz Larenn
de la ventana me obligó a respirar hondo.
LA CHICA DAY
Lunes 13 de mayo, 19 h
(Réplica #1)
Deseaba creer que su ruptura no había sido por esa otra. Que lo que habían tenido había sido real y no una simple revancha o, peor aún, las sobras del banquete de sus mejores años.
Lo persiguió hasta allí y a pesar de lo que profesaba en sus libros, entrevistas en programas de televisión y hasta en algunos artículos del Times, comenzó a seguirle los pasos. Prefería saber la verdad de una buena vez y no quedarse con el entripado de un quizás, de esos que solo apretaban mas nunca ahorcaban. Para el caso, lo mejor sería saberlo todo y dejar ir aquella historia a fin de regresar a California en un pedazo. Rota, pero pegada y de pie.
Si había algo que jamás dejaría que se viera al echarle una rápida ojeada, eso sería a una Lesley hecha añicos. La coraza era tan gruesa que se había convertido en una a prueba de balas, cosa que definitivamente había sido aquello, todo un tiroteo, y ella inflando su pecho en el frente de batalla sin chaleco.
Debió saberlo, si ellos siempre habían sido el uno para el otro.
Bastaba con mencionarla al pasar, aunque de manera intencional, para que el semblante de su hombre se encendiera casi instantáneamente. La hacía perder los estribos, sobre todo el hecho de que ni siquiera intentara disimularlo. Repetía sus días inmersa en la firma de un acuerdo implícito en el que estarían juntos, sí, aunque no completos. Al menos no él, que en cuerpo aparentaba sólido mas su alma parecía evaporarse en el éter. Conformismo. Y para el caso, por momentos habría preferido que no la quisiera, que un buen día soltara que se iría de allí en busca de su verdadero amor.
Hoy comprobaba que efectivamente todo ese tiempo la pieza que le había faltado a su hombre radicaba en el maldito Gibraltar Lake.
La noche en que lo encontró no sucedió demasiado. Mientras que por la ventana se lo observaba leyendo un manual del máster, ahora a distancia, ese que había comenzado presencial en California, la jovencita Darcy Andrews pasaba por la cuadra y al verla escondida entre los arbustos agitó su mano burlona.
Pequeña idiota, pensó. Solo se la conocía en el pueblo por ser la hija mayor del alguacil y la primera familia inclusiva en toda el área.
Luego se encargaría de ella y así se ahorraría formar parte de habladurías innecesarias. Aunque, pensándolo mejor, no creía que una joven como ella fuera de las que salían corriendo a tuitear algo así. Más bien todo lo contrario. Se la veía oscura y retraída. Probablemente no tendría demasiados amigos y los que sí le dirigían la palabra ni siquiera sabrían lo que significaba Lesley Day.
Finalmente, pasada la medianoche, Liam apagó la luz, se fue a acostar y eventualmente ella, luego de luchar cuerpo a cuerpo con su ego destruido, arrastró sus pies hasta la habitación del Pine Lake.
Al mediodía siguiente supo que se encontraría en Maverick’s, el bar & grill que solían frecuentar todos cuando estudiaban, época en la que ellos dos todavía se encontraban a años luz de tener algo, aunque su esperanza brillara reluciente, tal como los ojos de una niña.
Un alerta en su teléfono activó el nuevo recorrido que haría ese día. Tenía el entripado de que su ex no solo había vuelto al lago por trabajo. Y muy a su pesar, esa misma tarde terminó por confirmarlo.
El ocre de un firmamento que solía disfrutar en la costa oeste de vez en cuando, al mirar por la ventana, ahora se convertía en el ominoso mural de fondo contra el que chocaría. La verdad como un fogonazo encandilador. Esa que siempre había sabido esconder, pero que al mismo tiempo nunca se había atrevido a destapar, como si se tratara del cajón del desorden: todos tenemos uno, pero no por ello es grato abrirlo para contemplar el desastre.
Liam se encontró con Leanne en algún punto perdido del bosque que unía el pueblo con el lago. Ambos apagaron las luces de sus respectivos coches y luego ella bajó para caminar sigilosa hasta la camioneta de su hombre, porque así todavía lo sentía, suyo. Le hirvió la sangre y acto seguido, caliente y oxidada, chorreó desde una herida que jamás había terminado de cicatrizar.
Respiró, contó hasta diez, luego hasta veinte. Irrumpir en aquella escena solo la habría hecho quedar como una lunática buscando venganza. Y si había algo en lo que ella jamás caería, y mucho menos por un hombre, era en la locura. Lo de la venganza estaba por verse. Nadie rompía a Lesley Day más de lo que ella misma había hecho todos estos años.
AUDREY JORDAN
Martes 14 de mayo, 20.30 h
La carretera recién asfaltada luego de absorber el calor del día provocaba que al entrar en contacto contra las llantas del auto, estas se sintieran como quien camina con zapatos de goma sobre un área en donde se acaba de derramar un refresco con azúcar.
Mientras que en la radio sonaba “Runaway”, si cerraba mis ojos todavía podía sentir en diferido el ardor que recorría cada uno de mis músculos y acto seguido escuchar el irritante “Jordan, se queda atrás” del sargento Michael Cantabric. Habían pasado seis meses, pero el hecho de haber fracasado en la Academia de Policía me torturaba hasta la médula.
Si bien había gozado de un pasado deportivo bastante activo, esta era otra historia. Actividades de riesgo, cuerpo al fango, saltar por sobre unas cuantas llantas de camión. Definitivamente demasiado para Jordan, sobre todo para una de treinta y cuatro. Pero Hardy me había dejado en claro que de no completar mi entrenamiento no podría entrar a trabajar con ellos, y en eso se mantenía firme, sobre todo porque de otra manera jamás podría portar un arma.
Ciertamente, todavía no terminaba de entender si aspiraba a ello. Tenía mis reservas respecto al tema armamentista y sus resoluciones, pero para participar activamente de su escuadrón no me quedaba otra opción que esa. Y así yací, durante meses, suspendida en el aire, colgando de una soga a metros de un suelo de materia dudosa.
Retorné a casa aquel viernes de noviembre, con los músculos entumecidos y luego descansaría dos semanas hasta volver a ingresar. No regresé nunca más.
La última vez que había hablado por teléfono con Cole se lo podía escuchar algo cansado y esto bien podría atribuírsele a su duelo por Juliet, aún. Craighton siempre sería Craighton, aunque ahora se encontraba levemente reblandecido por Jordan. Había pasado casi un año desde aquella locura de haberme hecho pasar por la doctora Esther Morgan, de la muerte de la muchacha Atwood y de haber comprobado por mis propios medios que efectivamente podía dormir con el enemigo sin haberlo siquiera notado.
De todas formas, aquellos acontecimientos me habían traído hasta aquí y no renegaba de ellos, no así como de Cantabric y su forma tan peculiar de rugir mi apellido, algo de lo que podría haber prescindido.
Comencé a viajar a Gibraltar Lake a menudo. Y no me llevó demasiado tiempo darme cuenta de que dar con el paradero de mi verdadero padre no resultaría una tarea sencilla.
Esta última vez me había costado un poco más. Imagino que se debió a tener que marchar justo cuando parecía que lo mío con Don podía llegar a anudar amarras en algún puerto recóndito.
Volvíamos de la fiesta de retiro de Perkins, mi viejo héroe urbano. Se fatigaba a menudo y los doctores lo alertaron acerca de una arritmia, así que en pos de gozar de la buena vida había decidido mudarse con su esposa a la Florida. “Ya basta de cemento, bocinas y locura”, decía algo agitado cuando alguien le preguntaba si estaba seguro de tan rotundo cambio.
Y sí que tenía razón, yo también me habría ido a la Florida sin dudarlo. Claro que esas cosas nunca se me daban. Audrey Jordan parecía estar circunscripta a Manhattan,